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martes, 16 de marzo de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

TODO ESTA DISTINTO

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

He tenido que refugiarme en un conocido y habitualmente transitado rincón, siempre concurrido, pero que hay una discreta esquinita al terminar el mostrador, que siempre me ha permitido aislarme casi por completo. Esta vez, como otras tantas veces, huyendo del mundanal ruido y la alegría desbordante que se advierte en casi todos los rostros, según iba observándoles a lo largo del paseo por distintas calles y plazas públicas de la ciudad, me pareció ser el único, entre tanta gente, que andaba abstraído, meditando pasajes del pasado, recordando aquellos tiempos y tantas ilusiones que se han perdido. A la vez, me hallaba pensando más en el cercano futuro que me espera… Si alguien, entonces, me hubiera preguntado que a dónde iba, no hubiera sabido responderle. Buscaba algo, si, algo que ya no está, pues todo ha cambiado desde entonces. Ni la gente son los mismos, ni las plazas, donde los árboles han crecido lo indecible. Ni las calles, ni aquellas casitas terreras enjalbegadas de blanco, de puertas y ventanas verdes, tejados rojos… Todo está distinto. Y al verme asomado en el cristal de una de las tiendas, yo no era aquel que estaba reflejado en el, aquel era otro, con expresión tristona y el cuerpo todo desfigurado, sienes blancas y ojos cansados, todo aquello que aparecía reflejado en el frió cristal no era mi persona. No era yo aquel que me miraba fijamente, con desmesurada insistencia y que llegó hasta sonreírme como queriendo acentuar la burla, esa mueca que a veces tanto fastidia. Di media vuelta girando sobre mis talones con cierta dificultad y me fui de aquel inhóspito lugar, dando pasos confusos y la mirada gacha, fijándome donde iba pisando para evitar un fortuito tropiezo... Disimulando mi agotamiento, no sólo el moral, también el físico, mientras seguía el corto trayecto.

Me sentía como un extraño por donde quiera que iba, creyendo que nadie me estaba reconociendo, que yo no era el otro espectro que vi. en el sucio y frió cristal de aquella ridícula tienda. Yo estaba ausente, corriendo de allá para acá, practicando los juegos propios de aquella tierna edad… Ausente entre el tumulto de las gentes que tampoco yo conocía, gozando aquella hermosa juventud, como nadando felizmente en ese mar ilusionado del amor, viéndome en los ojos de miradas serenas de aquellas que me brindaron su atención… También estuve observando casas ruinosas, ya inhabitables expuestas para su futura venta y posterior derribo. Casas que me trajeron recuerdos inolvidables desde mi infancia, hasta me pareció ver asomadas en sus postigos y ventanas a tanta gente que uno conoció y ya no están entre nosotros, personas maravillosas algunas de ellas, cuya evocación me entristeció más.

Ahora, en este tranquilo rincón, donde me hallo, voy recuperándome un tanto, lo otro era muy doloroso, eso de ir de allá para acá, sin apetencia alguna, pero si, buscando todo aquello que perdí para siempre, sin hallar respuesta alguna. Eso acaba por entristecernos.

Aquí estaré sólo un rato más, cuidando, claro está, la noción del tiempo, escribiendo, sondeando mi mente y estrujando mi viejo corazón. Con un vaso de vino como único amigo acompañante, confidente del alma; y sintiendo en mis cansados ojos el calor inmenso de la soledad. Soltando la madeja de los sueños mientras oigo, muy quedamente, una musiquita que llega hasta mí, como queriendo alimentar a mi espíritu y que me recuerda que la vida sigue, que es muy bella y que mientras no me llegue el momento definitivo, cuando tenga que irme de esta aburrida escena, debo seguir haciendo el esfuerzo necesario para no entorpecer el normal desafío de la vida.

He tenido que refugiarme en un conocido y habitualmente transitado rincón, siempre concurrido, pero que hay una discreta esquinita al terminar el mostrador, que siempre me ha permitido aislarme casi por completo. Esta vez, como otras tantas veces, huyendo del mundanal ruido y la alegría desbordante que se advierte en casi todos los rostros, según iba observándoles a lo largo del paseo por distintas calles y plazas públicas de la ciudad, me pareció ser el único, entre tanta gente, que andaba abstraído, meditando pasajes del pasado, recordando aquellos tiempos y tantas ilusiones que se han perdido. A la vez, me hallaba pensando más en el cercano futuro que me espera… Si alguien, entonces, me hubiera preguntado que a dónde iba, no hubiera sabido responderle. Buscaba algo, si, algo que ya no está, pues todo ha cambiado desde entonces. Ni la gente son los mismos, ni las plazas, donde los árboles han crecido lo indecible. Ni las calles, ni aquellas casitas terreras enjalbegadas de blanco, de puertas y ventanas verdes, tejados rojos… Todo está distinto. Y al verme asomado en el cristal de una de las tiendas, yo no era aquel que estaba reflejado en el, aquel era otro, con expresión tristona y el cuerpo todo desfigurado, sienes blancas y ojos cansados, todo aquello que aparecía reflejado en el frió cristal no era mi persona. No era yo aquel que me miraba fijamente, con desmesurada insistencia y que llegó hasta sonreírme como queriendo acentuar la burla, esa mueca que a veces tanto fastidia. Di media vuelta girando sobre mis talones con cierta dificultad y me fui de aquel inhóspito lugar, dando pasos confusos y la mirada gacha, fijándome donde iba pisando para evitar un fortuito tropiezo... Disimulando mi agotamiento, no sólo el moral, también el físico, mientras seguía el corto trayecto.

Me sentía como un extraño por donde quiera que iba, creyendo que nadie me estaba reconociendo, que yo no era el otro espectro que vi. en el sucio y frió cristal de aquella ridícula tienda. Yo estaba ausente, corriendo de allá para acá, practicando los juegos propios de aquella tierna edad… Ausente entre el tumulto de las gentes que tampoco yo conocía, gozando aquella hermosa juventud, como nadando felizmente en ese mar ilusionado del amor, viéndome en los ojos de miradas serenas de aquellas que me brindaron su atención… También estuve observando casas ruinosas, ya inhabitables expuestas para su futura venta y posterior derribo. Casas que me trajeron recuerdos inolvidables desde mi infancia, hasta me pareció ver asomadas en sus postigos y ventanas a tanta gente que uno conoció y ya no están entre nosotros, personas maravillosas algunas de ellas, cuya evocación me entristeció más.

Ahora, en este tranquilo rincón, donde me hallo, voy recuperándome un tanto, lo otro era muy doloroso, eso de ir de allá para acá, sin apetencia alguna, pero si, buscando todo aquello que perdí para siempre, sin hallar respuesta alguna. Eso acaba por entristecernos.

Aquí estaré sólo un rato más, cuidando, claro está, la noción del tiempo, escribiendo, sondeando mi mente y estrujando mi viejo corazón. Con un vaso de vino como único amigo acompañante, confidente del alma; y sintiendo en mis cansados ojos el calor inmenso de la soledad. Soltando la madeja de los sueños mientras oigo, muy quedamente, una musiquita que llega hasta mí, como queriendo alimentar a mi espíritu y que me recuerda que la vida sigue, que es muy bella y que mientras no me llegue el momento definitivo, cuando tenga que irme de esta aburrida escena, debo seguir haciendo el esfuerzo necesario para no entorpecer el normal desafío de la vida.

lunes, 15 de marzo de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE NUESTRA VIDA

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

No hay un lugar más seguro, donde uno pueda ocultar los desencantos sufridos, los mismos desengaños, o aquellos “aldabazos” que ocasionaron tanta desilusión, que no sea nuestra mente. Donde almacenamos tantos recuerdos juntos de aquellas vivencias que han configurado el resumen de cuantos días hemos vivido hasta nuestro presente. A veces intentamos desglosarlos, siempre con deseos expresos, para traer aquellas vivencias específicas y hay ciertos rechazos que nos obligan a cerrar el libro de nuestra historia; hay páginas tan dolorosas que nada íbamos a ganar reviviéndolas, con la evocación, se supone, con el pensamiento, aunque las valoremos íntimamente y las aceptemos, porque han sido lecciones inolvidables que nos enseñaron aquellos caminos que no debiéramos volver andar. Lo importante es haber aprendido esas lecciones, desde todo punto de vista, aburridas, pero en cuanto a eficacia, han dejado esas huellas imborrables de sabiduría o experiencia en nuestro espíritu agradecido.

Mas, no todo, en el dilatado pasaje de nuestra vida, debió haber sido ensombrecido por las negras nubes del desconcierto, hay claros envidiables donde al asomarnos en ellos, aparecen felices encuentros, vivencias íntimas que confortan al alma y que nos llenan de natural regocijo viéndolas proyectadas en ese espectro mental. Horas interminables de bonanza, de paz familiar desde el comienzo de nuestra vida; hasta ir perdiendo tan tiernos episodios, según pasamos las páginas imborrables de esos bellos reencuentros... Cual ánforas rotas llenas de sueños, también la vida va marcándonos pautas irrevocables que sentencian nuestras escasas limitaciones; pero a su vez, nos va obsequiando nuevas concepciones que hacen mitigar, en parte, aquello que, inexorablemente, vayamos perdiendo... Cada etapa de nuestra vida encierra, no sólo dolor, resignadamente; ya que mirando al frente, sentimos la necesidad de hallar de la vida su curso sobrenatural, llegado el último instante.

Sí, descubriremos parajes frondosos, cada vez que los busquemos y tendremos motivos suficientes, como para dar gracias a Dios, por todo cuanto nos haya dado, bueno o malo, porque en su voluntad divina, debe haber alguna buena intención.
Nuestro futuro espiritual no debe preocuparnos. Solamente yo no soy quien lo dice. Existe la afortunada evidencia, de que todo no puede acabar aquí, entre glorias y penas. Si nos asiste la razón y buscamos más allá, siempre nos asalta el presentimiento de que algo más debe haber... Todo lo que hasta hoy hemos presenciado, lo que vemos, lo que oímos y palpamos, debe ser Obra Mayor. Desde el momento en que no creyésemos en ese Supremo Poder, todo se nos iba a venir abajo, y sólo seríamos como unos inocentes “animalitos” pataleando en el fangoso hábitat de la ignorancia, sin orientación alguna, sin razón ni estima. ¡Qué diferencias! Lo natural es otra cosa, mucho más tranquilizadora, pensar en Dios. No perdamos nunca nuestro norte espiritual. Lo otro sería un fracaso imperdonable e inconcebible.

domingo, 14 de marzo de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

LOS CIPRESES DEL SEMENTERIO DE SAN CARLOS DEL PUERTO DE LA CRUZ

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros


Quisiera ser como las hojas de los árboles en otoño y recordar la primavera. Quisiera ser tan humilde como son las aves que se mueven de rama en rama, que anuncian con sus trinos y gorjeos los pasos del tiempo, sutiles momentos que marcan entre tiernos arrumacos el trascurso de la vida de los hombres. Ser como las hojas de los árboles, es como dar fe del verdadero sentido de la vida. Tal vez más tarde muera esa lánguida hoja del árbol en soledad, cuando ya se hayan ido todos los efluvios de los distintos periodos ambientales. No ha sido por un simple apego a la vida, aquello de querer durar más… Ha sido por casualidad y debiera demorarse la paz del alma por razones obvias que lamentablemente, jamás logramos compartir

Cada hombre tiene sus propias estaciones designadas, Cada cual puede irse con un espléndido y radiante sol, lluvias o vientos… Contratiempos imprevistos, cada uno de esos elementos tiene su destino señalado.

Es normal la inquietud que tantas intrigas genera a lo largo de ese vistoso y engalanado tiempo, de esa pomposa ruta fúnebre y silenciosa...

Cuando los cipreses reverdecen, erguidos desde sus bases, dan la entereza que necesitamos los elegidos en esos funestos momentos. Son los muros blancos y esos esbeltos cipreses, los que me recuerdan, cada luminoso día, lo hermosa que ha sido la vida, y cuan corta y frágil también. Los cipreses, viéndoles tan cerca, en su característico silencio, parecen como si nos hablaran y aunque no entienda su callado lenguaje, les entiendo, sólo hablan de amor. Acarician a la vez que brindan su escasa sombra. Lo más importante de los cipreses es que acompañan, que nunca nos dejan solos. Es como si Dios hubiera delegado en ellos su inmenso amor.

sábado, 13 de marzo de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

DESCANSE EN PAZ EL ALMA DE JUAN MARRERO GONZÁLEZ

Su triste óbito acaeció a mitad del año 2.002. Como perenne recuerdo

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Muéveme un sentimiento tal de pesar, al saber la trágica noticia de su óbito, que las palabras no dicen cómo lo siento, sólo el silencio que me atenaza al reflexionar sobre ello y pensar en su lamentable pérdida. A la vez, cabe el consuelo de haber tenido la ocasión de conocerle, tratarle como a un buen amigo y saberme correspondido por él.
Me sumo al dolor de sus desconsolados familiares y siento que se haya ido de entre nosotros, dejándonos tremendo vacío.

Juan Marrero González, además de sus excelentes dotes humanas, harto conocidas por todos los que le tratamos, ha dejado para el recuerdo, los frutos cosechados a través de su fructífera vida, como es, su gran bagaje académico. También era escritor de pluma de oro, poeta consumado y cronista aventajado. Sus abundantes trabajos publicados en el Periódico, EL DIA, lo atestigua y de manera espléndida. Hombre experimentado y creyente ejemplar, que supo estar siempre a la altura de las circunstancias, sin desmerecer en nada su voluntad altruista y solidaria. Muchas puertas grandes se abrieron para él y dejó, por los caminos que transitó, una estela de amor indisoluble.

Hombre de gran sensibilidad y caballero de altura, más alto que la copa de un gigantesco pino...

Aún se me hace imposible creerlo. Qué pobres, en estos instantes de aflicción, son mis palabras, aún siendo mis pensamientos tan dadivosos, recordándole... Sólo veo, allá... el ancho horizonte luminiscente, como antes no lo había visto. Como si la tierra y el mar se unieran al Cielo; y en esa deificada ruta, le viera, "sonriéndonos" y brindándonos su adiós postrero, para que no estemos tristes, porque él ve en esa atractiva distancia del más allá, el sendero ilusionado de la paz prometida...

Descanse en la Paz del Señor, el amigo Juan Marrero González, que nos ha dejado a todos, sumidos en esta pesadumbre y abandono.

Pobres son mis palabras, que con ellas no alcanzo a decir todas las cosas bellas y humanas que del amigo Juan, quisiera señalar. ¡Que pequeño se siente uno algunas veces!..

viernes, 12 de marzo de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

FANTASÍAS DEL MOMENTO...

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Hoy voy a desvelar, a grosso modo, cuál es el entorno habitual de un sentimental escritor. En mi caso, es como narro en estos instantes. Un transistor sintonizando música buena, de siempre... Una mesa amplia, pinceles y maquetas varias, dos teléfonos, un paquete de galletas corrientes, toda una Línea Draque 404, de radio aficionado, algunos diplomas, un televisor que de momento no funciona, una botella de vino del país, un vaso vacío... Fantasmas hay muchos, están de juerga con los duendes más inquietos que he conocido. Un ramo de esterlicias en jarrón espigado y otro de rosas rojas a mi izquierda, motivo sensual que acabo de pintar en lienso al óleo. Me agrada cómo lo he terminado, sin salirme de mi modestia personal.

Y, ahora qué hago, ¿hay tiempo para más? Supongo que no hay tiempo para mucho más. No tengo tiempo, los días se me hacen cortos y las noches aunque parezcan tan largas, me inquietan. Mas, quisiera dejar algo hecho, aunque mi vida fuera hasta hoy, con sus piruetas estacionarias, normal y haya conseguido superar sus habituales inclemencias, uno nunca está conforme con todo lo conseguido. A pesar de los años, no me resisto a pararme súbitamente. De nada me sirve, me he dado cuenta de ello, echar de menos, con tanta nostalgia, a veces, a mi tierna juventud, y aunque ya vea turbio el estático horizonte, busco más allá con desesperada insistencia y mi intuitiva esperanza me anima y me ofrece nuevas perspectivas y sensaciones olvidadas en lo que emprendo. No cabe duda, que si nos refugiamos en el arte manual, por ejemplo, las personas de edad avanzada hallamos tremendo consuelo. Nada hay más gratificante, entonces, que todos aquello que consigamos "crear" con nuestras manos, a veces temblorosas, pero en lo que queda reflejada la armonía del alma que entonces hayamos puesto en ello.

Me gusta el ramo de rosas que acabo de pintar, hasta, y lo confieso sin rubor alguno, me siento emocionado como un principiante... ¿Para quién será, cuando me ausente definitivamente? Quien fuere, se llevará un trozo de mi alma.

Cualquier cosita que hagamos, con nuestra bella edad, como todo queda uncido de cariño y humildad, le damos el valor de nuestra sensibilidad y del sentimiento que en ello pusimos; y el oro del mundo jamás, podrá superar, por muy chabacana que parezca la obra en sí, el concepto afectivo que merezcamos… Y, así son las cosas del verdadero amor, ese sentimiento natural que nace en uno con afán de dar sin pedir nada a cambio. Así son las cosas del alma, que sólo entendemos algunos, o al menos eso creo, hasta hoy, sin darme cuenta que puedo estar equivocado. Que con ellas podemos llegar al corazón de los demás, porque hay de todo en la viña del Señor, y hay más gentes buenas que malas, de las que formamos parte inexcusablemente.

Siempre, desde mi temprana edad, me gustó estar cerca de los viejos, oírles hablar entre ellos. Cuando comentaban con nostalgia sus vivencias, cuando eran jóvenes; en mi mente veía proyectadas esas enternecedoras escenas y les adivinaba tan distintos, llenos de vida e ilusiones, felices en sus correrías, en sus afanes y decididamente capaces de toda prueba que se propusieran. Hablaban de sus primeros amores, de épocas difíciles, de negaciones y de penas, de fatigas y hasta de hambre. Recordaban la última guerra española y los crueles momentos que vivieron algunos, de las viudas, de los huerfanitos… De tanta crueldad existente, cuando aún eran niños. De aquellos enfermos que no tenían para comprar las medicinas y veían morir a sus seres queridos sin poder ser medicamentados, verles morir resignadamente, cuando otros vivían en la opulencia…Hubo momentos que para mí era muy difícil comprender… Aquellas diferencias entre ricos y pobres; y cuando veían acercarse el cortejo fúnebre de alguien, la gente decía: ¡Fue un rico!..

¡Se llevan a un hombre bueno, pero era un pobre! Todos iban al mismo lugar, el único solar donde bajo tierra conviven en armonía ricos y pobres…Nada es tan cierto ni tan solemne, la materia se confunde, sólo el alma tiene alas para volar y acabar en el lugar merecido… De los viejos siempre aprendí algo bueno, no he olvidado ninguno de aquellos episodios que ellos desgranaban y compartían con los demás. Parece que les estoy viendo, apretando entre sus labios el cigarro, el ceño fruncido y los puños bien cerrados, con la mirada ausente y los ojos vidriosos… Hubo momentos que llegué a sentirme tan viejo como ellos y llegaba a casa apesadumbrado, impotente y con deseos de huir, de salirme de la isla y navegar, irme lejos antes que se me escapara mi corta juventud y al menos, cuando llegara a viejo, poder disfrutar reviviendo con mis amigos, los pocos que me queden, todas aquellas aventuras, aquellas vivencias del pasado, recreándome en ellas, para tener de qué hablar y poder comparar, por supuesto, sin obviar el deterioro sufrido a través de los años, pero nunca sin dejar de valorar lo grande que es el espíritu de las personas, parece que si, pero no envejece tanto, aún podemos presumir de ganas de vivir, que es lo más importante de nuestra existencia. Alargarla lo más que podamos, recordando lo que fuimos, tratando de imitar aquellas gestas y dando la impresión de que aún podemos ilusionarnos y lo que es más importando, contagiar esa ilusión que es el aliento de la vida.

miércoles, 10 de marzo de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

LOS HECHIZOS QUE DESPIERTAN EN EL PUERTO DE LA CRUZ

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Instintivamente fui hasta el balcón, este ofrece una amplia vista de toda la cordillera dorsal. Hoy se ve el cielo cubierto de grises nubes acumuladas que cubren toda la zona alta del Valle de La Orotava, “jardín tinerfeño”. Como es habitual, en estas fechas, los primeros meses del nuevo año, cual -panza de burra-, como vulgarmente le decimos; y siempre a favor del campesino dueño de los terrenos secanos existentes en toda esa ladera encumbrada, susceptible al mar de nubes tradicional. En cambio, en Puerto de la Cruz, transparente y cosmopolita, el sol resplandece como una antorcha encendida luciendo su esplendor y dándole a la ciudad, ese sello inconfundible que le caracteriza. Y el calor humano que se percibe, cuando nos acercamos a él, que despierta la grata sensación de sentirnos bien acogidos y entrar en un lugar distinto, cálido...

En esta ocasión, buscando el aire salitroso del puerto marinero y todo su tranquilo entorno, salí e inspiré hondo, con ganas de llenar ampliamente mis pulmones, y extendí mis brazos en ademán de gracia hacia el Todopoderoso, por poder disfrutar de tan soberbio instante de paz gratificante. Un nutrido número de gacelas rondaban sobre mí, y tres se posaron muy cerca, ahuyentando a una considerable banda de tórtolas que llevaban largo rato disfrutando de las caricias del sol. Aún más. Es increíble la cantidad de aves que rondan sobre el Puerto de la Cruz y toda su periferia, y porqué no decir por todo el Valle. Antes no recuerdo fuera así, pero hablando con gentes mayores, comentan que antiguamente ese era uno de los atractivos más significativo, era tal la cantidad de aves y las distintas especies, que alucinaban; e igual digamos de las bellas mariposas, que daba gusto pasear por los verdes y floridos campos, sólo por contemplar el impresionante colorido de las mismas. Y de las aves, el dulce canto de sus gorjeos y trinos y arrullos. Estas no temían a la presencia del hombre ni de los niños. Como ocurre hoy, paradójicamente, en nuestra cosmopolita ciudad, que, casi por todos los ciudadanos, se les mima como al resto de los animales. Es curioso, como influye el roce cívico y social con otras corrientes culturales. En poco tiempo hemos aprendido algo bueno, y muy estimable de nuestros visitantes, que todo no iba a ser negativo. Amamos más a nuestra naturaleza y hemos ido adquiriendo verdadera conciencia respecto al respeto y cariño que les debemos a nuestros animales. Ese es el modelo de civilización que deben imitar todos los pueblos del mundo.

Ahora mismo, que acabo de asomarme a la ventana, veo pasar volando muy bajo, unos cuarenta o más loros verdes que van y vienen frecuentemente, de allá para acá, no estoy exagerando ni es ese mi estilo. Palomas salvajes, gacelas, tórtolas, mirlos, jilgueros, canarios excarcelados, que casualmente abundan como nunca.

Hubo una época, y no muy lejos, en que, cuando subía a la azotea de mi casa y era avistado por unas cuarenta y más palomas, venían a mi encuentro buscando los granos que les llevaba; eran aves sin dueños acosadas brutalmente por algunos desaprensivos sin escrúpulo para conseguir sus capturas, no entiendo con qué sistema, pues casi todas tenían las patitas mutiladas. Ahora sólo viene una, desde hace un par de años y siempre me está esperando cuando subo, luego desaparece. Entonces me sentía como poseído por un sentimiento compasivo que me identificaba con sus necesidades elementales, fáciles de entender si se quiere. Lo que no entiendo, cómo es posible que haya personas que les choque que otras sean solidarias y cariñosas con los animales, más si ven que éstos no tienen a nadie.

En la parte alta está lloviendo, lo dice una radio de difusión local. Y aquí, qué deleite. Ahora mismo, desde donde estoy escribiendo este borrador, a mi izquierda tengo una ventana que me ofrece una perspectiva distinta. Lo que se ve y más abunda es la mar serena, tranquila, hasta el horizonte bien delimitado, perceptible a todas luces y más próximo que nunca. Mi estancia, está ambientada con una música muy suave que me estimula muy considerablemente, y puedo sentir, a lo sumo, lo que llevo dentro con su propia resonancia emocional. Es verdad que uno busca, a veces, motivaciones distintas sin percatarse que lleva dentro las más bellas motivaciones... Somos como el niño que se apetece del juguete ajeno sin entender que el que tiene en las manos, el suyo propio, es el más bello.... Es como buscar un amor imposible teniendo muy cerca un corazón que no deja de latir por uno. Es el característico inconformismo de siempre que nos traiciona tantas veces.

Pensando estaba ahora, en contradicción con lo que pudiera haber dicho alguna vez, por razones obvias, respecto a la tranquilidad que se vive en las primeras horas de las noches portuenses; paseando por sus calles peatonales bien iluminadas y concurridas de encantadores turistas, que se identifican con nosotros y comparten los mismos deseos de orden y paz, sentimientos que se reflejan en sus serenos rostros, bien en animadas comparsas, cuando van en grupos o cuando van en solitario. Se les ve anhelantes y felices buscando el rincón idóneo para vivir experiencias inolvidables con entusiasmo y almacenarlas luego para sí. Sumarlas luego a esos recuerdos que nos ayudan a vivir más tarde, cuando estemos inmersos en la lucha cotidiana, laboral, social o familiar, allá donde estemos. Recuerdos que llegarán a veces a ser idealizados con la pasión del momento.

Anoche caminé por las calles de mi Puerto de la Cruz, como un sonámbulo, sin un rumbo fijo, sólo tomar el aire y recrearme en el ambiente; no sentí cansancio alguno, sólo eché en falta no tener veinte años menos. Me estaba enamorando, esa noche tibia y sensual, aún más de mi encantadora ciudad. Hubo momentos que pensé si sería esa la última noche que pisara sus calles, tradicionalmente alegres... Y en cualquier esquina también comienzan tramos de trayectos solitarios, por donde es grato caminar con menos luz, y sensiblemente fríos, a donde llegan las brisas del mar acariciándonos, cuando la soledad nos embarga y nos anima a seguir ese camino entre sombras, cómplices de nuestros desencantos.

Mientras la ciudad duerme, antes que despierte el alba, hay rumores que se oyen en sus calles que parecen, a veces, lamentos que se apagan o risas rotas que acaban gimiendo escondidas en tantos bellos rincones... No hay voces, sólo se escucha el batir de las olas golpeándose contra los gélidos y solitarios acantilados... Y los pasos de algún errabundo que va de regreso, medio triste medio alegre, como las horas que ha visto morir durante la noche mágica de nuestro entrañable puertito, viendo las barcas varadas, y en las aguas tranquilas de la bahía meciéndose algunas; como novias esperando risueñas y enamoradas, acompañadas por las brisas que pasan o se posan lamiendo la solitaria orilla de su playa. Hasta que amanece, se sigue oyendo un débil eco hechizado, de locura y de amor, hasta hacerse casi imperceptible, como una cortina de humo se va esfumando ante nuestros sentidos ya adormecidos. Somos sorprendidos en la retirada por los primeros madrugadores que no gozaron la noche, que perdieron esas horas de soledad compartida. Horas de reflexión a la orilla del mar, haciendo cuentas antes de regresar a casa, pensando en lo bella que es la vida en mi ciudad y lo poco que la hemos disfrutado los que vivimos aquí; por tenerla y no entender lo bella y hermosa que es. Por contradecirnos y no querer reconocer nuestras debilidades...

martes, 9 de marzo de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

LO TRISTE DE LOS PUEBLOS SON LOS HIJOS INGRATOS QUE LES TRAICIONAN

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros


LOS TIEMPOS CAMBIAN Y LAS CIRCUNSTANCIAS

Después de haber dado un par de vueltas con el coche conseguí aparcarlo en unos aparcamientos provisionales que existen en la explanada del Muelle pesquero, eso en el Puerto de la Cruz, hasta donde llegué para ir al Banco y hacer un par de cosas más. Se me ocurrió primero cruzar la Plaza del Charco para ir a la Farmacia del Lcdo. Don Gilberto Machado Méndez y comprar unos medicamentos que necesitaba, y luego, al salir me detuve para echar una mirada al bar. Dinámico y sus alrededores. Tengo entendido que ahora lo explota otra gente y que va saliendo adelante, ¡felicidades! Se me antojó estar viendo a nuestra recordada Plaza un tanto ahogada, amen de las evidentes mutilaciones que ha sufrido... Muchas "pijaditas" en tan poco espacio, demasiado ensombrecida, claro, ya entiendo, se trata de acondicionar sombras para proteger la Ñamera central en un ambiente óptimo de silencio y camuflaje. ¡Si no estoy criticando nada, sólo echando una mirada! Hoy quisiera hablar de otras cosas más importantes. Lo menos que faltan son plazas en esta ciudad. De todas maneras debo decir, respecto al negocio bar Dinámico, que había movimiento, las mesas casi todas estaban llenas... Aquello estaba funcionando, yo veía al personal contento, estaban atendiendo diligentemente a la clientela que consumía de acuerdo a sus posibilidades económicas, es evidente. Los tiempos cambian y las circunstancias.

Me vino, también a la memoria cómo era todo eso antes, cuatro, cinco y más décadas. Era una Plaza de pueblo enormemente grande, cabíamos todos en ella y rústica cien por cien. Hasta podíamos jugar a la pelota, correr como locos y chillar a todo pulmón. Se acostumbraba a decir: Muchacho vete a jugar a la Plaza... Era el campo de batalla de la juventud, de la chiquillería y de los adultos mayores, era el patio grande de las familias portuenses, común a todas las edades y condiciones sociales. Era el lugar entrañable y adecuado para hallar el consuelo de la grata compañía, la cita inaplazable bajo los verdes y frondosos laureles de India, el santuario abierto que tantas promesas inspiró y que tantos sueños arropó acariciados por las suaves brisas que llegaban de nuestro cercano litoral con olores marinos de algas y mar... Recordemos aquellos paseos al rededor de la misma, la Banda de municipal de música interpretando música española que le levantaba a uno los pies del suelo. Bueno las gentes paraban de pasear sólo para oírla. Cuántos codazos a la compañera de paseo, a la amiga, a la novia. Y cuántas miradas penetraban hasta el corazón y las palabras estaban de más, éramos felices.

Aquellos carritos que vendían chucherías... Iban con ruedas y por las noches se los llevaban a sus casas. Parece que la estoy viendo, a doña Isabel, su hijo Manuel... Y yo me pregunto, ¿qué es el progreso? Destruir todo cuanto ha constituido nuestro acervo cultural, nuestro patrimonio, todo lo que representaría hoy la huella significativa de nuestro pasado. Pero eso no cuenta para nada, hay que romper lo que está creado por otros, cuando lo justo hubiera sido cuidar lo que se tiene (simplemente respetar el pasado) y abrir nuevos caminos, extenderse, conquistar fronteras o unirlas todas. Creando cosas nuevas sin herir nuestro ecosistema, sin profanar la sensibilidad de los que ya nos estamos sintiendo viejos y que noche y día pensamos en nuestros abuelos: si vieran tanta ignominia, tantos abusos de inconscientes bípedos que no reparan en el daño que le están haciendo a la historia de nuestros atribulados pueblos que han de seguir soportando la presión política entre bandos diferentes que sólo buscan sus respectivos protagonismos y clavar lo más hondo posible el puñal del odio a su adversario, sin importarles el mal que nos hacen a los “inconcientes” electores, comprados o no, que ilusionados queremos lo mejor.

Caminé unos pasos, sin prisas, como no lo hago habitualmente, queriendo cruzar rápido las situaciones que me hacen sentir como un extraño en mi propio entorno y no es otra cosa que los años, si, que ha pasado mucho tiempo y lo que es peor, muy aprisa, sin que casi nos hayamos dado cuenta y eso conlleva, pues, circunstancias que necesitan ser entendidas desde un punto de vista emotivo. Ante todo, no engañarnos a nosotros mismos, cuando con ello sólo nos haríamos daño, seríamos los primeros en sufrir las consecuencias negativas generadas. No lo veamos como un problema social, es más un problema psicológico que cualquier otra cosa, simple y llanamente. Lo mejor es aceptar que ya no somos niños, que ahora tenemos que admitir la realidad en que vivimos, aunque no la compartamos, ya que somos mayores tenemos que comportarnos como tal. Antes también habían viejos, yo me acuerdo perfectamente oírles decir en esa misma Plaza, reunidos en grupitos y hablando de sus cosas, lo bien que lo pasaban, tan bien como los viejos de ahora, precisamente en iguales circunstancias.

Sabíamos que entre niños, jóvenes y viejos moría la gente, era ley de vida... Igual que ocurre hoy. Pero, a quien lo necesitara no le faltó apoyo moral, los ciudadanos, independientes del sexo o la edad, todos éramos respetados, hasta que llegó el síndrome de “las libertades” mejor dicho, del libertinaje.

Cada cual vive la vida buscando el lado más grato de ella. La vida la estimulamos con el espíritu alegre y la chispa que para conservarla siempre ponemos.

Con decidida voluntad y poco a poco fui aceptando mis pensamientos, razonables o no, también me pregunté sí lo estaba entendiendo según lo iba viendo y las apreciaciones que estaba haciendo eran justas. Estaba solo, a nadie tenía a mi lado para poder responderle o preguntarle, nadie me había hecho pregunta alguna. Estaba despertando de una pesadilla donde la obsesión antes no me había ayudado a entenderlo mejor. Seguí mirando a mí alrededor, luego seguí avanzando unos pasos más, pero no conocía a nadie. Recordaba inevitablemente cuando yo era niño, practicando con mis pequeños amiguitos aquellos juegos de los niños de antes. Mis pensamientos se adelantaron a la otra etapa de la vida, la adolescencia con sus contradicciones y fantasías engañosas pero enternecedoras, así mismo apareció como un canto primaveral la arrolladora juventud, trágico alegre para algunos, ensoñadora para otros. Fue una juventud que aprendió a luchar, por que nada era fácil en aquel entonces, los problemas eran distintos a los problemas que la juventud de hoy sufre, sin embargo no tuvimos necesidad de extraviarnos... Antes la familia era el eje de la sociedad, al menos se respetaban las decisiones que se tomaran en su seno y existía el sentimiento del amor como único emblema de unión... Hoy hay muchas cosas que han cambiado, tal vez sea yo el menos indicado para hablar del presente, por eso ahora sí, me voy a terminar de hacer mis cosas antes de ir a buscar el coche...Si no se lo han llevado. ¡Válgame Dios!

domingo, 7 de marzo de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

SEMANA DE LA PASIÓN DE CRISTO

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Próximos están los días de los profundos pensamientos, de ese examen de conciencia colectivo buscando acercarnos a María de los Dolores para acompañarle en su largo sufrimiento hasta tener muerto a su hijo entre sus brazos al descender de la Cruz para sepultar su cuerpo ya fláccido, zaherido y amoratado… La dolorida madre que clama al Cielo y baña con sus lágrimas las heridas de Jesús.

Próximas están las horas de recogimiento colectivo, religioso y espiritual. Reflexionando ante el dolor de madre, de la Virgen María, madre de Dios, abatida por el sufrimiento. Y nos acercamos al Templo, decididamente, para asistir al culto divino; y salimos en magna procesión por nuestras calles, aquellos impresionantes pasos religiosos por las calles de nuestra ciudad, pasos desgranados con el amor más concebible, esos pasos que van emulando la Pasión de Cristo Redentor.

Cuántas plegarias han de brotar de nuestro corazón y qué silencio sobrecogedor nos envuelve entonces acompañando el triste cortejo que escenifican las respectivas imágenes representando los distintos acontecimientos litúrgicos…

Volveremos a evocar con nostalgia aquellas Semanas Santas de épocas pasadas, cuando éramos adolescentes y luego los inicios de la primera juventud, con una visión distinta e ilusiones también distintas, otra forma de sentir.

Las turroneras en las plazas públicas y aquellos “caramelos de cuadritos” (agua, limón y azúcar); y los tachones de azúcar quemada y almendras, en el carrito de doña Isabel. ¡A perra chica la tira! Cada edad tenía sus propias preferencias, si podían satisfacerlos. Los churros calentitos con café y leche y aquel ratito de conversación…

En esas importantes fechas, quienes podían, estrenaban ropa nueva y calzado. Nuestras madres se asomaban en la ventana o en la puerta de la calle para vernos salir de casa y no faltaban las oportunas recomendaciones de rigor: ¡Cuidado donde pisan! ¡Pónganse derechos! ¡Saquen las manos de los bolsillos! ¡No pisen los charcos ni den patadas a las piedras! ¡No riñan en la calle!.. ¡Abróchense bien los zapatos!

El domingo de Ramos era el día de más colorido y cuando la chiquillería más disfrutaba, con el agua bendita y los palmitos.



La matraca en la torre de la Iglesia el Viernes Santo. Parece que la estuviera oyendo. A mi edad, esos días me producen una nostalgia tal, que llegan a emocionarme, por sus singularidades y tantos gratos recuerdos. Esos días sólo queremos acompañar en la Iglesia al Santísimo Cristo y a María en su tremendo dolor. Sentimos un silencio tal en nuestro ser, que sintiéndonos desplazados nos place vivir esa soledad y religioso recogimiento.

Uno ya se siente distinto, con menos ganas de participar en los juegos lúdicos, y si, nos sentimos necesitados del acercamiento con Dios y sus Pasos procesionales. Siempre vamos a echar muchísimos de menos todos aquellos motivos que tanto nos entusiasmaban, como el ir y venir de las gentes por las calles, buscando ir a las respectivas Iglesias. Las muchachas buscándonos para que estemos juntos. La juventud daba al ambiente ilusionados contrastes de vida y transparente inocencia merecedora de todo encomio y respeto. Siempre fuimos un pueblo respetuoso con las cosas de la Iglesia, exceptuando a los pobres ignorantes que arrastran ciertos perjuicios…

Qué ternura al alma da, recordar todas aquellas vivencias, aquel orden tan señalado y la solidaridad entre unos y otros. Aún hay, pese al manifiesto progreso y la influencia turística (¿?) nuestras Procesiones religiosas nos condicionan, y es eso, la necesidad imperiosa de no desear estar solos, de tener en quien apoyarnos; o recibir su mano llegado el momento de partir… Esa luz divina que nos oriente y podamos sentirnos seguros en nuestra postrimería, yendo por el ilusionado camino y entreguemos nuestra alma a Dios, nuestro Señor.

Semana Santa que despierta en cada uno de nosotros la nuestra conciencia y vemos más allá, en ese ascendente camino deificado hallar las Alturas… En esa gruta silenciosa, donde nos esperan los más felices momentos y la paz eterna. Donde ansiosos buscaremos a tantos familiares nuestros, quienes antes partieron, familiares y amigos. Cada uno de nosotros tendrá la oportunidad de disponer de un espacio virtual que nos permita amarnos nuevamente, sin rencores ni recordar fracasos, sin capacidad para odiar, sin autonomías propias, sólo la bondad infinita de Dios permitiéndonos confirmar aquellas promesas que nos hicimos…

Si no fuera así, ¿qué sentido tendría la vida? Seríamos como los animales irracionales: nacer, crecer, vegetar… Luego dejar de existir y ser pasto de las otras especies menores que se arrastran bajo la tierra. O ser consumidos por las llamas en el supuesto de incinerarnos.

Para cada uno de nosotros la muerte debiera ser motivo de infinito placer…

Pero, ¿qué ocurre? Es que para no perdernos en el camino, ese pasaje tan ilusionado, antes necesitamos estar bien, primero con Dios y con ello con nosotros mismos. Sentirnos livianos de culpas, darnos a conocer tal y como somos, sin reservas ni engaños. Hay que ganarse la paz de Dios, esa que tan necesariamente aspiramos, practicando el amor en las mejores obras: consolando al desposeído, ayudando al necesitado y trabajando honradamente a favor de ellos. Hay muchas cosas hermosas por hacer y tiempo suficiente hay, para ejercer esa vocación, a pesar de lo anticonstitucional de tanta desobediencia… para poder ejercer esa vocación

jueves, 4 de marzo de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

LOS TIEMPOS DE LA EFÍMERA VIDA

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Siguiendo el curso indeclinable del tiempo, un tanto poseídos por sus severas influencias, pasemos sin detenernos por los senderos de la vida; atrás va quedando el espectral murmullo, con evidentes énfasis, de otras horas vividas, algunas de ellas, caídas en el olvido y el abandono. Aquellas cadencias que dejaron las brisas que nos acompañaron en el largo trayecto andado, fueron como dulces notas de sutiles sinfonías, que nos trajeron, a priori, recuerdos de lejanas vivencias y despertaron en nuestro espíritu clamorosos momentos irrenunciables. Sólo evocándoles podemos identificarnos con ellos y repasarlos, cual si fueran hojas de un viejo manuscrito, ya amarillentas y carcomidas...

En esa aventura nos enrolamos cautelosamente; como si no fueran nuestros los episodios que hemos vivido a lo largo de tanto tiempo. Mas, hoy mendigamos esas vivencias con el irresistible deseo de los profundos sentimientos. Ahora todo parece más turbio y difuso, igual que los cristales de las vetustas ventanas… Como las aguas del solitario manantial y la línea divisoria, entre el mar y el cielo. Y en las páginas sueltas de aquel diario, cuando intentamos leerlas una vez más, sentimos la sensación de estar leyendo su inconfundible letra, es, como lo son las arenas movedizas abatidas por el viento; y confundimos en nuestro negligente empeño, cuando hablan de nosotros, en ese laberinto grafico que no acertamos a comprender, su transformación, pues, son todo los signos escritos como el tímido soplo de la brisa que nos acaricia. La vida, al cabo del tiempo, va traduciéndosenos sólo a eso, caminar por los viejos senderos que nos brinda la imaginación; ir buscando, aunque sea inútilmente, los causes amados, el familiar silbido de aquellas brisas imantadas de notas sentimentales que tratan de alegrar nuestro entorno. Y, aquellos claros de Luna...
Y las lluvias aquellas, cuando nos brindaban la oportunidad de estar más juntos y sentir el calor de nuestros cuerpos...

Si, entiendo que todo tiene un límite, que nada es imperecedero y nada nos pertenece, que vivimos engañados… Que si estamos en este mundo, debe ser por pura casualidad, sólo nos resta desenvolvernos de la manera que mejor podamos, crecer y crecer, luego sufrir la tenaz transformación e ir marchitándonos y caer, como la flor que lo ha dado todo y que nada ni nadie ya le consuela. Las brisas, quizás nunca nos abandonen, nuestro espíritu se sostendrá en sus ondas etéreas de apariencias cenitales y nos lleven hacia el infinito, flotando en su cálido remanso de perfumadas somnolencias.

A veces nos aterra mirar con insistencia las cosas que nos rodean, máxime cuando vemos derrumbarse tantas pertenencias del pasado y transformarse, según se les antoje a los "cerebros" sociales de turno; luego nos están rompiendo los senderos que tantas veces, antes, hemos andado... Y echan abajo verdaderas joyas arquitectónicas, como son, las pintorescas y representativas casonas de pretéritas generaciones. También la gente se va, cada vez con más frecuencia, y así mismo, nos vamos sintiendo irremediablemente solos. Entonces, la agonía que sentimos es gradual, a medida que insistimos en nuestras reflexiones, la pena nos abruma....

Viendo hacia afuera, ni las calles son las mismas, ni aquellos típicos rincones, ni la propia gente, ¡todo ha cambiado tanto! Sólo nos queda el consuelo, entre tantas dudas y confusiones, de saber que Dios no nos abandonará en nuestra desesperación final. Considerando todas las cosas buenas de esta vida, hay que luchar por conseguirlas, debemos estar conscientes de ello, y la verdad es, que, si no estamos con El ahora, no lo estaremos nunca. Y, ¿qué sería de nosotros entonces? ¿A dónde iría nuestra alma?

Veámoslo, con resignación y objetividad, sin apartarnos de la verdad, vivamos todos los momentos de nuestra vida -insisto- amándonos, que la divinidad del amor es la fuente milagrosa de nuestra salvación. Resignémonos al ver, cómo todo se nos ha ido alejando, que nos vamos quedando huérfanos en este mundo, sin nada que nos pueda servir de algo.

El alma es infinitamente frágil, ligera de todo peso para poder llegar al Edén, más ligera que las brisas, para poder ir con ellas. Y todo lo que hayamos amado y cuantos recuerdos gratos tengamos, su viejo diario, sus sonrisas y las lágrimas derramadas, todo ese sentimental bagaje, estará esperándonos en la nueva morada.

Ahora, sólo nos resta prepararnos para ese viaje inminente. Amémonos, pues, los unos a los otros, perdonemos las ofensas de nuestros enemigos y a nuestros deudores y que seamos perdonados. Elevemos, pues, nuestras oraciones al Cielo y esperemos...

miércoles, 3 de marzo de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

AQUELLOS ENCENDIDOS ATARDECERES

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

El aire fresco se cuela desde las fisuras y grutas de los profundos barrancos, trae consigo aromas de los brezales y el tomillo, del pinar y los helechos silvestres. Más parece un soplo nostálgico que trajera fragancias de épocas pretéritas y asomaran con los recuerdos... En las horas somnolentes de la tarde, el silencio agreste se quiebra con el retorno de las aves que llegan a pernoctar en sus habituales refugios; o regresan a sus nidos de amor para nutrir a sus impacientes crías. Hay un halo melancólico en el ambiente cuando va muriendo la tarde, cómplice del silencio que nos envuelve. No hallamos lugar donde poder escondernos y en el cual no oigamos ese latir del tiempo que va pasando sin detenerse. Todo parece alejarse hacia el infinito, dejándonos huérfanos de cuanto vamos perdiendo en ese devenir suyo. ¡Oh, cruel orfandad la nuestra! Tanto vacío, donde parece que gime la brisa mientras nos está acariciando cuando roza nuestras manos anhelantes, agitadas en el aire, huecas y al descubierto, insinuantes... Valles, montes y cañadas, caminos tantas veces andados, ¡qué solos nos estamos quedando!

Así pasa el tiempo, inexorable, hiriendo la paz de los gratos acontecimientos, dando zarpazos despiadados a los humanos sentimientos, los que creíamos fueran intocables, dueños de una perpetualidad idealizada, como en los sueños de amor...

Así suceden las cosas de la vida, no somos dueños de la pasión; que nada es duradero y todo lo bello perdemos aunque luchemos por evitarlo.

Cuando pensamos en ella, la vida... el espíritu revive, emerge gozoso desde el abismo en que se hallare cautivo; como si se derrumbara la cruel muralla que nos separase. cuando pensamos en ella, temiendo volver a perderla y en la mente le arropamos con todas las energías de los más nobles sentimientos y rescatarla para siempre quisiéramos de los maléficos influjos del tiempo.

A veces pienso, si no será partícipe, también, ese silencio que nos envuelve; y de todas nuestras desventuras. Como si se arrastrara cauteloso por aquellos sinuosos causes que imagino tantas veces imbuidos en el sopor habitual de cualquier atardecer.

Distintos fueron aquellos luminosos ocasos de nuestra espléndida juventud, cuando cada tarde discurría entre cálidos destellos y claros crepúsculos que invitaban a soñar. Cuando esperábamos ansiosos la llegada de tantos y románticos nocturnales, desde la tibia arena de nuestras playas. Oyendo el tenue susurro de las olas y buscando en la lejanía el eco y sonoridad de cantos perdidos cual sinfonía de voces lejanas.

En el conjuro de la noche, bajo el efecto de su calma acostumbrada, sentimos debatirse el alma viendo correr los segundos cual tropel fantasmal o cortejo de agonía. Y perdernos quisiéramos, allá, en el inalterable horizonte, donde el camino termina, intuyendo valles, montes y cañadas, caminos tantas veces andados, en esa ilusionada ruta del ayer.

martes, 2 de marzo de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

VOCES DEL CAMINO

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Casi generalizando, tengo la intuición de no estar equivocado, al entender a grosso modo, aparte del tiempo perdido, la caótica situación en que vivimos, aunque muchas veces quisiéramos ignorarlo. Es justo y digno, reconocer, del empresariado y los trabajadores, el valor y la “sabiduría” de saber resistir el fuerte temporal que hemos sufrido en los últimos tiempos y en nuestras débiles economías... Con tantos “bandazos” dados y empujones recibidos en mares encrespadas como las nuestras.

Rodeados por todas partes, como islas indefensas que tienen que resistirse a tantos golpes del infortunio que no nos doblegan, a pesar de la furia con qué arremeten, las empresas, tanto mayores como medianas y pequeñas, muchas de ellas, han tenido que cerrar sus puertas, cesando, así, la actividad laboral que incrementa los alarmantes índices de paro en Canarias; precisamente, por nuestra indefensión, peculiaridades y, obviamente, por nuestras difíciles condiciones en ese aislamiento y la competitividad que sufrimos en todos los niveles económicos y sociales, que son archí conocidos..

A veces, parece como si quisiera estabilizarse la situación, pero sólo son amagos ilusorios que engañosamente quieren devolvernos la tranquilidad a la clase empresarial y obrera, que, como ya he dicho, no pierden las esperanzas de ver sus sacrificios compensados, siquiera, con el fruto merecido; y podamos celebrarlo de alguna manera. Mientras tanto, impera la desesperación viendo pasar el tiempo, teniendo que satisfacer las cargas municipales y hasta el embargo... y sin expectativas de logros realmente alentadores. Esas lucecitas que nos parecen ver en el movedizo espacio de la contemplación esperanzada, son efectos del espejismo social en que vivimos. Nos consuela creer que vamos a mejorar en breve tiempo, no sólo por lo que se nos dice desde las altas esferas políticas, sino que nuestra fiebre elevadísima del deseo, nos da con su implacable calor, las extrañas fuerzas que necesitamos para poder equilibrar la paciencia. Mientras esperamos, y entre tanto, continuamos esforzándonos, sin perder los ánimos. Mas, insistimos, que a cambio, ellos, Gobierno y Oposición, también se esfuercen, como gobernantes que son de los destinos de nuestros sufridos pueblos, en aras de la paz económica y social, como nos han prometido siempre, antes de celebrarse los obligados comicios electorales. Que no deleguen en otros sus verdaderas obligaciones, que las asuman, y que escuchen con sensibilidad nuestras justas pretensiones: vivir mejor y que el precio no sea tan alto. A la Oposición, que dejen trabajar y ayuden con optimismo, que a todos les llega su hora. Que la espera no sea tan rencorosa, que sea más elástica y distendida. Todos somos los mejores si sabemos demostrarlo, que caminando este azaroso camino se aprende a andar.

Desde las altas esferas políticas, ni quieren reconocer sus errores, debido a los cálculos hechos, de la mejor y buena fe, se supone; las cuentas salieron fallidas, pero no se disculpan. Solo estudian nuevas formulas, proyectos a corto, medio y largo plazo, calculando posibles avances en nuestra economía y a esperar por donde resuelle todo esto. Ello depende del precio del petróleo, sí señor. Más, el Gobierno Central español debe no olvidar que somos islas sin recursos, sin materias primas, que llevamos muchos años aislados, por no decir abandonados. “Ojos que no ven corazón que no siente” Que sólo vivimos del Turismo y nuestras divisas (¿?) les han dado mucho. Si quieren seguir recibiéndolas hagan por nosotros, por el gran negocio del Turismo en Canarias. No hay pero que valga, es así de claro. A los turistas hay que darle alojamientos adecuados, infraestructuras aceptables, servicios exigibles y comidas apropiadas. ¿A dónde vamos a buscar los medios? A ver si nos quedamos también sin la única fuente de “salvación” que nos queda. Hace muchos años no había la crisis de hoy y muy poco se hizo, perdieron mucho tiempo, luego vendrán las lamentaciones. Si antes daban casi nada, ¿qué podemos esperar hoy, cuando se agudice el fantasmagórico virus de esa crisis contagiosa? Así pues, señores de Madrid, no lo olviden, que no somos tan afortunados...

A todo este panorama nuestro, sumemos el estado convulsivo que existe en la calle, esas voces en el camino, que denotan claros aires de crispación, de inconformidad, de desilusión y hasta de intransigencia, tanto de una parte como de la otra. Mi opinión sincera, por lo que veo, es una notoria falta respeto, educación, afán de colaboración, de participación más equitativa y que se vea en nuestros políticos verdadera preocupación por los destino del pueblo. Que no se estén tirando de las greñas cada día con más saña. Que somos el hazme reír de nuestros vecinos y visitante y mientras no vean más seriedad en nosotros, más tarde vendrás esas ayudas tan necesarias del exterior, seamos, pues, más juiciosos y menos agresivos. Trabajen cada cual en su sitio y dejen trabajar a los demás, a ver si progresamos un poquito... Unas pequeñas dosis de paciencia y buena conducta... Disculpar los errores, aprender de ellos y no volver a cometerlos, eso es todo.

sábado, 27 de febrero de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

CONTIGO EN LA DISTANCIA DE LOS RECUERDOS

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

VENEZUELA aparece hoy en el escenario Internacional sin ocultar la rea­lidad del momento crítico que atraviesa, pagando el precio de una crisis igual a la que su­fren otros países del mundo, en lo social, económico, político, etc. Todos los añadidos que quieran ponerle. Pero es un Pueblo que suena fuerte aún y con imperativos en el co­razón del canario agradecido, que vive, trabaja y muere allá; y que no debe faltar con su desprendimiento humano que le enaltece como hombre, cuando llega a reconocer "que fue la esperanza" de muchos de noso­tros. No sabíamos a dónde mirar buscando la salida del agobiante laberinto de aquella época de recortadas posibilidades y escasas opciones para un sector social determinado; hoy todo es distinto. Aquí no había qué hacer, todos no habíamos recibido herencias, no teníamos de donde echar mano, ni éramos políticos, ni ingeniosos, ni teníamos escaleras que nos ayudaran a subir…Esto era desolador y triste y Canarias quería Vida y Progreso. La situación económica fue tan difícil y estaba tan ennegrecida, que hubo gente, bastantes, que tuvieron que salir fuera a buscar las ayudas pertinentes, fuera por supuesto, que les permitieran poder subsistir, ellos y sus familiares. Le duela a quien le duela porque ya lo tuvieran olvidado. Yo viví esos momentos y a pesar de mi corta edad de entonces, lo recuerdo perfectamente. Y sin necesitarlo tanto, ya que mi familia se defendía bien, íbamos escapando, como se suele decir. Mas, por dignidad personal (mi padre trabajaba mucho y era él solo para todos nosotros) y por considerarlo justo me enrolé en aquel éxodo de aventureros y sin una preparación básica, en lo que a mí se refiere. Sólo con el coraje y con la esperanza de que Dios me ayudara... Íbamos a pasar por lo que fuera y a dejar la vida, como la han dejado tantos, si fuera necesario. Pero por suerte estoy aquí para poder contarlo, y tengo mucho que decir ya que callarlo sería de mi parte despreciar mis propias vivencias, aparte de rayar en la cobardía.

Es básico para comprender a ese país y su gente, antes que nada, hay que reconocer lo que han representado, durante tantísimos años para nosotros y viceversa, que algo y mucho les hemos dejado, pero nos lo han pagado con creces ofreciéndonos sus patios y terrazas, podemos decirlo así, tan llanamente. Nosotros los canarios para el venezolano somos una excepción y nos identificamos mutuamente sin el menor esfuerzo, además con ganas, ellos quieren imitarnos y nosotros, a ellos. Es que somos así y no dudo que lo que digo no les guste a otras personas, tanta entrega, tanta coba y querer imitarles... Ya dije antes, hay que reconocer lo que representaron para nosotros, para muchísimas familias de estas Islas, dándonos una mano cuando al borde de la desesperación nadie nos podía ayudar y máxime si te veías allá solo, sin trabajo ni un techo donde dormir...

Quien no haya pasado por todo eso y mucho más, no tiene una base con fundamentos para molestarse por lo que yo pueda decir. Seguro que si le pregunta a algún familiar o amigo que haya estado fuera de casita, por esos lugares... les iban a decir, que no he dicho nada, o sólo he dicho muy poco. Cada año, aquí me entero del fallecimiento de buenos amigos ausentes y no son todos los que no vienen porque no les alcanza para pagarse el viaje, son muchísimos los que lo desean y no pueden. Eso sí, ¿pero, qué me dicen de aquellos que sí viven en la abundancia y en lujosas quintas?.. Esos echaron raíces allá, digo esto para reseñar que se adaptaron plácidamente al medio social de aquel país, sin recelos ni temores, y que hoy disfrutan viendo a sus hijos y nietos destacándose con estupendas carreras universitarias, buenos puestos de trabajo y muchos de ellos con más familiares allá que aquí. Venezuela no les defraudó, les dio la oportunidad y hoy comparten entre sí el trabajo, los problemas sociales, económicos y todo lo demás. No hay razón para que no sea así y la gente que vive allá tienen la certeza de que las cosas se arreglarán, yo creo que sí, es lo que deseamos todos los que entendemos sus necesidades como las propias nuestras y sabemos esperar, dándole al martillo sin cesar y mirando siempre adelante, el campesino en el campo, cada cual en su en su respectivo puesto, responsablemente, a ver si las cosas cambian para el bien de todos... Lo que es indignante es que unos pocos, los que no saben de estas cosas, se pasen el tiempo quitándole valor a tantos países que nos acogieron; porque dicen que son pobres, que no dan nada... Y que algunos de esos ingratos hayan hecho las fortunas que hoy tienen trayéndose el dinero de allá... ¡Sin comentarios! ¡Y lo que me callo!, ¿verdad que sí, paisano? Mejor es que recuerden y los que no sepan pregunten a algún pariente lejano que haya cruzado el charco para buscarse la vida por necesidad...

También nuestras Islas evolucionan, claro que somos más pobres que ellos... ¿Se imaginan si tuviéramos alguna riqueza más que el Turismos y nuestro envidiable clima?, yo pienso que sería peor, invadidos, desposeídos, apartados y diferenciados... Allá, que tienen el petróleo y muchas riquezas más, claro que demandan sacrificios incalculables, ocurre algo parecido. Son suelos atractivos y sugerentes, que al final los hijos del lugar tienen que plantearse la disyuntiva de frenar los abusos y atropellos enmascarados muchas veces en las libertades que se les ofrecen o que se las toman. Por esa y tantas razones estamos luchando y luchan ellos allá. Somos conscientes que de no hacerlo así, nuestros nietos serán los que laven los cacharros del banquete final y ellos siempre serían los adelantados. Hoy todo es distinto y cada uno sabe lo que quiere y cómo conseguirlo, sólo hay que cambiar la conciencia de los hombres y señalarles el camino. Confiemos en nuestras instituciones sociales y políticas y démosle un margen de confianza a la hora de discernir o vaticinar nuestro futuro, nuestras leales fuerzas serán de mucha ayuda y la participación de todos por igual en la construcción de nuestra fortaleza social. Inspiremos nuestros esfuerzos en la lucha titánica que libran otros pueblos...

Con estos pensamientos estaba viendo un álbum de fotografías traídas de allá, en verdad que uno cambia, entonces todo era ilusión que anulaba al cansancio, esperanza diáfana, se podía leer en el semblante, teníamos fe en el futuro... Y han sucedido tantas cosas desde entonces, distintas a las que pensábamos. Para muchos la fantasía se ha roto en mil pedazos, hallándose sus motivaciones a la deriva, sin perspectivas y desolados, después de tantos esfuerzos y sacrificios, vencidos... Otros jamás soñaron en lograr los objetivos alcanzados, empezando desde abajo y pasando ese largo camino con dignidad y conducta ejemplar... Son los menos, pero les he visto llegar a sus encumbradas cimas con ese aplomo de la responsabilidad y el preclaro respeto que siempre sintieron hacia los demás donde quiera que estuvieren. Esos nunca olvidan y sí valoran todos los elementos que forjaron al valeroso espíritu que les acompaña, y cuentan su historia tal y como empezó...

jueves, 25 de febrero de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

¡TAMBORES DE GUERRA!

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

El año que pasó terminó mal y el comienzo del presente, que ha sido increíblemente nefasto por los hechos acaecidos y la zozobra consiguiente, acerca del sí y del no, de una posible confrontación bélica. Si analizamos las causas y los evidentes temores que sufrimos, así no se puede seguir viviendo, es muy molesto no saber qué va a suceder en definitiva. Pese haber estado agotándose toda clase de recursos; y no hay entendimiento posible. Por la tozudez de unos y otros, de aquellos directores de esta singular orquesta política, sin que se haya logrado el cese de las hostilidades. Y lo triste es que, la mayoría no queriendo más guerras, no se les escucha. Por más que quieran justificar sus conductas bélicas, otra cosa sería razonar y pensar en las verdaderas consecuencias que íbamos a sufrir. No se trata del juego aquel con los soldaditos de plomo, volvamos a la realidad. Desde luego, los más pobres, pese a vivir en piases tan ricos, serán las primeras víctimas y nunca dejarán de ser pobres de solemnidad, caso de sobrevivir... Funesto, visto desde cualquier punto de vista y ángulo de nuestro planeta.

Desde la desgraciada circunstancia de las Torres Gemelas, son influyentes, por el natural odio generado en los norteamericanos hacia el otro mundo y sus representantes políticos, el poderoso sentimiento vengativo existente y cada día avanzamos más hacia el desastre colectivo, al menos eso es lo que tratan de hacernos creer. Pienso que no habrá guerra, a pesar de la testarudez y las provocaciones compartidas. Hay un mutuo respeto que les inhibe a la hora de declararse en guerra. Se agotarán todas las posibilidades, porque las hay. Dentro de ese respeto, en conciencia, aunque esté interferida por el egoísmo y el alevoso interés por la dominación exclusiva de sus respectivas fortunas, les domina también el temor consiguiente. A pesar de ello, repito, no habrá guerra, aunque suenen los tambores. Más parecen tanteos...

Sólo imaginarlo aterroriza. Las necesidades y carencias actuales que sufren esos pueblos... Las apetencias de sectores ambiciosos de algunos piases... Todos caerían en la misma tentación; y el afán colectivo va a despertar más furia, anulando toda razón y a la conciencia misma...

Así acabó el que se fue y sigue el que comenzó. Amargos calendarios, si miramos hacia atrás y vemos el tétrico cortejo de los enlutados acontecimientos universales, todo el mundo enfrentado por el absoluto dominio, sin reparar en el daño que se hacen así mismo con sus intransigentes posturas y apetencias egoístas. Despreciando vidas ajenas y arruinando todo principio ético, la cultura universal, despreciando la propia condición humana.

martes, 23 de febrero de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

PUERTO DE LA CRUZ DESDE LA PLAZA DE EUROPA

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Me aislé involuntariamente de cuanto me rodeaba; fueron pues, las circunstancias y las sensaciones vividas en esos momentos.

Eran las diez de la mañana, mi entorno veía concurridísimo, con gran número de extranjeros y no menos, de españoles peninsulares, cuyas naves ilusionadas recalaron en este acogedor puerto, que es la Isla de Tenerife. Sus destinos eligieron las plácidas brisas de nuestro clima templado casi todo el año; se veían contentos, quizás alguno de ellos, fueran ya como las aves migratorias que sobre vuelan nuestro mar para volver nuevamente con nosotros.

Después de algunos días de molestos efectos climatológicos, - circunstancia que sólo se da aquí en determinadas fechas por razones obvias y naturales - al soportar las influencias atmosféricas acostumbradas y disipadas prontamente por los vientos alisios que siempre nos acompañan y nos llegan cual suaves brisas llenas de dulzura y melancolía, que acarician indefinidamente... Esta vez, la calina y los vientos calientes y secos que soplan del desierto africano hacia nuestro litoral durante un par de días, cubrían como un tupido celaje las cumbres de nuestros valles, ocultando tierra, mar y cielo tras ese velo mutable cuando llegan los alisios; y es como si el cortinaje cediera la luz azul de nuestro cielo y se extendiera a todo lo largo y ancho de nuestros pueblos...

Hoy amaneció el cielo claro y limpio. Luego, contradictoriamente, se hicieron presentes dispersas nubes que amenazaban lluvias desde el poniente. El temor a ser invadidos por la devastadora langosta africana había desaparecido. Y así, tan rápido, la mar se tornó menos rizada y el Sol penetrante, cálido y radiante, nos abrazaba pletórico de esplendor. El tiempo había cambiado, y yo estaba, por pura casualidad, en la preciosa Plaza de Europa. Mientras caminaba en ella, me sentía nostálgico, tanta transformación en tan corto plazo...

Instintivamente me asomé buscando al mar, en el borde oriental de la muralla, que más parece la réplica de una fortaleza de la época medieval, por su acondicionamiento estético y ambiental, muy aceptable por ser un reclamo sentimental de evocadores recuerdos. Las tranquilas aguas, en mí intuían, como espectros esos recuerdos que me volvieran la mar, en esa cálida orilla.

Más allá, recorriendo el largo y espumoso litoral, admiré el blanco cinturón de sus orillas de negras arenas acariciadas por las inquietas y risueñas olas llegando a sus diminutas playas, celebrando la luminosidad reflejada en la cortina lluviosa, y por el sol en irisados colores cuando han embestido las encrespadas olas contra los mudos acantilados; o se ven en sus rizadas crestas su encendida blancura al remontar la mar con su furia y embestir luego contra los inmóviles riscos de la firme escollera.

Mirando al mar el alma se inunda de gratas sensaciones que navegan como las ilusiones y los pensamientos, mirando al mar, donde no existen sombríos rincones, sólo las distancias, parece que uno se perdiera, se deslizara en pos de sus sueños y hallara en su inmensidad toda complacencia vital.

Y cuántos caminos se abrieron a través de sus inquietas aguas, senderos hacia el Nuevo Mundo... Senderos de dolor, y otras veces de felicidad. Vía crucis del hombre aventurero, del visionario y también de los valientes marineros de mis inigualables costas iluminadas por los luceros de la esperanza de esos hombres soñadores.

La Plaza de Europa, en su silencio acostumbrado y en esta bella ciudad norteña, entroniza nuestro sentir cosmopolita, es otro patio más en nuestros jardines portuenses, orgullo de Tenerife, lugar de recogimiento y para reflexionar respecto a la mar y el tiempo. Es, quizás, el lugar más tranquilo y acogedor y a la vez inspirador de los sueños más nobles, quizás porque está a la orilla del mar y sólo se oyen los cantos de las caracolas en complicidad con el mismo silencio e invitan a corear los cálidos susurros de sus idílicos arrumacos...

lunes, 22 de febrero de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

CON EL SIGILO DEL SILENCIO

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Aunque abunden los motivos y la intención de escribir algún tema sea firme, de nada sirven esas buenas intenciones si no estamos poseídos de antemano por los verdaderos duendes de la inspiración. A veces, ni uno mismo sabe qué hacer. Ya nada debe sorprendernos... Llenos de euforia y dispuestos a trabajar en ello, lo intentamos y no adelantamos ni un ápice. Hay un lapso extraño que evidencia nuestra sorpresiva impotencia para ordenar nuestros sentidos, cuando de ellos ningún estímulo recibimos. He dicho sólo “a veces”; si es al contrario, nuestra mente es un río que desborda su mágico caudal sobre el blanco papel con evidente fluidez... Y es tan maravilloso lo que sentimos, cuando acertamos; porque descubrimos lo que llevamos dentro. Y aprendemos, cada vez más, de nosotros mismos; nuestras nuevas e insospechadas pasiones, y la capacidad de poder sentir y de amar que tenemos. Muchas veces me asombra saber lo que guardo dentro de mí, como si no fuera yo el que siente lo que escribo; advierto mi complicidad también, cuando no puedo contener la emoción, por lo que digo o narro oportunamente. Sí, igual, parece una necesidad inminente de transmitir los verdaderos sentimientos, que no otra cosa; y nos depara ello una paz interior verdaderamente increíble.

Cuando comienzo a escribir, me veo, súbitamente, dominado por influencias extrañas que me obligan, influjos deliciosos que me llevan por senderos desconocidos a un mundo diferente. Cuando escribo, es como si soltara mis cadenas imaginarias, me libero de mi propio ego y soy otro diferente que ama más profundamente, desconocido también por mí. Cuanto me rodea me resulta tan hermoso; y ambiciono tener la capacidad necesaria para poder abarcarlo todo, ese mundo tan delicioso... Es como una fuerza sobrenatural que nos arrebata el alma y la vemos irse gozosa, y en su vuelo fantástico, contenta de vagar ilusionada en esa venturosa huida que nos prodiga caricias anónimas y nos elevan hacia el sueño sinuoso de la inspiración. Como en las bella sinfonías, los bajos, los altos, cada tiempo musical va alternando el sentido poético que cada cual lleva adormecido dentro y nos hace más humanos; acaso ángeles desconocidos que revolotean alrededor del hombre preso que somos algunos de los mortales. Cuando escribo soy libre como un pájaro que puede remontar su vuelo, puedo desplegar mis alas y sentirme suspendido en el aire, cual pluma al viento gozando de la libertad. Cuando sueño me ocurre lo mismo. Cuando voy corriendo por el campo, venciendo toda clase de obstáculos, todos imaginarios, parezco un potro salvaje... Y, cuando estoy con ella, no soy yo, tal vez yo sea otro. La sigo por donde vaya y si la pierdo hasta no hallarle no cesa mi sueño.

Son sueños distintos a los otros sueños. Hasta poder verle estoy corriendo por los campos. Bajo por las quebradas hasta llegar al pie de los barrancos y vuelvo a subir logrando vencer la verde pradera; y le busco en el inmenso platanal y la verde maleza... Sueños que se repiten sin hallar en ellos el consuelo apetecido, sueños que nunca acaban; y uno muere con el desconsuelo propio del desencanto. Morimos mirando atrás con insistencia, presos de nuestra evidente impotencia. Mas, el alma vuelve de su viaje expiatorio y romántico, le vemos llegar, otra vez gozosa, después de su grata experiencia por el mundo de esos sueños y desde allende, las alturas... Luego puede llevarnos con el espíritu del amor al Edén prometido; y nos acompañan nuevas melodías por ese camino... Y allá, al final de todo, se oirán otros ecos musicales que nos darán la bienvenida.

sábado, 20 de febrero de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

DEL SENTIMIENTO DEL DESCONTENTO DE LOS HOMBRES
ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

En una sociedad de consumo indiscriminado y a la par, fría y deshumanizada, resulta excesivamente atrevido, buscar algún resquicio de sensibilidad entre sus desorientados moradores. Sorprende verles ir de un lugar a otro, ajenos siempre de sus propias apetencias, como si quisieran huir de lo que buscan o trataran de borrar sus propias sombras, para ser menos advertidos, no dejar huellas en esa corta trayectoria que son sus pasos por la vida.

Hoy he vuelto a sentir está condenada pena por las gentes que, en su desesperado afán de auto rebeldía, se lanzan en pos de la aventura descargando sus más bajas pasiones. Sólo hay que detenerse unos minutos y contemplarles en las urbes y ciudades o pueblos menores, abalanzándose como fieras irrefrenables, motivadas por un común sentimiento, tras un mismo objetivo, sirva como ejemplo: estacionar un coche; tomar un taxi en una parada concurrida; acceder a la entrada de un salón de espectáculos públicos; entrar o salir de un establecimiento cualquiera; etc., etc. Al carecer de sensibilidad humana, urbanidad, y todo eso, se delatan con marcada irreflexibilidad, dan la talla de lo que realmente son. Y como están tan generalizadas esas conductas, donde quiera que vayas te los tropiezas, dejándote un sabor de boca nada agradable. En ese ambiente tienes que moverte y nada puedes hacer por evitarlo, donde quiera que te encuentres toparás con esos pequeños monstruos incultos, impresentables, energúmenos y repulsivos. Y sobrevivirás entre ellos, si al menos consigues ignorarlos previamente y los dejas vivir sus vidas convulsionadas por la soberbia, la agresividad y la escasez de principios cívicos y morales.

Ya es imposible aconsejarles por su bien. Hasta a los niños de la calle, tanto si los vez revolviendo la basura, expuestos a adquirir una enfermedad infecto contagiosa, o si los vez fumando o haciendo cualquier otra travesura, no puedes apartarlos del peligro. La misma Ley te impide que les des un par de nalgadas...Amén del sermón en la vía pública que puedan propinarte, con gestos obscenos y vulgares palabrotas. Ni chicos ni grandes te agradecen lo que quieras hacer por su bien.

Con cierto desencanto les veo malhumorados, con las facciones severas por la contrariedad, regalando miradas de odio a cuanto se les interponga en ese ir y venir en busca de sus objetivos. Les veo agresivos, intolerantes y con gestos "mal educados" adelantarse en esa marcha vertiginosa y no saber en realidad a dónde van... Y por más que cambie de postura y trate de distraer mi atención, les veo siempre mezclados con los ruidos disonantes y la locura habitual entre ellos. Qué pena, que aún exista tanta gente bruta, inconscientes criaturas que han crecido en la ignorancia y que son hijos de ella. La agresividad que reflejan sus miradas es el fuego de sus ardorosos instintos que les consumen por dentro y les ahogan los rencores que llevan consigo...

Y yo no dudo que marchemos hacia una mayor crisis de valores humanos, entonces habremos caído todos en el mismo lodo, porque nadie podrá corregir los rumbos desenfrenados de esa avalancha alocada del anárquico sentimiento del descontento de los hombres.

Los gobernantes deberían pensar más detenidamente en los orígenes del mal, luchar por contener la impaciencia y el desencanto de la humanidad, dándoles otros causes más alentadores, rescatando para ellos la ilusión perdida...

jueves, 18 de febrero de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

PASADO Y PRESENTE DEL PUERTO DE LA CRUZ

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Viendo documentales de pretéritas épocas y luego, fotografías antiguas, también de nuestros pueblos canarios, verdaderamente, se observa la existencia de un gran abismo que separa los cambios experimentados a través del tiempo. La realidad de entonces, evidencia pobreza y el consiguiente abandono propio de ese acontecer. No había recursos suficientes a los que pudiéramos echar mano. Asimismo, las fachadas de las casas y las calles, algunas hasta sin aceras, pura tierra y muy pocas adoquinadas, presentaban una imagen deprimente. Denotaban cierto aspecto de suciedad, aunque las casas por dentro pudieran presumir de pulcritud y esmero, era la estampa lamentable de nuestros pueblos y sus barrios. Generalizando, no sólo en Las Islas Canarias, también en la metrópoli española y en los distintos lugares de nuestra Europa, donde se repetían las mismas escenas. Fueron tiempos muy difíciles de las postguerras... No había medios económicos suficientes para cambiar tan lamentables aspectos, ni forma alguna. No había trabajo estable. Pese a que algunos vivían bien, la élite, aquellas familias que podían permitirse, obviamente, vivir su mundo aparte. Lamentablemente, eran a quienes había que pedir ayuda, algún trabajo y ello a expensa de ciertos condicionantes y burdos excesos...

Como si Dios hubiera puesto su mano, el panorama cambió. Aunque siga existiendo múltiples necesidades estructurales. Los pueblos se han emancipado y se han maquillados. Las gentes parecen más pulidas, pero no es oro todo lo que reluce. En el embrión se esconde la evidencia. Aún hay mucho por hacer y ocasiones mil, para demostrar nuestra capacidad en aras de seguir progresando.

Actualmente fascinan los cambios que vivimos, algunos jamás soñados, atractivos conmovedores –aunque no los mencione, uno a uno, todos sabemos que existen y cada vez más vamos mejorando-. Sí, aún hay deficiencias, debemos insistir en ello, pero no quiero empañar este trabajo, desvelando esos guardados secretitos... La perfección no la hemos logrado, pero sí, todos juntos, trabajando con ese fin –sin distingos de colores partidistas- y en pro de nuestros pueblos, llegaremos a esa común meta patriótica. Lo demás son argucias para lograr otra clase de objetivos mal vistos...

La luz no llegaba a todos los lugares, ni el agua a todos los hogares, que tenían que buscarla fuera, a veces muy lejos. Las mujeres de entonces lo tenían muy difícil, más de lo que pudiéramos sospechar algunos. No hay homenajes, rótulos, monumentos, ni elogios suficientes, para compensarles tantos sacrificios y desconsuelos sufridos.

Recientemente, viendo la proyección de un programa televisado por un ente local, por primera vez vi. en la pequeña pantalla, otro conjunto de fotos de gentes de antes; y al reconocer a muchos de ellos, de cuando éramos muchachos y menos mayores; y saber que ya no están entre nosotros, he vivido unos momentos de pena por el profundo dolor sentimental que sólo el silencio calma. Se han ido para siempre, así como todos tenemos que irnos también, por designio de nuestro destino... En realidad, ¡uno se va sintiendo cada vez más solo, se han ido tantos! Los conocidos, algunos, aunque nunca hayamos tenido ni el menor trato, en vida, debiéramos acercarnos más y ganarnos el afecto que al final les vamos a echar de menos, cuando se hayan ido. Y vamos a sufrir su ausencia, que es, precisamente, lo que me ha ocurrido a mí ahora, al reconocerles en esas fotos publicadas.

Anoche estuve hablando con una señora mayor, muy querida en nuestra ciudad. Hablamos un buen rato de cómo era nuestro querido pueblo. En todo coincidimos, no hubo discrepancias. Recordamos, cómo hasta se pasó hambre. Cuando los vecinos iban llamando de puerta en puerta, en las casas para pedir “prestado” gofio, azúcar, etc. Y quienes tuvieran y pudieran dar, jamás lo negaron. ¡Había tal concepto de la solidaridad!.. Ello nos valió para que los pueblos sin recursos ni alternativa posible, pudieran ser lo que son hoy.

Al hambre se asociaron las enfermedades... No había, a veces, ni los medicamentos necesarios, ni dinero para comprarlos. Dramas para jamás olvidarlos y que no se repitan...

Nuestra idiosincrasia ha salvado la imagen reveladora de nuestro entorno cívico y social, nos ha permitido compartir lo poco que siempre hubiéramos tenido, y, como en el Evangelio:...”los panes y los peces se multiplicaron” siempre hubo para todos.

Y con esa verdad resurgimos, con nuestro trabajo y el respeto hacia nuestros semejantes.

Surcamos la tierra en los campos, sembramos y recogimos cosechas regulares, tan necesarias para nuestra subsistencia. Así comenzó a crecer Puerto de la Cruz, con la ayuda de Dios, nuestro trabajo y los mejores propósitos: luchar sin descanso, y en los demás pueblos, villas y ciudades, donde hubieran las mismas carencias, donde existe aún en algunos lugares, la triste huella del abandono y el desconcierto. Ya que, aún hay pobres en nuestras calladas islas, pacientes y sumisas.

martes, 16 de febrero de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

SÓLO DESEABA VERLA

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Mientras cae la pertinaz lluvia sobre los rojos tejados, que atisbo desde mi ventana, percibo el grato olor a tierra mojada, a hierba fresca y el perfume de las flores. Escucho el lejano aletear de las aves que a refugiarse vienen alborotadas, a posarse cerca de mí, sacudiendo de sus plumas el agua. Mas, la lluvia sigue cayendo, en la calle, en el jardín... Ya comenzaba a correr con fuerzas desenfrenadas, formando pequeños riachuelos que iban desbordándose arrastrando todo a su paso, alejándose a su loco albedrío. La lluvia borró la imagen encantada en el subconsciente mío y al dulce sueño puso fin.

Yo estaba viéndola jugar con los tersos pétalos de sus rosas... Se paseaba como una diosa, parsimoniosa, y cuando me miraba sonreía, que, desde lo alto, donde yo estaba felizmente, la veía entre fragancias de olorosas flores que tanto abundaban en el diminuto y soleado huerto...

Bajé obstinadamente, aunque aun llovía, ahora más recio, más fuerte. Caminé bajo la inclemente lluvia y, entre inevitables jadeos, cual fuera una razón importante en mi vida, la estuve buscando, pisando el lodazal, entre piedras y barro; murmuré no sé qué, fue una maldición, al tropezar con algo insospechado, y seguí caminando, destilando agua por doquiera y algunas discretas lágrimas, cual lastimada fuente. Miré hacia la distante ventana, y las aves, blancas palomas, me acechaban. Una de ellas abrió sus mojadas alas y me seguía mirando... Sentí que me daba vuelcos el corazón, y como yo siguiera visiblemente afectado, voló hacia mí, posándose en mi mano, que, instintivamente la llamaba. Se arrulló tiernamente cuando las alas cerraron, comenzando luego a jugar y como queriendo decir algo buscaba llamar mi atención. Cuando acaricié su diminuto cuello y el suave dorso, se echó irresistiblemente, fingiendo, tal vez, que dormía y se dejó acariciar por mi impulso humano.

La lluvia seguía arreciando, luego la brisa fría de la montaña, la lluvia y la enérgica brisa me impedía seguir en el jardín y tuve que refugiarme en el interior de la casa. Encendí la lumbre y me abrigué con lo primero que hallé a mano. La extraña paloma había vuelto a la ventana, deteniéndose en ella, aunque por poco tiempo, luego voló... Me quedé solo, pensando largamente, reconstruyendo su imagen delicada, sutil y misteriosa. Recordé la otra imagen, ella jugando con los pétalos de las rosas y siempre sonriéndome; viéndole caminar silenciosa, como la blanca paloma mirándome. ¡Ay, haberla tenido en mis manos, haberla besado y haberla anidado!...

La lluvia seguía cayendo en la calle y sobre los rojos tejados. En el jardín había un silencio profundo, todo estaba triste tras los cristales mojados. Mirando hacia abajo, sólo pude ver que el agua persistía, sólo había tierra mojada, flores mojadas y de barro salpicadas. Y, en mi corazón, aumentaba el triste deseo de hallarla, siquiera para decirle cuanto la quise y que recuerdo cada instante vivido con ella, con demencial respeto, eso, considerando que el tiempo ha pasado, que, aunque en mí haya dejado la pena y el desconcierto natural por su injustificada huida y echándole todos los imaginables cerrojos a su dulce corazón para que nunca más la alcanzara, aun así la sigo queriendo.

Ahora, si quiero verle, que aunque poco tenga que ofrecerle le daría todo mi amor... Ya nada me interesa tanto, que, aunque revienten los más inclementes vientos sobre la faz de la tierra y lo destruyan todo, siempre seré para ella el más fiel y resignado de los enamorados. Que si antes le quise, hoy sólo deseaba verla para confirmárselo. Pero, volvieron las lluvias y las crueles tempestades para dificultar mis humanas intenciones y como tantas veces ocurre, me veo obligado a renunciar, aunque persista mi noble deseo, de que antes de partir, pueda decirle que aun espero, obcecadamente, volver hallarle...