martes, 16 de marzo de 2010

VILLEROS ILUSTRES,

RUTA DE LOS MOLINOS DE AGUA EN LA OROTAVA

ARTÍCULO DE: Bruno Álvarez Abréu

Hasta el siglo XVIII el elevado coste de la cal, que debía ser trasladada por barco desde el sur de la Isla o desde Lanzarote y Fuenteventura y, como contraposición, el bajo de la madera, explica que hasta esa fecha fueron todos los molinos villeros de madera, incluso su cubo, a pesar de su menor duración y constante reparaciones. La intensa deforestación hizo mucho más costosa y complicada su continuidad afine del siglo XVIII, por los que sus dueños se vieron obligados a sustituirlos por los actuales de argamasa, mucho más sólidos y duraderos, aunque por esos años su coste era justamente el doble.

Los molinos utilizaban como fuerza motriz el agua: se aprovechaba la energía de su caída desde el “CUBO”. Transmitida a los alabes (paleta) de una rudimentaria turbina, movía una de las piedras entre las que se tinturaba el grano de millo o trigo, previamente tostado. Al circuito de los molinos iban asociadas diversas actividades relacionadas con el uso del agua, como los lavaderos; uno de estos ha venido funcionando en la confluencia de las calles de San Francisco y la antigua El Castaño hasta hace unos años y su recuperación aun sería posible para recinto cultural.

Llega al Llano de la Sierra, proveía de fuerza motriz al aserradero allí instalado. No se trata de un molino harinero sino de una rueda productora de energía hidráulica.

Noria o rueda Hidráulica que hacía funcionar un aserradero, ubicado entre los caminos de Aguamansa y El Sauce. El Canal existe, la Noria no. La documentación de la época asegura que en 1504, Francisco Florencio arrendó una sierra de agua de propiedad de Rafael Fonte a Pedro de Gomedio.

Situado e n las inmediaciones de la Ermita de Santa Catalina, funciona todavía, tiene cubo y atarjeas con arcos de medio punto y, en su momento, había lavaderos en sus inmediaciones. Lo construyó Lope Gallego en 1503, fueron sus dueños, Tomás Fidel Cólogan y Bobadilla, Lorenzo Machado y Benítez de Lugo (1885) y, ya en nuestro siglo, don Jerónimo Hernández. Su actual propietario es don Isaac Hernández.

Entre la calle Cubo Alto y San Juan y cerca de la Plaza de La Piedad, en el ámbito del camino de los guanches, también llamado Camino Polo o Real, se sitúa el molino del Cubo Alto, porque es el de mayor altura de todos. Lo construyó Andrés Juárez Gallinato en el siglo XVI. Entre sus dueños figuran, María del Carmen Aponte (S. XVII), Caridad Ascanio de Tolosa (S. XIX), Tomás Ascanio de Aponte, Tomás Ascanio y Estévez, Augusto Méndez de Lugo y, en la actualidad su poseedor es don Jesús Pulido.

Ubicado entre las calles Rosa de Ara y San Juan y enfrente de una Plazoleta posterior, lo construyó el Conquistador Diego de Mesa en el siglo XVI. Fueron algunos de sus dueños José Molina y Briones, 5º Marques de Villa Fuentes (XVIII), Santiago de Molina y Fierro (nieto) alrededor de 1840, mientras que para 1920, figura como su dueña doña Fermina Monteverde y León Huerta.

El nombre de Diego García y San José se anota en la lista de sus propietarios. Tomas de Giustiniani, mercader Genovés que tenía una tienda en la Laguna era el poseedor del ingenio que contenía el molino. En 1513 está en manos de Francisco Pérez de Quintanilla. De Francisco de Lugo, el Tuerto, lo heredera Isabel de Lugo, llamada la rica hembra por sus ingentes posesiones.
Fue trabajado al principio del presente siglo por don Justo Hernández, allí trabajaron sus hijos: Justo, Juan y Pablo. Finalmente fue adquirido por don Manuel Estévez y doña Carmen González (Leal), actualmente es propiedad de doña Lilia Estévez.

También llamado del Campo de la Garrota. Los construyó Pedro Medina en el siglo XVI, posteriormente pasó a la familia Currás.

MOLINO DE JOSEFINA

Lo construyó Juan Benítez tío del Adelantado, en el siglo XVI. Posteriormente fue dueño Don Nicandro González Borges, fundador del colegio de San Isidro, posteriormente lo adquirieron: don Juan Estrada, y don Fauto Salazar.

A don Nicandro se lo tenía arrendado Don Domingo Hernández Quintero, abuelo de Don Chano. Y a don Fauto Salazar se lo arrendó Don Santiago González de Cháves padre de Don Chano. Finalmente se hizo con la propiedad la hermana de don Chano; doña Josefina González Hernández que actualmente lo vive con su familia pero no explota su industria.

Conmovedor es, encontrarnos con un conjunto significado de molinos originalmente unidos por una canal de madera sostenido por pies verticales que hoy no se conservan. Todo una sinfonía de estética popular, en lo que destaca la pobreza de los materiales, su composición arquitectónica o su disposición en anfiteatro. En esta centenaria ruta molinera, donde nació la población, los molinos dejan ver sus cubos y sus desagües, de manera pintoresca, donde en antaño se instalaban abrevaderos para las bestias y lavaderos públicos.

MOLINO DE DON CHANO

Uno de los molinos que está activos en nuestra Villa, al que acuden desde todos los rincones de la isla, incluso muchas veces lo hacen desde otras islas de nuestro archipiélago, a buscar el sabroso gofio canario, es el conocido por el Molino de Don Chano, esto es curioso porque en todos los establecimientos culturales, sociales, civiles y mercantiles, habitualmente se observan como símbolo de nuestras tradiciones, un grabado de este simpático molino de Don Chano de la antigua calle El Castaño, a plumilla, a carbón, en acuarela, en óleo, en madera y en cerámica etc...

El Molino de don Chano data desde el noviciado de La Orotava como lugar, fue construido en el siglo XVI por Don Bartolomé Benítez de Lugo, regidor perpetuo de Tenerife en el año 1507, alcalde de la Orotava en el año 1512, benefactor del convento franciscano de San Lorenzo Mártir en la villa, hijo 2º, y nacido en Sanlúcar de Barrameda, Cádiz. Curiosamente podemos observar que el Molino limitaba por lado sur de la Mansión de los Benítez de Lugo.

Don Chano nos facilitó unos datos inéditos de la gestión del histórico molino, tratase de recibos de arrendamiento, fechados en abril del año 1850, y noviembre del año 1880. Facturas y Pagares de reparaciones del molino con fechas de enero del año 1876. Recibos de contribuciones territoriales fechados en diciembre del año 1862 siendo recaudador el Sr. Hernández Barrios. Y otro con fecha de Diciembre del año 1866 siendo recaudador Don Juan Salazar. En esta documentación observamos que desde el año 1850 hasta el año 1905, el arrendatario era don Pedro Hernández Fuentes. Y el propietario desde el año 1850 hasta el año 1880 era la señora esposa de don Nicolás URTUSÁUSTEGUI. Y a partir del año 1880 lo fue su hijo don Francisco URTUSÁUSTEGUI. Parece que el segundo propietario mencionado toma la propiedad del molino por el fallecimiento del primero, porque los recibos que firma el segundo están confeccionados en papel enlutado. Según testimonio de Don Chano, a partir del año 1906 es propietario Don Emiliano Illada y arrendatario su padre, don Santiago González de Cháves. El cual continuó como arrendatario, con dos nuevos propietarios: don Ubaldo Martínez Casañas (Vecino de la Orotava) Y don Casiano Sosa Martín (vecino de la Victoria de Acentejo). A partir del año 1955, Don Chano (don Sebastián González Hernández), adquiere en propiedad el molino hasta hoy.

EL MOLINO DE LA TAPIA AMARILLA.

Lo construyó don Bartolomé Benítez de Lugo. Pasó por las manos de Juan González y Benítez de Lugo, María del Carmen González Hernández, Esteban Hernández Gutiérrez (1905.

AL FRENTE DE LAS CASAS DE LOS BALCONES EXISTÍA UN MOLINO DE PROPIEDAD DE LA FAMILIA DE FRANCHI.
Fue destruido cuando los jesuitas, para edificar el colegio le aconsejaron que rodaran la acequia que no sufriría el nivel de agua, cosa que no se produjo.

EL MOLINO DE DON ÁNGEL O DE MONTEVERDE.

Lo levantó don Juan de Ponte y Calderón, regidor Perpetuo, en 1634. En el siglo XVII figura como su dueña Mariana de Ponte y Molina. Catalina, viuda de Ascanio fue el traspaso al actual dueño, don Ángel Domínguez, de quien recibe la denominación.

EL MOLINO DE LERCARO.

En el siglo XVII, figuraba como propietario Jerónimo de Ponte Fonte y Pagés, hijo del señor de Adeje, casado con Catalina de Grimaldi de Lugo y construyeron la casa inmediata.

Teodoro de Anasagasti (Bermeo 1880 - ­Madrid 1938), afamado arquitecto de la época, era catedrático de la Escuela Supe­rior de Arquitectura de Madrid. Fue el encargado del proyecto de edificación de los Grandes Almacenes y a posteriori arquitecto titular de la Sociedad respon­sable de velar por las disquisiciones y trámites arquitectónicos de la Sociedad Madrid-París. Junto con otros grandes arquitectos de la época como Antonio Palacios o López Savaberry, fue pionero en la introducción de nuevas ideas y de las técnicas modernas en el campo de la arquitectura. Describe la ruta de los molinos de la Orotava; “El barranco de Acentejo, Termópilas de las huestes conquistadoras. La Victoria, tomada de palmeras y el gigantesco anfiteatro de La Orotava anclado en el Puerto de la Cruz. En la bruma, cual inquieto cetá­ceo, la silueta borrosa de la isla de La Palma. Hay que visitar todas las iglesias, tomar nota de las balconadas, visitar algunas casas; corretear sin cesar. Un lugareño, tocado con su monumental capa blanca, es una réplica; tiene el mime­tismo de las originarias cabañas: nota atemperada al fondo, la más pintoresca y parlera. Ambiente embalsamado de auras marinas y esencias vegetales, que se acrecienta en la Orotava, sin que pudiésemos explicamos el motivo. Ambiente embalsamado de auras marinas y esencias vegetales, que se acrecienta en la Orotava, sin que pudiésemos explicamos el motivo. Estudiando los acueductos. Modalidad rampante, que nada tiene de común con las conducciones romanas dimos con los molinos de gofio, que aro­matizan la población. Conducidas las maquinarias por una mujer que amorosamente atiende su mar­cha, es la ambrosia donde ha de saturarse el viajero. Efluvio del ambiente, polen de oro que nos envolvió, y nos ha mantenido la odorante impresión de la Isla. Los acueductos de la Orotava están for­mados por grandes cubos, a manera de for­taleza. Entre muro y muro, unos canales de madera, sostenida por toma puntas, conducen el preciado líquido que mana de la circundante cadena de montañas. A toda prisa, de noche cerrada, hemos de volver al barco, sin poder hacemos cargo de los lugares que atravesamos. Solamente nos son familiares los aspectos de La Laguna, sus iglesias y los campaniles, más negros en la oscuridad. El "Escolano" tiene señalada su salida para las nueve de la mañana siguiente, y hemos de levantamos con el sol para des­pedimos y dar el último repaso a la ciudad, tomar más notas y obtener las "fotos" defi­nitivas. Envuelto el caserío en una grisácea tona­lidad, por grados desde las alturas, comienza a teñirse de oro y acrecienta el sol su inten­sidad y arde el refulgente mar atlántico. Ciudad, aspecto opuesto al de la Noche­buena en que llegamos. Las imágenes que se superponen con el tiempo al rememorar su fisonomía imborrable…..//…”.

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