sábado, 26 de diciembre de 2009

ART. DE UN PORTUENSE,

LA PALMA ANTE LA HIDALGUÍA DEL TEIDE

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Había que ver el entusiasmo que despertaba entre los presentes, la conversación amena del hombrecillo de voz profusamente seca y ronca, con expresión serena, que no paraba de hablar mientras le escucharan; un verdadero conversador en un lugar habitualmente alegre y concurrido. Seguramente fue la casualidad quien quiso elegir el exótico emplazamiento en cuestión.

La brisa llegaba suavemente y refrescaba el ambiente semitropical de nuestra Isla de Tenerife, en el Puerto de la Cruz. El lugar comúnmente frecuentado, ofrecía una vista deliciosa que abarcaba parte de la costa Atlántida; y mirando hacia arriba alcanzábamos a ver el resto del verde Valle... En esos instantes, las primeras luces que aparecían en la ladera y los pueblos que lo constituyen, señalaban el mágico concierto de la Creación y su reposada armonía hacia el callado descanso: la noche...

Las cámaras fotográficas no cesaban de captar las bellezas que a diestra y siniestra aún podían verse a pesar de lo avanzada ya la tarde. El cielo aparecía encendido y la interposición de algunas nubes de un gris pizarra destacaban más aún el encanto de ese preludio crepuscular y señalaban, bajo sus fulgores encendidos la silueta atractiva de la isla La Palma, separada de Tenerife sólo por el estático horizonte... Permitiéndole sobresalir como aparición onírica, de tonos más grises que el verde dormido, pero encendida también con el místico esplendor de sus encantos que le delatan y la convierten en una diosa marina que estuviera siempre presente ante la hidalguía y belleza de nuestro Teide gigante, que la enamora cada amanecer y la despide más tarde, en estos breves ocasos, como un adiós sensual lleno de melancolía. Si, la espera antes que nadie cada nuevo despertar... Romance legendario entre dos islas, irresistible y perdurable, mágico romance de armoniosa paz y de eterna espiritualidad. La novia más joven, la más susceptible por estar más cerca al coloso...

Los turistas, de procedencia peninsular española llegados en dos flamantes "guaguas" a todo confort, entre ellos no negaban méritos a tantos encantos, que exaltaban con viva voz. Pude oírles claramente, ya que yo sólo pasaba por ese lugar, de regreso de uno de mis paseos. Entre tanto, estuve un rato charlando con los señores que conducían las enormes guaguas y otros del grupo que se agregaron a nuestro parloteo. Y era digno oírles con qué satisfacción lo hacían, como si se hubiera abierto un cauce de armonía contenida y sentí despertarse de improviso una necesidad oculta de hermandad y afecto al ver alejarse con noble lealtad, infinita y bella, vulgares reminiscencias, recelos... En esa necesidad vi surgir la atractiva comunicación que a veces aparece desde el silencio de la incomprensión y acerté a comprenderlo todo; ante aquella gente que había elegido a Tenerife para disfrute de sus vacaciones, por la razón que fuera, y que yo valoro como acertada, porque Tenerife tiene mucho que ofrecer. Todos los mandamientos de la mejor convivencia y el deseo de ser comprendidos, ya que nos gusta pagar con la misma moneda con que se nos valora... Aquí no mueren las ilusiones, aquí las alimentamos con los encantos naturales de nuestra tierra y con la forma de ser de cada uno de nosotros, nuestra legítima idiosincrasia que jamás nadie podrá cambiárnosla; a veces somos como se nos quiera ver y más de las veces somos mejor que eso.

Hablamos largo rato, y yo, después de dejar atrás a tanta gente sencilla y alegre, seguí mi callado paseo... Apenas sin tiempo para reaccionar, tuve deseos de gritar mi gran satisfacción por haber nacido aquí; de exteriorizar ese gran orgullo y reconocer nuestras cualidades humanas, nuestra idiosincrasia y predisposición siempre de hacer amigos a la primera y la suerte de ser correspondidos. ¡Me sentí tan ufano!.. Y según caminaba en la mente se agolpaban tantas palabras de elogio recibidas, parecieran que también gritaban su euforia, con la misma alegría. Aquellos turistas estaban muy satisfechos de haber elegido como destino turístico para sus vacaciones a nuestra Isla Amable, la que debiéramos cuidar cada día más para que nunca mueran sus encantos, nuestro exquisito patrimonio natural, plural y tan variado.

Cuando llegué a casa, tuve el natural impulso de asomarme hacia la calle, sólo por ver lo que hay allá afuera y pensé que no se puede pedir más, estamos, en verdad lo digo, ubicados en el lugar más bello y tranquilo de nuestro planeta. Y si no lo es ya, pudiera serlo, sólo que, repito, debemos cuidar más lo que tenemos, tomar un poco más de conciencia y civismo. Hacer respetar lo nuestro aunque, desgraciadamente, no podamos llamar la atención a los infractores de turno, que son muchos y a cual más bruto. Al menos dando los mejores ejemplos a ver si aprenden algo positivo. Es así. Desde luego, hace falta mucha más vigilancia y más energías cuando sea necesaria. Tampoco pasarse. Se hacen los dueños... Y es una pena que sea así, nadie está contento, no lo están ni con ellos mismos. Ya en pocas casas hay civismo, ni lo hay en los colegios, ni en la calle, ni en algunos centros oficiales, cada cual campa a su aire. Y eso es malo, si no transmitimos confianza, si no limpiamos la basura y si las gentes siguen teniendo miedo, a ver de qué vamos a vivir. Pero, ojo, eso no ocurre aquí solamente, que no es un consuelo válido, estamos imitando toda la porquería que vemos en la TV, que para eso somos especiales. Nos cuesta más imitar las cosas buenas que nos vienen de afuera.

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