jueves, 18 de junio de 2009

ANGELOS,

BOCHORNO ANTES DE LA TEMPESTAD (III)

ARTÍCULO DE: Ciudadanos por la Constitución

En el “Comentario” de ayer, publicado por mis queridos amigos de “Rebelión Digital”, afirmé que esta II restauración, la de la “España de la Concordia”, está siguiendo el sendero histórico de la primera. Sólo nos falta un desastre completo y demoledor, por si hubiera sabido a poco el desencadenado en la mañana del 11 de marzo de 2004. Sólo es cuestión de tiempo, porque se halla en camino sin duda, viendo a qué se dedican los agentes que deberían avalar la seguridad nacional. Sólo se les da bien fragmentar a los movimientos de Derechas.

Creo que ya he mencionado que mis antepasados contaban, entre lágrimas, que durante la tragedia de 1898, mientras tantos buenos españoles vertían estérilmente su sangre por conservar lo poco que nos quedaba de la Hispanidad, las plazas de toros estaban atestadas. Tanto como las tabernas que acogían las rivalidades entre los seguidores de “Frascuelo”, “Lagartijo” o “Guerrita”; sin olvidarse de los “cafés”, que con sus tertulias eran toda una institución en Madrid, hasta el punto de algunos iban “del sanatorio al café y del café al sanatorio”. Y así pasaban los días, las semanas, los meses y los años, se iba la fuerza por la boca y no se curaba el mal. Por desidia. Como ahora.

Como ahora, parece que todo se reduce a que un club de fútbol se gaste más o menos dinero en un jugador que no lo vale. No lo vale, no porque discuta su agilidad, fortaleza o destreza con la pelota, no. No lo vale porque estamos hablando de un juego. Nada más que un juego, por muchos millones que arrastre su publicidad. Por muchos millones que alguna entidad financiera conceda en créditos para tal fin mientras se los niega a los que sostenemos la economía, la de verdad, con nuestro esfuerzo y trabajo diario. Eso sí que es agilidad, fortaleza y destreza, no con un balón, sino con las cuentas de nuestras casas.

Como ahora, parece que todo se reduce a seguir comentando los devaneos de famosillos que no tienen oficio (conocido), ni beneficio, alrededor de una ración de gambas o de bravas. Parece que a nadie le importa que tengamos soldados en situación de riesgo, con precarios recursos (como siempre). Todo porque los siniestros albergan tanto odio contra nuestros ejércitos que lo han convertido en un pelele, una ong para entendernos.

Parece que a nadie le importa que dentro de un tiempo volvamos a matarnos entre nosotros. También era impensable en los años que doblaban la esquina del siglo XIX al XX, después de los conflictos dinásticos y de la disparatada I república con sus cantonalismos de tebeo. Era impensable, y pasó. Consulten los antecedentes, casi simultáneos en el caso de la “semana trágica” y el desastre del “Barranco del lobo”, en 1909; la huelga general de 1917; la interminable sangría en el Rif; o el desastre de Annual. Sigan pensando, como aquellos escépticos, que la sociedad española ha cambiado mucho, y no les falta razón: la sociedad cambia, pero la expresión de la desesperación humana es constante a lo largo de los siglos. Permanece tercamente junto a nosotros. En letargo durante las eras de abundancia para desperezarse súbitamente cuando la prosperidad nos abandona y saltar de corazón en corazón, de rostro en rostro, de lágrima en lágrima, dejando su testimonio de tribulación y amargura.

Incluso entonces había mejores expectativas porque el gobierno no era “malgobierno”, en manos de los Maura, Canalejas, Silvela, Dato Iradier, y antes con el irrepetible y añorado Cánovas, o incluso con Sagasta, siendo benévolos. Del pusilánime Álvaro Figueroa, con tan flacos servicios a su rey, mejor no hablar.

Comparen cualquiera de esas figuras históricas con el panorama actual. Pueden echarse a temblar, porque las comparaciones son odiosas.

Pueden echarse a temblar sin ninguna tranquilidad, porque ahora la velocidad de los acontecimientos es mayor que la de hace un siglo, y la Nación está en manos de personajes tan ineptos como nefarios, que detestan la Vida con anteproyectos que permiten la destrucción de seres humanos en el útero materno; con un desenfreno fiscal que nos dejará exangües para crear más estado (y por tanto, ser menos libres); con una corrupción orgiástica y que aborrecen el país que dirigen, tanto como a los ejércitos que tienen encomendada su defensa, según se deduce de las “ocupaciones” de los miembros de alguna agencia de inteligencia (es un decir) jaujeña, porque me niego a llamarla española. A su lado, el inspector Clousseau alcanza el nivel de Bond, James Bond; o los Hermanos Marx, en “Sopa de Ganso” (ya citados en otras ocasiones) cobran una dimensión sobrehumana por su sagacidad.

Pero todo se reduce a discutir sobre el precio de un futbolista, nuevo gladiador de este moderno circo. Porque a esto se ha llegado…

No hay comentarios: