sábado, 6 de marzo de 2010

LOS REALEJOS AL DÍA,

RAMBLA DE CASTRO Y EL VERDE INTENSO DEL INVIERNO

ARTÍCULO DE: Esteban Domínguez

Si la Piedra del Camello hablara, del paraje de La Rambla de Castro, a más de uno se le quedaría la cara más que colorada. Pero la piedra prefiere guardar silencio, y seguir aguantando en sus perfiles como las olas baten una tras otra los musgos de la férrea natural que allí dejó la naturaleza.

Tampoco se pronuncia la pequeña calas ni las rocas que sirven como soporte a los pescadores de moluscos y lapas cuando las mareas bajan y el charco se convierte en una gran piscina natural, en la cual, muchas generaciones de realejeros aprendieron a nadar.

Sorteando veredas resbaladizas entre el acantilado y tomando en primer lugar el viejo camino real a la vera de la Ermita de San Pedro, fueron muchas las personas que llegaban al viejo embarcadero, del que tanto nos habló don Andrés Toste. El se prestó a bajar en su viejo taxi las bolsas de cemento y arena necesarias para construir con las olas en contra del mar, ese pequeño embarcadero, por el cual aún utilizan algunos pescadores en sus pequeñas barcas, salen mar adelante a la captura de que algún pez, se clave en los anzuelos en busca del cebo.
Pero no siempre la suerte acompaña al pescador, y regresan a tierra con las carnadas diluidas por el agua, precisamente cuando el pez se resiste a no comer, o cuando tira del cebo y no clava en el anzuelo, faena perdida.

Por esos lugares y en otras épocas fueron el sitio para embarcar muchos vinos que producían estas tierras, según manifestaba don Guillermo Camacho. Eran los tiempos de la piratería y muchos de nuestros afamados vinos de aquella época tomaban el camino de Inglaterra y otros lugares fuera de España.

Y por haber, los piratas que por estas costas calaban, canjeaban imágenes en mayor medida, por los vinos de malvasía u otros productos ofrecidos por los piratas.

También por Rambla de Castro se utilizaron estas maniobras o despojos. Era la otra forma de vivir de quienes por necesidad se desprendían de los preciados caldos y de otros cultivos como el azúcar, el trigo, la cebadad o el centeno.

Mas tarde llegó a este paraje, la platanera que cubrió una gran parte de aquel terreno, que junto a la siembra de papas en tierras tan fértiles como aquellas eran una garantía, ya no sólo para los dueños de aquellos terrenos, sino a demás para los medianeros que allí dejaban su trabajo y el sudor. Mas arriba la vieja casona del siglo XVIII no sólo servía de almacén y de bodega, sino al mismo tiempo de vivienda para los dueños de aquella deliciosa finca y de sus medianeros.

Si esta casa hablara, cuantas cosas descubriría. Allí vivió Agustín de Betancourt y Castro, un insigne portuense al que Los Realejos le debe un sentido homenaje. Pero en otro momento nos ocuparemos de su vida y trayectoria.

Ahora Rambla de Castro nos presenta un verde casi total, originado por las recientes lluvias ya que las semillas de las malezas que dormían sobre la tierra, han vuelto a reverdecer, junto a los miles de abanicos de sus centenarias palmeras.

Pero el abandono de Rambla de Castro está patente, y los ecologistas que tanto lucharon por conservar este paraje, parece olvidarse de los pasos dados, pues el aspecto de Rambla de Castro no es nada agradable, y los organismos oficiales se han olvidado de este simbólico lugar, y es que en la vida, todo cansa. Rambla de Castro es un ejemplo de promesas incumplidas. De egoísmos y de una total vagancia política que salta a la vista.

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