lunes, 30 de noviembre de 2009

ART. DE UN PORTUENSE,

LA AVENTURA DE LOS AÑOS QUE HAN PASADO

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Oyéndole, cómo desgranaba recuerdos tras recuerdos, pretéritas vivencias compartidas, hace hoy, más de cuarenta y cinco años, por momentos sentí desgarrárseme el corazón, como si se encogiera dentro del pecho. Después de todo ese tiempo que ha estado ausente, viviendo en Alemania, donde contrajo matrimonio con una encantadora alemana, nunca olvido a su querido Tenerife; y, esporádicamente, viene a su terruño de vacaciones.

La anterior vez que le vi aquí, en su Puerto de la Cruz, estuvimos largo rato juntos, hablando del pasado y del presente, sin mencionar, para nada, el futuro... Entonces era otro hombre, aquella chispa de buen humor, me obligaba a recordar nuestra lejana juventud, ya que desde entonces éramos amigos. Un muchacho excelente, todos le querían por su modo afable de ir por la vida, respetando a los demás y dando lo mejor de sí, con lo que se ganaba la confianza y el cariño de aquellos que le tratábamos. Entonces era un joven alegre y despreocupado, vivir la vida era su único afán, gozarla dentro de sus posibilidades sin dañar a nadie. Él iba por su lado en pos de sus apetencias personales, y cuando volvía de sus aventuras, era siempre el mismo, reservado y prudente, sin jactancias pedantes que le hicieran diferente. Cada uno de nosotros tenía su brújula íntima y nunca nos perdíamos en el acostumbrado andar por la vida.

Transcurridos tantos años, a pesar de ello, le reconocí y advertí su normal deterioro. Los años no pasan en balde, pero su voz era la misma. Nos alegramos mutuamente por habernos encontrado.

Escudriñando su cansada mente quise llegar al profundo foso de su conciencia; y sólo hallé en ese vital abismo, proyectada la accidental impresión que para él yo le estaba causando. Y me vi en el espejo de la vida, igual de viejo y cansado. Nos lamentábamos de las mismas necesidades, ya que todo había cambiado en nuestro entorno... Ayer éramos jóvenes, éramos inagotables, soñadores y aventureros. El mundo era nuestro, todo nos sonreía y cada instante era sensacional. Era todo más vivo y diáfano, los campos más alegres; y las orillas de nuestras playas, el comienzo ilusionado de tantos sueños que se hicieron a la mar en su momento oportuno, como olas que se alejan.

¡Amigo, - me decía con melancólico sentimiento - no vengo más a mi lugar de origen! Si vieras, ¡qué sólo me hallo! Me siento como un extraño en mi propia tierra, casi no conozco a nadie. Me ha ocurrido, estando sentado en la Plaza del Charco, mirando ansioso en todas las direcciones, por si veo a alguien conocido, para saludarle, para hablar un rato y enterarme de nuestras cosas... Y se me saltan los ojos de sus cuencas, sin ver a nadie conocido. Sólo hay caras distintas de nacionalidades diversas, rostros desconocidos que aumentan mi angustia. Si, como si fuera un extraño... Nadie se fija en mí; y yo, sin embargo busco en cada uno de ellos, una sonrisa amable, saber que me han reconocido y se alegran al verme. Como me ha ocurrido contigo, amigo mío, que me has hecho feliz al pronunciar mi nombre con tanto calor y afecto, apenas nos hemos visto. También has cambiado físicamente, pero eres el mismo, aquel muchacho de entonces, sensible y generoso...

* Ciertamente, no he vuelto a verle por acá, como no gozaba de buena salud es posible que se haya quedado en Alemania para siempre y ello me causa tristeza… Cuando uno va haciéndose más viejo nos hacemos también terriblemente sensibles y la pérdida de un amigo la sentimos considerablemente, pareciera que antes de irse hubiera dejado aquellas vivencia, los gratos recuerdos, a nuestro cuidado para que nunca mueran y las consulte alguna vez como si estuviéramos juntos, aunque seamos tan viejos físicamente… Por eso hoy le estoy dedicando estas líneas para que sepa que aquí siempre se hallará entre sus buenos amigos, como en los viejos tiempos. La solitaria mañanera de la Plaza del Charco será fiel testigo de nuestra lealtad, siempre estaremos juntos.

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