sábado, 17 de octubre de 2009

TAORO,

"SEVILLITA"

ARTÍCULO DE: Sacramento D omínguez

El “Sevilla o Sevillita” es el nombre por el que se conoce popularmente a un andaluz que probó el gofio, se enamoró de Canarias y aquí se quedó.

Don Manuel Acenjo Sánchez hace más de sesenta años que arribó a las islas, de la mano del Circo Ringling, de camino a tierras americanas y vive desde entonces en La Laguna. Está casado con una esperancera, el amor de su vida, con la que tiene seis hijos de los que está muy orgulloso y que también llevan los negocios en la sangre.

Este andaluz, vendedor de simpatía, buen humor y de la mejores almendras garrapiñadas del mundo, lleva toda una vida recorriendo los municipios de nuestras islas. Empezó a trabajar, debajo de un tenderete, aun siendo un niño, con tan solo siete años. Y con 17 años, ya estaba vendiendo golosinas en los circos más famosos, como el Circo Alegría, el Price o el Teatro Chino. Así es como llega a Canarias, pero se encandiló de esta tierra e hizo amistad con los Cambulloneros que en aquella época ‘trapicheaban’ cerca del muelle.

Recuerda que, en aquellos tiempos, lo que más le preocupaba era conseguir el dinero para pagar la pensión y los servicios de limpieza de su ropa. Para ello vendía cocos que venían en los barcos de Guinea, llevaba manteca a la panadería de La Laguna o hacía cualquier otro recado por el que recibía algunos duros con los que ‘vivía como un marqués’.

El “Sevillita” o el “Oshenta y osho”, como conocían por La Orotava a este andaluz afable y trabajador, ha tenido mil oficios para sacar a su familia adelante y rememora con añoranza la seguridad que había en las fiestas de antaño. Recuerda como, durante las fiestas de cualquier pueblo, las casas de la zona tenían las puertas abiertas y todo el que por allí pasaba podía entrar a comer y tomar un vaso de vino. Recuerda como regresaba caminando a su casa, con el dinero recaudado durante la fiesta en el bolsillo, sin miedo a que le robaran, cosa que hoy sería totalmente impensable.

Del Puerto de la Cruz recuerda su amistad con Don Casiano y con Francisco ‘el Capitán’ con los que varias veces compartió buenos momentos y con los que solía ir a comer.

De su paso por La Orotava también se acuerda que dejaba ‘sus cosas’ en casa de Segundo Sacramento, el de la bodega y carnicería, a quien enseñó a hacer los chicharrones que luego se hicieron muy famosos. De la barbería, en la que el barbero les daba los “toques medicinales” a las personas a las que le dolía la garganta y del horno de Jobita donde tostaba sus almendras. De Eduardo, el del Tapias, con el que trabajó en la inauguración del Lagar Tamaide de la Cuesta de la Villa, donde como camarero tuvo que atender al Capitán General de la época.

Don Manuel se alegra de haber dejado muchos amigos por todos los lugares que ha pasado, tal es así que asegura que los propios canarios salieron en su ayuda cuando una vez, allá por los tiempos de los ‘jaleos con Cubillo’, unos cuantos le querían pegar en un bar junto al mercado de Nuestra Señora de África, en el que había parado para tomar café, porque al escuchar su acento alguien quiso considerarlo “godo”. Aunque él precisa que él no es un godo, que no vino a avasallar al canario. Sus mejores amigos son canarios, su esposa es canaria y sus hijos también lo son. No tiene enemigos, ya que si a alguien ha podido ayudar siempre lo ha hecho.

Desde aquí un merecido homenaje a este incansable trabajador y entrañable amigo que ya cuenta con 81 años, aunque no los representa, que forma parte de los recuerdos de mi más tierna infancia.













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