ARTÍCULO DE: Lorenzo de Ara Rodríguez
El rey lo aguanta todo. Y más. La Corona no está para poner mala cara. Se come el plato que le pongan en la mesa. Ni siquiera se queja ante una comida fría, demasiado fría. Los gritos, los insultos, las amenazas, aunque estén lideradas por muchachos sin inteligencia, se reciben con protocolaria naturalidad. El himno español es ninguneado y la bandera no se quema porque no hoy gasolina a mano.
La final de la Copa del Rey de baloncesto significó otro paso hacia el descalabro. La marabunta se adueña del graderío y hasta los padres acompañando a sus hijos se desgañitan para que les escuchen insultar al supuestamente todopoderoso. Es la realidad. El Rey y la reina saludan, igual que si fueran dirigidos por la mano de un prestidigitador con mucho glamour. Pero los padres de la Constitución se van retirando de la escena, así que no queda una mano prodigiosa ni una boca turulata que articule una palabra con sentido.
El Rey no le tiene miedo a la jubilación. Teme por el futuro de su vástago. El príncipe no ha hecho gran cosa. Lo que pasó en la noche del 23-F sirvió para ganar un trono, el suyo, el nuestro, pero no supuso la coronación de Felipe y doña.
El crédito de Juan Carlos es finito. Lo normal. Es un prestigio que se disipará con su retirada. A todos los efectos. El sucesor no tiene en el cuerpo, tampoco en la cabeza y menos aún en el alma, la bendición que nace de una acción memorable, heroica, institucional.
Los gritos, alaridos, las imprecaciones y los gestos chabacanos seguirán acaparando las noticias. También las reflexiones. El vocerío de las bestias se convertirá en algo normal, genuino, democrático, repulsivamente democrático.
La sucesión de Juan Carlos no es un problema. La escenificación del mal gusto tampoco. Todo se da por bueno. Natural. El nuevo milenio nos regala una maravillosa visión de las cosas. Nos admiramos porque somos tolerantes. Nos pisotean, pero tolerantemente decimos no a la acción.
El Rey nos sirve de ejemplo. La cara del insultado no es la cara de un rey pasmado, es la cara de un rey haciendo su trabajo. Aguantar.
El rey lo aguanta todo. Y más. La Corona no está para poner mala cara. Se come el plato que le pongan en la mesa. Ni siquiera se queja ante una comida fría, demasiado fría. Los gritos, los insultos, las amenazas, aunque estén lideradas por muchachos sin inteligencia, se reciben con protocolaria naturalidad. El himno español es ninguneado y la bandera no se quema porque no hoy gasolina a mano.
La final de la Copa del Rey de baloncesto significó otro paso hacia el descalabro. La marabunta se adueña del graderío y hasta los padres acompañando a sus hijos se desgañitan para que les escuchen insultar al supuestamente todopoderoso. Es la realidad. El Rey y la reina saludan, igual que si fueran dirigidos por la mano de un prestidigitador con mucho glamour. Pero los padres de la Constitución se van retirando de la escena, así que no queda una mano prodigiosa ni una boca turulata que articule una palabra con sentido.
El Rey no le tiene miedo a la jubilación. Teme por el futuro de su vástago. El príncipe no ha hecho gran cosa. Lo que pasó en la noche del 23-F sirvió para ganar un trono, el suyo, el nuestro, pero no supuso la coronación de Felipe y doña.
El crédito de Juan Carlos es finito. Lo normal. Es un prestigio que se disipará con su retirada. A todos los efectos. El sucesor no tiene en el cuerpo, tampoco en la cabeza y menos aún en el alma, la bendición que nace de una acción memorable, heroica, institucional.
Los gritos, alaridos, las imprecaciones y los gestos chabacanos seguirán acaparando las noticias. También las reflexiones. El vocerío de las bestias se convertirá en algo normal, genuino, democrático, repulsivamente democrático.
La sucesión de Juan Carlos no es un problema. La escenificación del mal gusto tampoco. Todo se da por bueno. Natural. El nuevo milenio nos regala una maravillosa visión de las cosas. Nos admiramos porque somos tolerantes. Nos pisotean, pero tolerantemente decimos no a la acción.
El Rey nos sirve de ejemplo. La cara del insultado no es la cara de un rey pasmado, es la cara de un rey haciendo su trabajo. Aguantar.
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