viernes, 22 de mayo de 2009

DESDE CUBA,

RANCHEADORES: RETAZOS DE UNA HISTORIA NEGRA

ARTÍCULO DE: Diana Valer

No habían transcurrido dos décadas de la llegada de los primeros esclavos a Cuba, cuando el gobernador de Bayamo, Manuel de Rojas asesinó en las minas de Jobabo a cuatro africanos fugitivos, cuyas cabezas cortó y colocó en sendas estacas para aterrorizar al resto de las dotaciones cautivas de la zona.

Con el ánimo de dar un escarmiento al resto de los esclavos, Rojas entraba en la historia represiva de la esclavitud en la Isla como el primer practicante de la cacería de esclavos, una costumbre que con el tiempo engendraría una figura repudiada hasta por los propios esclavistas: el rancheador.

Los primeros en organizarse con el fin de capturar a los esclavos fugitivos fueron un grupo de vecinos de Santiago de Cuba, pero disposiciones coloniales restringieron esta responsabilidad a la figura del alcalde mayor provincial, cargo desempeñado en La Habana por Antonio Barreto, su hijo Jacinto y su nieto José Francisco, quienes amasarían una cuantiosa fortuna –premiada con un título de conde- con la venta ilegal de cimarrones.

Sin llegar a formar lo que hoy conocemos como una organización paramilitar y sin más doctrina que el enriquecimiento, los rancheadores se convertirían desde la segunda mitad del siglo XVIII en el mayor azote de los esclavos evadidos de las haciendas azucareras y cafetaleras.Organizados en pequeñas cuadrillas, ofrecían sus servicios a los terratenientes locales o a través de los encargos de la Junta de Fomento por un pago previamente fijado. En su mayoría provenían de áreas rurales, donde se desempeñaban como peones o pequeños propietarios, otros llegaban de las milicias locales, en las que algunos, como el célebre bandido Domingo Armona, alcanzaron significativos grados militares.

Hombres rudos, acostumbrados a la vida en el monte y en su mayoría carentes de instrucción, los rancheadores ganaron fama por sus atropellos, no solo contra los esclavos fugitivos, matizados con reyertas internas y bajo la absoluta tolerancia de las autoridades coloniales, incluidas las fuerzas regulares del Ejército Español, muchas veces empleadas en el asalto a los palenques de cimarrones.

Sus inseparables compañeros de faena fueron los perros, convertidos en su principal arma para la persecución del rastro y el acoso de los esclavos insumisos. Su empleo llegó a ser tan notorio que al menos en dos ocasiones fueron utilizados como tropa de choque fuera de los límites geográficos de la Isla contra cimarrones e indígenas insurgentes.Entre sus incursiones extraterritoriales se cuentan la realizada en 1787 contra los indios misquitos en la costa oriental de Nicaragua y la ejecutada para reprimir a los esclavos sublevados en el norte de la colonia inglesa de Jamaica, hecho insólito por la rivalidad sostenida entre Londres y Madrid por el dominio del Nuevo Mundo.

Colonizada desde la costa del océano Pacífico, a fines del siglo XVIII Nicaragua ofrecía a los españoles un amplio territorio hacia el este, cuya expansión estaba limitada por la rebeldía de los misquitos, protagonistas de una larga resistencia contra la penetración hispánica, varias veces vencida en choques regulares.La aparición en 1787 de una docena de rancheadores procedentes del poblado habanero de Bejucal cambiaría el derrotero de la historia. En pocos meses, los cazadores de esclavos sirvieron como punta de lanza a la ocupación de la costa atlántica, hecho marcado por el terror de los habitantes autóctonos a los cazadores de esclavos y a sus perros.

Jamaica, ocupada en 1655 por Inglaterra, fue refugio de corsarios británicos en los finales del siglo XVII, al punto de que el temido Henry Morgan llegó a ser el representante de la corona inglesa, pero, pese a la acostumbrada fiereza de los filibusteros, la colonia no resultó un paraíso para los europeos, ya que durante años los esclavos sublevados convertirían las montañas del norte en un bastión indoblegable, contra el que se estrellarían todos los intentos ingleses por pacificar la región.

Enteradas de la exitosa campaña de los rancheadores en el este de Nicaragua, las autoridades coloniales en Jamaica pusieron a un lado sus diferencias con España para buscar la colaboración de los cazadores de esclavos de Cuba.

Con ese propósito llegó al puerto de Batabanó la goleta Mercury, a bordo de la cual viajaba el coronel Jeremy T. Quarrell, encargado por el gobernador Lord Balcarres para tramitar con el Capitán General español en La Habana la compra de un grupo de perros entrenados en la persecución de esclavos rebeldes.

Pese a las grandes tensiones que enmarcaban las relaciones entre España y Gran Bretaña, Quarrell recibió incontables atenciones de la marquesa de San Felipe y Santiago, María Ignacia Contreras, ama y señora de Bejucal, quien convenció a Fabián L’Epée, un ex oficial francés emigrado de Haití, para que acogiera en su casa al inglés, en tanto ella establecía relaciones con los más afamados rancheadores de la zona.

A la amabilidad de su anfitriona se unió la insospechada generosidad del gobernante español Luis de las Casas, cuya intervención agilizó los trámites del contrato que permitía al coronel británico adquirir en Cuba 30 perros acompañados por una decena de rancheadores.

El documento establecía que cada hombre contratado recibiría 100 pesos antes de embarcar e igual cantidad al concluir su misión, más la parte correspondiente a los 960 ofrecidos por la Asamblea de colonos de Jamaica por la captura de cada cimarrón, pero al regresar Quarrell a Bejucal se encontró que la cantidad reclutada por la marquesa de San Felipe y Santiago triplicaba la cantidad de hombres admitida en el convenio.

Sin reparos, todos fueron aceptados y para burlar las disposiciones de las autoridades coloniales españolas, Quarrell tuvo que valerse del soborno y se cuenta de que hasta la agresión de un jinete enviado a La Habana por el jefe de la guarnición de Batabanó, el cual fue atacado en el camino por uno de los rancheadores a fin de entorpecer su misión.

Aprovechando la noche y el estado de embriaguez de los soldados españoles en el puerto, la goleta Mercury zarpó hacia Jamaica en los primeros días de diciembre de 1795 con 64 rancheadores y sus perros a bordo, quienes fueron recibidos en Montego Bay por el silencioso embrujo de una población atemorizada por los ladridos de los perros de presa y la pavorosa estampa de sus amos.

En un lugar conocido como Steven Rivers los esperaba el general Walpole, cuya incredulidad ante la poca ortodoxa imagen de los cazadores de esclavos lo llevó a iniciar las acciones con una descarga de fusilería, la cual, lejos de amedrentar a los perros, incremento su ferocidad, al punto de atacar los caballos del coche que ocupaba el militar.

Tras esta primera escaramuza, los rancheadores decidieron aplicar su estilo y en pocos días acabaron con una resistencia que a los ingleses parecía eterna, además de provocarles enormes gastos y más de una humillante derrota a los invencibles soldados de las casacas rojas.

Hasta el próximo artículo, que sean inmensamente felices, y que disfruten de todo el tiempo maravilloso y fantástico. No olviden que tienen una nueva cita en este PERIÓDIO DIGITA DEL VALLE "LA VERA PASO A PASO".

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