lunes, 18 de enero de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

CABALLO VIEJO TROTANDO POR LOS CAMINOS…

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

A veces repaso con empeño los recuerdos como una necesidad que debo atender, que me obliga a extasiarme en ellos, como si a un trozo de mi vida la viera flotar en medio de un inmenso mar de confusiones y quisiera atraerla hacia mí al pensar que me pertenece y sin querer aceptar que ahora forma parte del pasado, que son despojos de una realidad que va sufriendo una metamorfosis ineludible de tiempo y vida que se estaciona en la fría parcela del espacio perdido, de pretéritos momentos que se nos van alejando...

Sólo queda el consuelo de la evocación, ese recurso emotivo y amoroso del deseo y el respeto por hallar en el tiempo el calor de aquellos días que se me fueron y que en mi alma han dejado una marca para siempre.

A veces, parece que ese irrefrenable impulso de la vida no ha pasado, que todo está como fuera al principio, la parte alta y la parte baja, con aquellos enternecedores elementos que adornaban el entorno del municipio de Los Realejos, que había cambiado muy poco desde cuando yo era un muchacho y con los amigos de entonces subíamos a Las Fiestas del Carmen o los acostumbrados bailes de turno señalados. Recuerdo con recatada emoción los lugares, nuestras carencias económicas, aquellos trances que no nos podían impedir, a pesar de todo, que buscáramos nuestra felicidad, pero que sí nos restaba poder para actuar como en realidad deseábamos. Las posibilidades eran reducidas, pero nuestro entusiasmo de juventud atrevida nos daba fuerzas de rebeldía que remontaban todas las alturas por severas que estas fueran... Recuerdo ir caminando por sus calles y detenerme en más de una ocasión para admirar aquellas casas viejas cargadas de historia y tipismo, con alegres zaguanes y lo que a través de sus amplios portones se podía ver: soleados patios colmados de plantas nobles cuyas flores de distintos colores deleitaban y transmitían un sentimiento especial... Y las bellas muchachas en su ir y venir, dejaban siempre una sonrisa ilusionada...

Han pasado muchos años desde entonces, nuestros pueblos han crecido y su gente ha sabido conquistar nuevas metas, hoy hay otros esquemas que diferencian las épocas que nos han tocado vivir... Creo que algo hemos avanzado en el polémico y ruboroso marco de nuestra política social y cultural. También se ven, precisamente hoy, viejas huellas de otras culturas que nos están señalando hitos que el tiempo no borra, o al menos no pueden arrebatárnoslas despiadadamente como cosas muertas, ¿que es entonces la historia sin esos valores que compensan la precariedad del presente? Razón de más para el análisis que estamos obligados hacer como responsables de nuestras nostálgicas aspiraciones.

En el recuerdo y el placer de aquellas vivencias en la Villa de Los Realejos, desde antes de cuando allí vivía y compartía mi actividad profesional; hallé en esa contemplación una mezcla de satisfacciones que me devolvieron, cuando el tiempo ya había pasado, de la vida la alegría de haberlas vivido. En mi mente aparecen caras conocidas de tanta gente y parece, aferrándome a esos gratos recuerdos, que no ha pasado esa etapa de la vida tan veloz y que todo fue ayer. Que no ha cambiado nada en los distintos lugares. Como si nadie se hubiera ido y los muchachos de antes no hubieran envejecido... Hoy lo vivo más intensamente y con marcada pena al comprobar que sí ha cambiado todo, no están los mismos que dejé... Si fuera a convocarles faltarían muchos a la cita. Ni las calles son iguales, aunque algo habrá que no haya cambiado, aquellos rincones que me decían tanto cuando viéndolos me extasiaba a lo largo de los exóticos caminos de su urbe, ellos despiertan en mí recuerdos con tal inocencia y apego, como no queriendo morir… y están señalando penas y glorias de ese pasado imperecedero en mi memoria. La identidad de pretéritas generaciones que nos vieron nacer y donde se iniciaron los juegos de nuestra infancia y se fraguaron las primeras ilusiones de nuestra vida. Son, las típicas y viejas casonas que aún quedan, con soleadas veredas... La rústica talla en cuya sombra el agua se conservaba fresca y limpia de impurezas. Los cacharros aún sembrados de geranios que también han ido reproduciéndose después de que los sembraran aquellos abuelos ejemplares de manos santas y corazón de ángeles... Aún quedan rincones en ese ensoñador Municipio realejero, que despiertan nuestra sensibilidad humana e inspiran amor y respeto. Todo lo demás si ha cambiado, que sea para bien, que no lo pongo en duda, pero esos emotivos rincones cuidémoslos, dicen más que mis sinceras palabras y que todas las palabras del universo entero.

Tantas horas compartidas con la gente de sus pueblos han dejado en mi conciencia algo distinto, algo que no abunda en otros lugares donde también he vivido. Me percaté de ello a poco de comenzar la nueva andadura de mi vida profesional, vi. que su gente era de carácter abierto y amistoso.

Los días fueron sucediéndose uno tras otro, luego los meses... Ese sentimiento me enriquecía sobremanera, luego veía jugar con los de ellos a mis hijos y eso me hacía tremendamente feliz. La casa donde vivía siempre me atrajo cuando estaba fuera y en ella esperaba a quiénes me necesitaran para ir a ver a sus enfermos... Es normal que diga todas estas cosas de Los Realejos, ahí quedará para siempre un trozo de mi viejo corazón, deambulando por sus calles, viendo en sus bellas plazas a la gente descasar o a los muchachos jugar, sin ser visto por nadie, ignorado por completo en la paz de mis recuerdos...

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