PASADO Y PRESENTE DEL PUERTO DE LA CRUZ
ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros
Viendo documentales de pretéritas épocas y luego, fotografías antiguas, también de nuestros pueblos canarios, verdaderamente, se observa la existencia de un gran abismo que separa los cambios experimentados a través del tiempo. La realidad de entonces, evidencia pobreza y el consiguiente abandono propio de ese acontecer. No había recursos suficientes a los que pudiéramos echar mano. Asimismo, las fachadas de las casas y las calles, algunas hasta sin aceras, pura tierra y muy pocas adoquinadas, presentaban una imagen deprimente. Denotaban cierto aspecto de suciedad, aunque las casas por dentro pudieran presumir de pulcritud y esmero, era la estampa lamentable de nuestros pueblos y sus barrios. Generalizando, no sólo en Las Islas Canarias, también en la metrópoli española y en los distintos lugares de nuestra Europa, donde se repetían las mismas escenas. Fueron tiempos muy difíciles de las postguerras... No había medios económicos suficientes para cambiar tan lamentables aspectos, ni forma alguna. No había trabajo estable. Pese a que algunos vivían bien, la élite, aquellas familias que podían permitirse, obviamente, vivir su mundo aparte. Lamentablemente, eran a quienes había que pedir ayuda, algún trabajo y ello a expensa de ciertos condicionantes y burdos excesos...
Como si Dios hubiera puesto su mano, el panorama cambió. Aunque siga existiendo múltiples necesidades estructurales. Los pueblos se han emancipado y se han maquillados. Las gentes parecen más pulidas, pero no es oro todo lo que reluce. En el embrión se esconde la evidencia. Aún hay mucho por hacer y ocasiones mil, para demostrar nuestra capacidad en aras de seguir progresando.
Actualmente fascinan los cambios que vivimos, algunos jamás soñados, atractivos conmovedores –aunque no los mencione, uno a uno, todos sabemos que existen y cada vez más vamos mejorando-. Sí, aún hay deficiencias, debemos insistir en ello, pero no quiero empañar este trabajo, desvelando esos guardados secretitos... La perfección no la hemos logrado, pero sí, todos juntos, trabajando con ese fin –sin distingos de colores partidistas- y en pro de nuestros pueblos, llegaremos a esa común meta patriótica. Lo demás son argucias para lograr otra clase de objetivos mal vistos...
La luz no llegaba a todos los lugares, ni el agua a todos los hogares, que tenían que buscarla fuera, a veces muy lejos. Las mujeres de entonces lo tenían muy difícil, más de lo que pudiéramos sospechar algunos. No hay homenajes, rótulos, monumentos, ni elogios suficientes, para compensarles tantos sacrificios y desconsuelos sufridos.
Recientemente, viendo la proyección de un programa televisado por un ente local, por primera vez vi. en la pequeña pantalla, otro conjunto de fotos de gentes de antes; y al reconocer a muchos de ellos, de cuando éramos muchachos y menos mayores; y saber que ya no están entre nosotros, he vivido unos momentos de pena por el profundo dolor sentimental que sólo el silencio calma. Se han ido para siempre, así como todos tenemos que irnos también, por designio de nuestro destino... En realidad, ¡uno se va sintiendo cada vez más solo, se han ido tantos! Los conocidos, algunos, aunque nunca hayamos tenido ni el menor trato, en vida, debiéramos acercarnos más y ganarnos el afecto que al final les vamos a echar de menos, cuando se hayan ido. Y vamos a sufrir su ausencia, que es, precisamente, lo que me ha ocurrido a mí ahora, al reconocerles en esas fotos publicadas.
ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros
Viendo documentales de pretéritas épocas y luego, fotografías antiguas, también de nuestros pueblos canarios, verdaderamente, se observa la existencia de un gran abismo que separa los cambios experimentados a través del tiempo. La realidad de entonces, evidencia pobreza y el consiguiente abandono propio de ese acontecer. No había recursos suficientes a los que pudiéramos echar mano. Asimismo, las fachadas de las casas y las calles, algunas hasta sin aceras, pura tierra y muy pocas adoquinadas, presentaban una imagen deprimente. Denotaban cierto aspecto de suciedad, aunque las casas por dentro pudieran presumir de pulcritud y esmero, era la estampa lamentable de nuestros pueblos y sus barrios. Generalizando, no sólo en Las Islas Canarias, también en la metrópoli española y en los distintos lugares de nuestra Europa, donde se repetían las mismas escenas. Fueron tiempos muy difíciles de las postguerras... No había medios económicos suficientes para cambiar tan lamentables aspectos, ni forma alguna. No había trabajo estable. Pese a que algunos vivían bien, la élite, aquellas familias que podían permitirse, obviamente, vivir su mundo aparte. Lamentablemente, eran a quienes había que pedir ayuda, algún trabajo y ello a expensa de ciertos condicionantes y burdos excesos...
Como si Dios hubiera puesto su mano, el panorama cambió. Aunque siga existiendo múltiples necesidades estructurales. Los pueblos se han emancipado y se han maquillados. Las gentes parecen más pulidas, pero no es oro todo lo que reluce. En el embrión se esconde la evidencia. Aún hay mucho por hacer y ocasiones mil, para demostrar nuestra capacidad en aras de seguir progresando.
Actualmente fascinan los cambios que vivimos, algunos jamás soñados, atractivos conmovedores –aunque no los mencione, uno a uno, todos sabemos que existen y cada vez más vamos mejorando-. Sí, aún hay deficiencias, debemos insistir en ello, pero no quiero empañar este trabajo, desvelando esos guardados secretitos... La perfección no la hemos logrado, pero sí, todos juntos, trabajando con ese fin –sin distingos de colores partidistas- y en pro de nuestros pueblos, llegaremos a esa común meta patriótica. Lo demás son argucias para lograr otra clase de objetivos mal vistos...
La luz no llegaba a todos los lugares, ni el agua a todos los hogares, que tenían que buscarla fuera, a veces muy lejos. Las mujeres de entonces lo tenían muy difícil, más de lo que pudiéramos sospechar algunos. No hay homenajes, rótulos, monumentos, ni elogios suficientes, para compensarles tantos sacrificios y desconsuelos sufridos.
Recientemente, viendo la proyección de un programa televisado por un ente local, por primera vez vi. en la pequeña pantalla, otro conjunto de fotos de gentes de antes; y al reconocer a muchos de ellos, de cuando éramos muchachos y menos mayores; y saber que ya no están entre nosotros, he vivido unos momentos de pena por el profundo dolor sentimental que sólo el silencio calma. Se han ido para siempre, así como todos tenemos que irnos también, por designio de nuestro destino... En realidad, ¡uno se va sintiendo cada vez más solo, se han ido tantos! Los conocidos, algunos, aunque nunca hayamos tenido ni el menor trato, en vida, debiéramos acercarnos más y ganarnos el afecto que al final les vamos a echar de menos, cuando se hayan ido. Y vamos a sufrir su ausencia, que es, precisamente, lo que me ha ocurrido a mí ahora, al reconocerles en esas fotos publicadas.
Anoche estuve hablando con una señora mayor, muy querida en nuestra ciudad. Hablamos un buen rato de cómo era nuestro querido pueblo. En todo coincidimos, no hubo discrepancias. Recordamos, cómo hasta se pasó hambre. Cuando los vecinos iban llamando de puerta en puerta, en las casas para pedir “prestado” gofio, azúcar, etc. Y quienes tuvieran y pudieran dar, jamás lo negaron. ¡Había tal concepto de la solidaridad!.. Ello nos valió para que los pueblos sin recursos ni alternativa posible, pudieran ser lo que son hoy.
Al hambre se asociaron las enfermedades... No había, a veces, ni los medicamentos necesarios, ni dinero para comprarlos. Dramas para jamás olvidarlos y que no se repitan...
Nuestra idiosincrasia ha salvado la imagen reveladora de nuestro entorno cívico y social, nos ha permitido compartir lo poco que siempre hubiéramos tenido, y, como en el Evangelio:...”los panes y los peces se multiplicaron” siempre hubo para todos.
Y con esa verdad resurgimos, con nuestro trabajo y el respeto hacia nuestros semejantes.
Surcamos la tierra en los campos, sembramos y recogimos cosechas regulares, tan necesarias para nuestra subsistencia. Así comenzó a crecer Puerto de la Cruz, con la ayuda de Dios, nuestro trabajo y los mejores propósitos: luchar sin descanso, y en los demás pueblos, villas y ciudades, donde hubieran las mismas carencias, donde existe aún en algunos lugares, la triste huella del abandono y el desconcierto. Ya que, aún hay pobres en nuestras calladas islas, pacientes y sumisas.
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