miércoles, 16 de diciembre de 2009

ART. DE UN PORTUENSE,

LAS DELICIAS DEL NORTE DE TENERIFE

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Cuando en toda Europa las nevadas son copiosas, inclusive en España, esta mañana al comenzar el día y al asomarme a la ventana que da hacia el exterior, las montañas estaban despejadas, el cielo estaba limpio y con su característico color azul que transmite una vigorosa sensación de bienestar increíble.

En pleno mes de diciembre, el Puerto de la Cruz y todo el Norte de Tenerife, pareciera que viviéramos en plena primavera. Por doquiera están reverdecidos los árboles, arbustos y plantas, los jardines, terrazas y las plazas, florecidas y los caminos alegres. El Teide, hoy amaneció con algo de escarcha en su elevada cúspide, mas, en un par de días estará todo blanco y aunque en su bellísimo entorno haya nevado, a escasos kilómetros, en la ciudad turística, las piscinas y sus playas estarán a tope con una temperatura de 22º aproximadamente; y la vestimenta de los ciudadanos la propia de un normal verano.

Parece como si les estuviera mintiendo, nada mas lejos de la realidad, son mis intenciones sólo exteriorizarme, manifestarme ya que callar no puedo. Mi tremenda admiración por estas circunstancias, a veces tan poco comunes lejos de aquí, me condiciona a ser sincero. Los portuenses tal vez no sepamos valorar en su justa medida, los factores en conjunto que adornan a nuestra singular ciudad por el sólo hecho de estar viéndola todos los días… A quienes vienen de afuera a visitarnos, sí suele cautivarles, valoran a primera vista los detalles urbanísticos, los románticos rincones que aún conservamos. Y tantos encantos más que difícilmente pasan desapercibidos. Disfrutan en esas mágicas circunstancias que se viven en tan reducido y poético espacio lleno de fantasías, luces y aromas naturales. Donde concurren los efluvios marinos, con aquellos que llegan de nuestras cumbres y laderas, de los brezales y retamas en flor, de malvas silvestres y el de los almendros…

Donde quiera que me detenga, en sus calles, siento que se me escapa la mirada con el alma en busca de viejos vestigios, trozos de tiempos pasados, cuando el Puerto de la Cruz sólo era un pequeño pueblo, no tan compacto y moderno como es hoy. Entonces sus bellezas resaltaban más, había más tiempo disponible y sosiego para poder detenernos y escudriñar, adentrarnos en aquellos lugares tan familiares y acogedores, siempre circundados por nuestras bellas plataneras y cuyos muros de demarcación entre ambas, eran decorados por los zarzales y de entre ellos brotaban aquellas hermosas rosas y culantrillos a todo lo largo de los mismos junto con los geranios.

La atargea llevando el agua cristalina para el riego; y el laborioso campesino distribuyéndola por los distintos canteros para regar los esbeltos plantones.

Son imágenes que no mueren y están grabadas en nuestras viejas retinas…

Entre las plataneras pasaba el polvoriento camino que nos llevaba desde la parte alta hacia el Puerto y que hoy, difícilmente, ya no vemos como antaño, las graciosas alpispas saltando y los tabobos, que abundaban buscando alimentos, como eran las larvas del estiércol y algunas semillas desparramadas en lugares diversos de la fértil tierra del verde platanar; y esas insignificantes visiones, cómo nos transportan al pasado y retrocedemos en el tiempo y, cómo los recuerdos afloran y van poblando a la mente de tantos acontecimientos… Los perros sueltos cuidando la tierra, hoy proyectados en mi memoria, presas canarios, cuya fisonomía impone tanto respeto, nos mantenía a raya.

Digo, cualquier motivo, al referirme a aquellas experiencias vividas, que por insignificantes que parecieran y que estemos recordando ahora, nos ayudan y nos hacen revivir pretéritas épocas que han quedado muy atrás con el tiempo vivido. Hoy sería tan distinto, sin embargo la lucha sigue y habrá momentos gratos, indudablemente, que el camino, al menos parece largo…

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