jueves, 4 de marzo de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

LOS TIEMPOS DE LA EFÍMERA VIDA

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Siguiendo el curso indeclinable del tiempo, un tanto poseídos por sus severas influencias, pasemos sin detenernos por los senderos de la vida; atrás va quedando el espectral murmullo, con evidentes énfasis, de otras horas vividas, algunas de ellas, caídas en el olvido y el abandono. Aquellas cadencias que dejaron las brisas que nos acompañaron en el largo trayecto andado, fueron como dulces notas de sutiles sinfonías, que nos trajeron, a priori, recuerdos de lejanas vivencias y despertaron en nuestro espíritu clamorosos momentos irrenunciables. Sólo evocándoles podemos identificarnos con ellos y repasarlos, cual si fueran hojas de un viejo manuscrito, ya amarillentas y carcomidas...

En esa aventura nos enrolamos cautelosamente; como si no fueran nuestros los episodios que hemos vivido a lo largo de tanto tiempo. Mas, hoy mendigamos esas vivencias con el irresistible deseo de los profundos sentimientos. Ahora todo parece más turbio y difuso, igual que los cristales de las vetustas ventanas… Como las aguas del solitario manantial y la línea divisoria, entre el mar y el cielo. Y en las páginas sueltas de aquel diario, cuando intentamos leerlas una vez más, sentimos la sensación de estar leyendo su inconfundible letra, es, como lo son las arenas movedizas abatidas por el viento; y confundimos en nuestro negligente empeño, cuando hablan de nosotros, en ese laberinto grafico que no acertamos a comprender, su transformación, pues, son todo los signos escritos como el tímido soplo de la brisa que nos acaricia. La vida, al cabo del tiempo, va traduciéndosenos sólo a eso, caminar por los viejos senderos que nos brinda la imaginación; ir buscando, aunque sea inútilmente, los causes amados, el familiar silbido de aquellas brisas imantadas de notas sentimentales que tratan de alegrar nuestro entorno. Y, aquellos claros de Luna...
Y las lluvias aquellas, cuando nos brindaban la oportunidad de estar más juntos y sentir el calor de nuestros cuerpos...

Si, entiendo que todo tiene un límite, que nada es imperecedero y nada nos pertenece, que vivimos engañados… Que si estamos en este mundo, debe ser por pura casualidad, sólo nos resta desenvolvernos de la manera que mejor podamos, crecer y crecer, luego sufrir la tenaz transformación e ir marchitándonos y caer, como la flor que lo ha dado todo y que nada ni nadie ya le consuela. Las brisas, quizás nunca nos abandonen, nuestro espíritu se sostendrá en sus ondas etéreas de apariencias cenitales y nos lleven hacia el infinito, flotando en su cálido remanso de perfumadas somnolencias.

A veces nos aterra mirar con insistencia las cosas que nos rodean, máxime cuando vemos derrumbarse tantas pertenencias del pasado y transformarse, según se les antoje a los "cerebros" sociales de turno; luego nos están rompiendo los senderos que tantas veces, antes, hemos andado... Y echan abajo verdaderas joyas arquitectónicas, como son, las pintorescas y representativas casonas de pretéritas generaciones. También la gente se va, cada vez con más frecuencia, y así mismo, nos vamos sintiendo irremediablemente solos. Entonces, la agonía que sentimos es gradual, a medida que insistimos en nuestras reflexiones, la pena nos abruma....

Viendo hacia afuera, ni las calles son las mismas, ni aquellos típicos rincones, ni la propia gente, ¡todo ha cambiado tanto! Sólo nos queda el consuelo, entre tantas dudas y confusiones, de saber que Dios no nos abandonará en nuestra desesperación final. Considerando todas las cosas buenas de esta vida, hay que luchar por conseguirlas, debemos estar conscientes de ello, y la verdad es, que, si no estamos con El ahora, no lo estaremos nunca. Y, ¿qué sería de nosotros entonces? ¿A dónde iría nuestra alma?

Veámoslo, con resignación y objetividad, sin apartarnos de la verdad, vivamos todos los momentos de nuestra vida -insisto- amándonos, que la divinidad del amor es la fuente milagrosa de nuestra salvación. Resignémonos al ver, cómo todo se nos ha ido alejando, que nos vamos quedando huérfanos en este mundo, sin nada que nos pueda servir de algo.

El alma es infinitamente frágil, ligera de todo peso para poder llegar al Edén, más ligera que las brisas, para poder ir con ellas. Y todo lo que hayamos amado y cuantos recuerdos gratos tengamos, su viejo diario, sus sonrisas y las lágrimas derramadas, todo ese sentimental bagaje, estará esperándonos en la nueva morada.

Ahora, sólo nos resta prepararnos para ese viaje inminente. Amémonos, pues, los unos a los otros, perdonemos las ofensas de nuestros enemigos y a nuestros deudores y que seamos perdonados. Elevemos, pues, nuestras oraciones al Cielo y esperemos...

No hay comentarios: