jueves, 3 de septiembre de 2009

ANGELOS,

SIETE DÉCADAS DESPUÉS

ARTÍCULO DE: Ciudadanos por la Constitución

Les confieso que me es difícil sustraerme a esta efeméride. Supongo que es lo malo de estar enamorado de la Historia: las fechas no son mudas, sino que susurran, como el gemido del viento cuando se cuela por los resquicios de una casa para traernos sus malos recuerdos.

Si, como en esta ocasión, el aniversario es redondo (curiosa fijación decimal), parece que los fantasmas del pasado salen de sus sepulcros para sentarse a nuestra mesa y narrarnos lo que vivieron, como nuestros abuelos con sus “batallitas”, solo que con una diferencia: aquellos no son tan entrañables y podemos sentir como clavan sus ojos en nuestras espaldas, burlonamente, sabedores de que repetiremos los mismos errores que ellos por no haberlos escuchado, tan engreída es la generación de hoy… pero no menos que las anteriores. Errare humanum est. Nadie escarmienta en cabeza ajena.

Convulsa Europa por aquellos días. Tanto se ha escrito para saber tan poco, porque se intuye más probablemente de lo que se ha llegado a conocer. El sanguinario stalin había llegado a un pacto de no agresión con los alemanes, en ese empeño de desviar hacia el Occidente europeo un conflicto que lo desangrase para adueñarse luego de los despojos, como hicieron los bizantinos con las invasiones bárbaras. Ya lo intentó stalin y casi lo logró con la república revolucionaria española y la posterior guerra civil. Todo su afán era debilitar a las democracias liberales en un eventual enfrentamiento con el nazismo… y quedarse después con el lote completo por medio de la komintern. El astuto dictador comunista había asesinado a millones de seres humanos, pero su marketing político era más efectivo que el del líder alemán. Pablo Neruda le elogió en alguna de sus composiciones, como también hizo Rafael Alberti. Es triste comprobar como el genio no es infalible al escoger un objeto de inspiración, quizás para prostituirse. Paradójicamente, stalin había matado más comunistas que cualquier persecución anticomunista, y sin embargo, despertaba un culto a su persona superior al del führer. Este, tras la purga de las SA, no volvió a arremeter contra los suyos, salvo al final de la contienda, donde las conspiraciones, reales o ficticias, comenzaron a rondar su círculo más cercano.

Sucedió lo impensable, y sorprendió con el paso cambiado a muchos. El tratado germano-soviético fue realmente un reparto de Polonia. La orden de stalin fue clara: los comunistas no debían resistirse a la invasión alemana. Incluso colaboraron eficazmente, como se deduce del vergonzoso comportamiento del partido comunista francés, que solamente engrosó la resistencia cuando la urss fue invadida. La correa de transmisión que fue la komintern funcionó con precisión en toda Europa, abandonando a su suerte a la república revolucionaria, proyecto de “soviet” español, que ya había perdido la guerra civil. Simultáneamente, tanto nazis como comunistas fueron desmarcándose del conflicto hispano: el tablero de ajedrez se desplazaba a otros lugares. El Reino Unido e Italia no deseaban la conflagración, por lo menos no una directa y las cancillerías se movieron incesantemente. Estados Unidos todavía seguía sin ver la salida a la Gran Depresión, por mucho que hoy se admire inmerecidamente a Roosevelt y a su “New Deal”. Y Francia estaba convencida de que su ejército era el mejor de Europa, parapetada tras la “línea Maginot”, no tenía nada que temer mientras los engullidos por el “lebensraum” fueran austriacos o checoslovacos de los Sudetes.

Fue Alemania la que invadió Polonia para ocupar “su” parte en la madrugada del día 1 de septiembre de 1939, establecida en el pacto de no agresión, también denominado “Molotov-Ribbentrop” y que fue rubricado finalmente un poco antes, el 23 de agosto, para ser preciso. La “entente cordiale” franco-británica se puso en marcha para auxiliar a su aliado polaco, que resistió menos de lo cabía suponer: Varsovia cayó el 8 de septiembre; y el 17, los soviéticos dieron la puntilla a la resistencia polaca para ocupar su parte del botín territorial. Pero los aliados no se atrevieron a declarar la guerra a la unión soviética, lo que supuso un agravio comparativo ya que en ese momento y strictu sensu, ellos estaban aliados a los alemanes. Ese es un oscuro punto más del conflicto que sacudió el mundo, como los salvajes bombardeos sobre la población civil, practicados por los nazis pero superados por las potencias victoriosas (en Dresde, Hamburgo y Tokyo, sin olvidar las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki); o la excesiva obsequiosidad occidental hacia stalin en las conferencias de Teherán, Yalta y Postdam, por citar unos ejemplos.

Pero este “Comentario” no pretende ser exhaustivo: el lector podrá hallar innumerables obras acerca de este suceso histórico que segó la vida de millones de inocentes y marcó indeleblemente la de los supervivientes. Pretende ser un breve ensayo retrospectivo sobre lo que pasó tras su final.

Y lo que pasó es que los Estados Unidos salieron de la Gran Depresión merced a la demanda exponencial que le llevaron los pedidos de guerra, lo que pasó fue que stalin pudo enseñorearse de media Europa y que si no la sojuzgó entera fue gracias a los propios norteamericanos, que se quedaron para protegerla y gracias a un general que ya les venció en la península ibérica. Lo que pasó es que Europa quedó arrasada, mutilada y sin posibilidad de levantar cabeza, partida nuevamente en dos, con el comunismo en expansión por todo el globo. Lo que pasó es que se desató hasta el infinito el intervencionismo keynesiano articulado en instituciones supranacionales (F.M.I., Banco Mundial) y un organismo inoperante para evitar guerras (la ONU), pero sospechosamente activo para obligar a sus estados miembro a aplicar políticas neomaltusianas en favor del aborto, de la eutanasia y ser el embrión de un turbio “gobierno mundial” (¿acaso la “sinarquía”?). Lo que pasó es que los estados fueron hurtando cada vez más espacio al ciudadano para convertirlo en un elemento dócil y obediente. Lo que pasó es que, desde entonces, una buena maquinaria mediática puede disfrazar la impostura para ser objeto de consumo de masas. Lo que pasó es que se acabó el paro que generó la Gran Depresión porque fue absorbido por más de sesenta millones de tumbas, (sin contar las purgas estalinistas en los países que tuvieron la desgracia de caer en el bloque comunista, ni las víctimas del gulag soviético).

Obviamente, después se llegó al “pleno” empleo. Procuren no intranquilizarse demasiado…

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