jueves, 4 de marzo de 2010

DESDE EL CORREDOR,

UN TEMA TABÚ

ARTÍCULO DE: Juan Del Castillo

Desde mi más remota infancia he oído hablar de la fusión Santa Cruz-La Laguna. Por asociar el tema a un evento, me viene a la memoria una boda a la asistí en San Juan , la iglesia de la Villa de Arriba orotavense, en los años cincuenta. El papá de la novia no compareció a la ceremonia. Se trataba de Isaac Cabrera, “el profesor Muyábil”, personaje de excéntricas genialidades. Se hicieron populares sus escritos en el diario La Tarde y en el semanario Canarias; a los humorísticos los denominaba “lobetas”. A lo que iba. En el enlace de su única hija estuvo representado por un primo, el prócer Domingo Cabrera Cruz (Santa Cruz de Tenerife, 1886-La Laguna, 1979) . Fue escritor, autor teatral y, en especial, orador de arrebatadores recursos. En la cuchipanda posterior, en la pina calle de San Juan, donde tenía su casa, mi padre me comentó que don Domingo era el incansable apóstol de la polémica fusión.

Pasó el tiempo. Un buen día leí el texto de la célebre conferencia pronunciada, en los años treinta, en el Ateneo de La Laguna, del que había sido fundador y presidente. Formaba parte de su libro, La Palabra en el Vacío” (1954). El asunto, lejos de considerarse extemporáneo, se había ido cribando y ganado en perspectiva. En síntesis, abogaba por “la gran ciudad de Tenerife, con sus dos núcleos centrales: Santa Cruz y La Laguna. Un maridaje perfectamente equilibrado entre el barrio comercial y el barrio residencial, el ajetreo industrial y la meditación catedralicia. Una sola ciudad con sus dos puertos, el marítimo y el aéreo”. Así tendríamos, “la capital más importante del Archipiélago”, por su censo de población -ahora, en este parámetro, se igualaría con Las Palmas de Gran Canaria- y en extensión superficial. Todo ello adobado con algo muy suyo y muy lagunero, con una cita bíblica: “Es bueno y gustoso vivir las personas unidas”.

Años más tarde, en 1959, celebró Santa Cruz el centenario de la concesión a la entonces Villa, Puerto y Plaza, por Isabel II, del título de ciudad. Era alcalde el caballeroso médico Gumersindo Robayna Galván (Santa Cruz de Tenerife, 1900-1996). El acto principal del cumpleaños fue una conferencia, en el Teatro Guimerá, del Hijo Predilecto y toscalero de postín, profesor Enrique Marco Dorta (Santa Cruz de Tenerife, 1911-Sevilla, 1980), bajo el título Estampas y recuerdos... La nostálgica charla fue dada a la estampa, 25 años más tarde, en 1984, durante el mandato del carismático Manuel Hermoso, ya muerto su autor. Se debió a una insistente petición del gran historiador Marcos Guimerá, a quien le unía con don Enrique fraternal amistad; así como al culto letrado José Arozena, que se ofreció a prologar las memorias, que nunca vieron la luz, del ilustre catedrático. ¡Buena oportunidad para contar con un texto postrero del irrepetible intelectual!
Volviendo a la velada del Guimerá, el orador, entre otras cosas, dijo: “El arrabal portuario del siglo XVI se da la mano con la vieja ciudad de La Laguna. La unión de las dos ciudades es algo que sucederá inexorablemente, más tarde o más temprano. ¿Por qué no dar un paso adelante, sin absurdos centralismos y sin que cada núcleo pierda su personalidad? Allá arriba, junto a la hermosa vega donde la fundara Fernández de Lugo, La Laguna conservaría las tradiciones, la quietud recoleta, las instituciones de enseñanza...; aquí abajo, junto a las playas de Añazo, quedaría el comercio y el tráfico, la inquietud y el desvelo. Arriba el perfume y aquí el gas. Las dos ciudades unidas en una sola comunidad administrativa, una bajo el signo de Minerva, otra bajo el signo de Mercurio, formarían la gran capital de la isla...”.

Respecto a alteración de límites de Santa Cruz de Tenerife hay que remontarse a 1928 y 1968. En la primera fecha eran alcaldes de Santa Cruz y La Laguna, respectivamente, Santiago García Sanabria y Rafael Martínez. Se cedieron a la capital los terrenos que partiendo de Vistabella y Ofra llegaban a la Costa Sur. Lo que se materializó en la oportuna “acta de rectificación de límites” empapada de desprendimiento y elegancia por parte de la Ciudad de los Adelantados. En la segunda, se produce la cesión voluntaria del Ayuntamiento de El Rosario al de Santa Cruz, lo que constituyó el distrito décimo de la capital. Los regidores protagonistas fueron los buenos amigos Elías Bacallado y Pedro Doblado. Por último, en los años setenta, se crearon comisiones en las dos capitales “para abordar el estudio sobre la conveniencia de la creación del gran municipio”. Eran alcaldes, arriba y abajo, Norberto González Abreu y Álvaro Acuña. Este último, motor de la cruzada, a su vez, publicó, durante el verano de 1978, en DIARIO DE AVISOS varios sueltos bajo el contundente reclamo: “Sí a la unión o fusión de San Cristóbal de La Laguna y Santa Cruz de Santiago de Tenerife”.

Paradójicamente, desde que llegó la democracia el proyecto está aparcado. Ningún partido político lo ha incluido en sus programas. Tangencialmente, cuando se ha osado tocarlo, se dice que no es el momento; que hay otras prioridades. Si acaso coinciden en ir por fases. Pasito a pasito. En este orden casi: transportes comunes, economías de escala, mancomunidad de servicios, plan comarcal... Que yo recuerde, a cuerpo limpio, solo ha cogido el toro por los cuernos el dinámico José Manuel Bermúdez. Fue, en julio de 2009, en su pregón de las Fiestas de La Cuesta donde, como en otros enclaves cercanos, la fusión es un hecho. Hay calles en que una acera es de La Laguna y otra de Santa Cruz. Y se dan casos curiosos: el HUC celebra al Cristo de La Laguna y la contigua Facultad de Medicina a las Cruces de Mayo. Y si de las palabras pasamos a los hechos, en tan dilatado período, se observa un único signo de acercamiento: la Avenida de los Menceyes. Aquella acogedora vía con la que tanto soñó Almadi donde chicharreros y laguneros convivían en paz.

Me sentiría gratificado si estas líneas sirvieran para despertar en nuestras dos ciudades recuerdos y sentimientos. E inquietudes en los más jóvenes.

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