sábado, 13 de febrero de 2010

ARCHIPIÉLAGO GULAG,

A SUPERVÍA INITIUN SUMPSIT OMNIS PERDITIO

ARTÍCULO DE: Lorenzo de Ara Rodríguez

Un cucharón de mierda. Se lo pongo en el plato, pero no se lo coma. Periódico El País, sábado 13 de febrero de 2010. “Una veintena de personas, entre las miles que asistieron ayer a la Plaza Mayor de Salamanca para homenajear a las víctimas del terrorismo, saludaron al ex presidente José María Aznar y pidieron su regreso con gritos de "Aznar, vuelve, vuelve". La mayoría de ellas eran ancianos”. Eran ancianos. O sea, gentuza. ¿Gentuza? Habrá que avanzar todavía más en la separación de edades. Los viejos, los prescindibles, gritarán Aznar, los otros (fantasmas) votarán por Zapatero. ¿Contentos?Y ahora, si pueden, háganme este favor. Tiren el cucharón a la basura, y el plato, y la mierda. A la basura. Y corran a lavarse. ¡Desinfectarse!Usted, sapientísimo lector, seguro que habrá oído hablar de la ciudad de Esmirna. Pobrecita. Tantas veces desaparecida del mapa. Más de cuatro mil años de historia. Siempre con la presencia del hombre. Hoy con más de cinco millones de habitantes. Tuvo momentos de esplendor. Lloraban los emperadores por ella. En la Turquía moderna es la tercera en número de habitantes.Otras ciudades tienen menos edad y se presentan enfermas, condenadas a sufrir la ignominiosa soledad. Son pequeñas, sin historia, los gestores de su presente la conducen hacia el desfiladero. Esas ciudades deberían aprender de Esmirna.

Por descontado que hay ejemplos que no deberían copiarse. Está el quijotesco deseo de algunos españoles por asentar un imperio en la costa occidental de África. Las otras potencias europeas ya sacaban dos o tres cabezas a la España descuajeringada. Al final sólo Guinea. Poco más de 20 kilómetros cuadrados. Luego sobrevino la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas. ¡Yanquis!

Las ínfulas de grandeza se pagan con gran crudeza. Las ciudades pequeñas no están preparadas para afrontar desafíos colosales. Cumplen un papel notable. A veces se ubican con soltura en los sitios de liderazgo, pero conscientes de sus limitaciones. No aspiran al Olimpo. Cuando sucumben y son poseías por la fiebre del oro, se entregan a la adoración del becerro, pierden el contacto con la realidad, carnavalean por los siglos de los siglos, se comen los laureles y las piedras, expulsan a los justos y piden favores a los muertos sin enterrar.

La venganza de Edmond Dantès se vivió una vez. Casi capitán, pero mandado a pudrirse al Castillo de If. ¿Se acuerdan? Pues hay ciudades que se parecen a Dantès. Son ciudades de carne y hueso. Juegan con fuego, y a menudo se queman.

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