lunes, 15 de junio de 2009

DESDE CUBA,

LEYENDAS MATANCERAS

ARTÍCULO DE: Diana Valer

Leyenda La Gaviota del San Juan:

Era allá por la primavera del año 1795. La población de Matanzas, con más de seis mil habitantes, tenía junto al río San Juan una casucha de tabla y techo de guano, donde vivía una vieja esclava llamada Mi Teresa, con su nieta. Esa nieta, según malas lenguas, era hija del solterón Don Sebastián, el poderoso amo de la vieja María Teresa que, siendo esclava, vivía como liberta y con pensión estrecha que le pasaba el amo. La nieta de María Teresa se llamaba Julia Rosa, así quiso el amo que se llamara. Julia Rosa era de piel en seda canela, de rostro lindo y subrayado por la perfección de dos ojos verdes que echaban al mundo la alegría de sus diecisiete años. Y para gozo de los murmuradores, Don Sebastián también tenía ojos verdes, ojos que sabían encenderse en ira cuando alguien se atrevía a hacer alusiones a la casita de junto al río San Juan. Esto bien lo conocía su hermana mayor Doña Rosario, quien no veía con gusto que la vieja María Teresa viviera fuera de la casona de la calle Ricla (hoy Independencia) que ella, por orden de su hermano gobernaba como dueña, aunque éste le recordaba de vez en cuando que él era el amo y señor de la casa y de la fortuna familiar.
La verdad era que, Doña Rosario, se daba cuenta perfecta de que aquel mantener a María Teresa en la casita del San Juan con la nieta ya mujer, era la causa de que siguiera vivo el escándalo que se produjo cuando Julia, la hija de María Teresa, parió una niña casi blanca y murió, muerte que Don Sebastián lloró en público el día del entierro. Además, a Doña Rosario, viuda de García Soller, le estorbaba Julia Rosa, quien podía mermar la herencia de su hermano, que le correspondía a su hijo Felipe. Doña Rosario con ver a su hijo Felipe casado con Elvirita, la hija de Doña María Elvira. Ya Felipe tenía 25 años, había que pensar en estas cosas Llegó la noticia por dos vías. Don Sebastián la supo por la tarde cuando hablaba en la Plaza de Armas (hoy Plaza de la Vigía) con Don Pablo García...
Doña Rosario la supo en la mañana, al salir de misa, de labios de Doña María Elvira... La noticia era sorpresiva, revelaba que Felipe, desde hacía dos semanas era visita diaria en la casita de la esclava María Teresa... Doña Rosario habló varias veces con Doña María Elvira. Y Doña Rosario, aprovechando que su hijo y su hermano estaban en una de las fincas, recibió a Tata Mongo, el viejo esclavo de Doña María Elvira. Tata Mongo aseguró que él podía resolver el asunto del niño Felipe y de Julia Rosa... Porque él tenía los secretos que le dieron en su tribu cuando lo hicieron jefe de brujos...Y allá en África, él podía hablar con los dioses, quienes tenían poderes grandes muy grandes... Y él todavía hablaba con los dioses, y los dioses le hacían favores...
Ya el sol no miraba a la tierra cuando llegó Tata Mongo a la casita junto al río San Juan, con un misterioso dulce de coco para Julia Rosa. La vieja María Teresa, había ido a ayudar a una mujer que estaba de parto. Julia Rosa comió el dulce de coco...Era bueno y extraño...Tata Mongo, mientras ella comía, le hizo cuentos raros...El último cuento era el más raro...Decía Tata Mongo, que en su tribu de África los grandes brujos podían pedirles a los dioses que volvieran aves a las mujeres, y los dioses lo hacían...Y las mujeres hechas aves no morían nunca... Julia Rosa, interesada e inquieta, le preguntó a Tata Mongo si él sabía convertir en ave a la mujer...
Y Tata Mongo le respondió que sí, que a ella la podía convertir en gaviota, y que si la convertía en gaviota, ella no podría morirse nunca. Julia Rosa se rió mucho...Después tuvo miedo... Don Sebastián estaba como enloquecido, Julia Rosa había desaparecido de la casita junto al río. María Teresa, lloraba a todas horas. Felipe, desesperado, ya no sabía dónde buscar a Julia Rosa... Tata Mongo fue mandado lejos, a una finca de Doña María Elvira. Doña Rosario comenzó a sentir en el alma la mordedura venenosa de un remordimiento atroz. Una noche, después de la comida, llegó María Teresa. Y todos: Don Sebastián, Felipe y Doña Rosario, le oyeron decir que ahora sabía lo que le había pasado a su nieta... María Teresa afirmó que Julia Rosa, por obra de los dioses africanos, estaba convertida en gaviota. Y creyeron todos María Teresa había perdido la razón. Felipe estaba junto al río San Juan, cerca de la casita abandonada de María Teresa...El corazón de Felipe era una lágrima que no podía subir a los ojos... De pronto vio venir hacia él a una gaviota...La gaviota se posó en una piedra cercana y lo miró de un modo raro, casi humano...La gaviota tenía los ojos verdes... Y pasaron los meses...Y Felipe murió loco porque se enamoró de una gaviota... Y la gaviota de ojos verdes del río San Juan, muchas veces vuela sobre Matanzas... Es una gaviota misteriosa que no puede morir...

Leyenda El Pocito:

Un sábado del mes de Abril del año 1819 llegó a Matanzas la diligencia de La Habana conduciendo, entre los seis pasajeros que la llenaban, al rico matrimonio conformado por Don Carlos Martínez de la Barrera y Doña Susana Quintero de Baeza, emparentados ambos con distinguidas familias matanceras. Don Carlos, alto, nervioso, delgado y de treinta y ocho años, venía con su mujer a residir en una finca cercana a Matanzas, para reponerse de una enfermedad que le había afectado ligeramente los pulmones, según decían él y sus más allegados familiares. Doña Susana, dulce, soñadora, enamorada de Carlos, pronta a todo sacrificio, y bella mujer de poco más de veinte años, sufría calladamente la tortura de los celos absurdos de un marido que, sabiéndose tuberculoso, se creía despreciado secretamente por su mujer. Dejando atrás la calle Gelabert (hoy milanés) un carretón cargado de muebles entró en el camino que conducía hacia el valle de Yumurí y llagaba hasta el caserío de Corral Nuevo. El camino polvoriento se enroscaba, en bajada, al lomerío que encerraba por aquel lado el verde cambiante del valle. Al fin llegó el carretón a la portada de la finca, llamada por todos El Pocito, por tener frente a su entrada un pozo de brocal de piedra y abrevadero para ganado. El carretonero dio de beber a la mula. Enseguida atravesó el portalón y se dirigió a la confortable casa que, a unos cincuenta metros, parecía asomada a la amplia avenida de palmas reales. En aquel carro llagaban los últimos muebles que enviaba Don Carlos Martínez de la Barrera para hacer cómodamente habitable su nuevo hogar. Al día siguiente él llevaría a Susana y trataría de ser feliz alejado de todos, si la tuberculosis la daba tiempo para ello. El portal se llenaba de la paz por la brisa que enredaba en las palmas el canto frágil de los tomeguines.....Susana bordaba aprovechando la última luz de la tarde. Más allá de la portada, junto al pocito, hablaba Carlos con un hombre joven. Poco después supo Susana, por boca de su marido, que aquel hombre joven se llamaba Alfredo, y que vivía a menos de dos kilómetros, por el camino de Corral Nuevo.
Los días se hicieron acerados de amarguras. Carlos sin parecerlo, enloquecía de celos viendo como Alfredo se convertía en visita diaria. Susana, quien sospechó la oculta tormenta, se quedaba más tiempo en su habitación leyendo o bordando. En la llamada finca de El Pocito, la felicidad se había tornado humo negro en manos del viento...Vestía de pálido azul, Susana, y un amplio chal de seda, también azul, le daba un aspecto oriental....Carlos la miraba con amor y odio, oyéndola reír el último cuento humorístico de Alfredo que, aquella noche, había cenado con ellos. El corazón de Carlos sintió un alivio: se había marchado Alfredo. En la clara noche de julio la luna teñía, de misterio de plata, palmas y lomas...Susana, sin sueño, decidió levantarse... Todavía estaba ausente Carlos. ¿Por qué se demoraría tanto en Matanzas? Susana calzó unas zapatillas, sobre el largo ropón puso el chal de seda azul y salió de su habitación. La avenida de palmas era una muda invitación abierta a la dulzura de la noche. Susana oyó en su sangre la invitación y la aceptó, caminando hasta el pocito... Allí, en el brocal, se sentó....Y el dolor de su vida se le hizo presente. Ella amaba a Carlos con toda su alma; pero Carlos parecía ignorarlo...Sintió frío interior y maquinalmente se arrebujó en el chal...Su corazón era una angustia preñada de espinas. Clavando los ojos en la belleza del cielo, preguntó mentalmente: ¿Qué hacer, Señor? De pronto vio a un hombre frente a ella...Sin poderlo evitar Susana dio un grito de susto... Era Alfredo...regresaba a su casa y, al verla en el pocito, se había detenido.
Susana pidiéndole excusas se levantó para marcharse .Estaba avergonzada y molesta por haber sido sorprendida. Y entonces llegó Carlos...No hubo tiempo de explicar nada. Un puñal en manos de Carlos cegado de celos... Y la muerte entró certera en el corazón de Susana.....Todo era silencio, Carlos, desarmado y arrodillado ante Alfredo, herido de muerte acababa de saber la verdad... Alfredo no amaba a Susana.... Casualmente se habían encontrado esa noche....Alfredo ya no hablaba la muerte estaba en su boca...Susana yacía caída sobre el polvo, con una luna de sangre en el pecho roto, envuelta en el chal azul... Y más bella que nunca....Alfredo apareció muerto a la mañana siguiente, lejos de la finca El Pocito. Don Carlos mandó cegar el pozo y arrancar el brocal. Nadie sabía dónde estaba Susana. Don Carlos no dio explicaciones a sus esclavos, ni a sus parientes cuando fue a Matanzas y tomó el vapor Neptuno que, al mando del capitán Manuel Dehogues, se dirigía a La Habana. Los guajiros del Valle de Yumurí comenzaron a ver por las noches, una bella mujer envuelta en un chal azul, donde estuvo el pocito que, en julio de 1819, mandó a cegar Don Carlos Martínez de la Barrera. Y aseguraban algunos vecinos del valle que la mujer del chal azul del pocito cegado junto al camino de Matanzas a Corral Nuevo, siempre está rezando para que Dios perdone al hombre...La mujer del chal azul del cegado pocito, desde el lejano 1819 no ha dejado de aparecer mes tras mes, y año tras año.... Y los viejos guajiros de experiencia afirman que la carretera matancera de El Pocito, que va a Corral Nuevo, está bendecida por la mujer del chal azul, porque ella trae suerte a quienes tienen el privilegio de verla y oírla rezar pidiéndole a Dios el perdón de un hombre.

Hasta el próximo artículo, que sean inmensamente felices, y que disfruten de todo el tiempo maravilloso y fantástico. No olviden que tienen una nueva cita en este PERIÓDIO DIGITA DEL VALLE "LA VERA PASO A PASO".

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