miércoles, 17 de junio de 2009

ANGELOS,

INMERSIÓN

ARTÍCULO DE: Ciudadanos por la Constitución

Cuando las circunstancias se tornan insoportables, cuando no se ve salida y la desesperación comienza a cundir por doquier, cualquier solución que se adopte debe ser radical. No se contiene la hemorragia de una arteria con una tirita, ni se cura un tumor con aspirinas, como no se soluciona un problema con otro problema, pese a que este sea más llevadero. Cuando el Destino te mira a los ojos, es inútil soslayar la mirada cobardemente: si un pueblo no quiere tomar decisiones, otros decidirán en su lugar.

La Vida, al igual que la Libertad, se comporta como un fluido, y siempre encontrará un resquicio, una hendidura en el pétreo muro de la muerte y de la tiranía para escapar y continuar su camino hacia el infinito. Pueden legislar, reglamentar, fiscalizar cuanto quieran: ambas lograrán sortear los obstáculos que una pandilla de “iluminados” nos impongan.

El país está repitiendo el guión de la primera restauración y ha llegado al capítulo en que sus políticos viven una realidad paralela, de espaldas a la que padecen los ciudadanos. Estos, atónitos, han pasado de considerarse inmunes a cualquier crisis por el (falso) blindaje del euro, a estar a merced de los elementos. Hasta la esperanza parece haber huido.

El dinero se termina y la fiscalidad, nombre demasiado elegante para referirse a la codicia del que manda, vuelve a ser su fiel lacayo. Nos suben los impuestos y esta nueva secuencia de fechorías no ha hecho más que empezar, como no ha comenzado todavía la inmersión de tantos que dejarán la economía “oficial” para sumergirse y sobrevivir, que no quedará otra opción. Puede que sea el embrión de una futura insumisión fiscal, pero no se engañen: el “sumergido” desea subsistir, el resto de las consideraciones es superflua.

Estamos ante una “inmersión”, otra más para una Nación que ve como le quieren arrebatar su propio idioma bajo esa etiqueta. Inmersión para que emerjan nuevamente los olvidados “mercados negros”, tan socialistas y extendidos por la Europa que estaba al otro lado del telón de acero. La cabra, (o su masculino, acaso más apropiado) siempre tira al monte.

No hay más dinero. Los bancos no te dan ni los buenos días cuando entras en sus oficinas. Han agarrado el dinero que les ha concedido el mal gobierno, y no lo soltarán hasta asegurarse de que sus excesos (de los que aún no han dado la menor explicación) no tengan consecuencia alguna. Para ellos, obviamente, mientras contemplan plácidamente como se van ahogando los pequeños empresarios y autónomos. Ahí se las den todas…

No hay más dinero. Se acaba entre francachelas, sobornos, subvenciones y dádivas. Se acaba y miran el bolsillo del ciudadano con lascivia. Con su habitual cinismo nos dicen que es para “gastos sociales”, el cuento de siempre. Para los bobos de costumbre, jaujeños ellos, como de costumbre se lo tragarán. Siempre hay víctimas que creen que son las culpables del delito.

Como un submarino bajo fuego, al ciudadano no le quedará más remedio que realizar la “inmersión”. Sumergirse para sobrevivir. Aguantar como sea para seguir adelante. Conteniendo la respiración con ansiedad mientras escucha cómo detonan las cargas de profundidad, estallan los “erizos”, o burbujean los torpedos a su alrededor. Oyendo como crujen las coyunturas de la nave en su camino hacia un abismo que se antoja más acogedor que una infernal superficie. Rezando, elevando sus plegarias para alcanzar la hora siguiente, el día de mañana, aunque esté sumido en las tinieblas.

Porque luchar es estar vivo, y estando vivos tendremos la promesa de volver a contemplar la luz… Oscuridad para regresar a la Luz. Inmersión para salir a flote.

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