jueves, 28 de mayo de 2009

ANGELOS,

CADÁVERES EN EL ARMARIO

ARTÍCULO DE: Ciudadanos por la Constitución

La sociedad española está tan habituada a convivir con sus fantasmas, que se puede decir que forman parte del “mobiliario”, como en las películas de cierto mago adolescente. Están ahí, de vez en cuando salen a pasear, la gente se asombra diciéndose “qué cosas”, para acto seguido seguir pensando de donde sacar el dinero para pagar la hipoteca o el cole de los niños.

Es lo que me contaba mi padre. Durante la guerra, cuando los soviéticos descargaban furiosamente su artillería, había que ponerse a cubierto imperativamente, mejor en el hoyo que había dejado alguna bomba porque era casi imposible que otra volviera a caer en el mismo sitio. Y era posible que coincidiesen con algún cadáver, pero en medio del fragor de las explosiones, de la oscuridad, del humo, de las pavesas, del olor a pólvora que se podía masticar, lo que menos atención suscitaba era el muerto con el que se compartía refugio entonces, patíbulo momentos antes del soldado fallecido. El dolor o el peligro, cuando es extremo, embrutecen a las personas.

La sociedad española no gusta de escarbar. Hay la creencia de que las malas noticias no son malas ni noticias si uno no se da por enterado de ellas. Todos los presidentes de gobierno (o del “consejo de ministros”, como se decía) que han muerto asesinados desde 1897 son de Derechas (Cánovas, Canalejas, Dato y Carrero Blanco). Ni un solo atentado se ha perpetrado contra sus homólogos siniestros. Es mejor mirar para otro lado, y no reparar en esta “casualidad”.

La España de la Concordia no tardó en generar sus propios “muertos”, turbios asuntos que se enterraron mal y chapuceramente bajo toneladas de documentación judicial que contribuyese al olvido.

“Presuntamente” (porque son muchos los que dudan) hubo una intoxicación masiva por aceite de colza adulterado y no se quiso indagar más. Gobernaba la UCD. Claro que al principio decían que era un “bichito que si se caía de la mesa, se mataba”. Dio igual que reputados científicos expusieran sus razonadas dudas. Lo que expusieron y perdieron fue su reputación porque no continuaron sus brillantes carreras. Han pasado casi treinta años y el asunto sigue entre las brumas de la sospecha.

Tampoco se sabe cómo y quién inició el golpe de estado. La serpiente mataba dos o tres veces por semana, el rey era ofendido en las Vascongadas y un puñado de personas, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, monta una operación que sólo sirvió para que los socialistas barriesen en las urnas 20 meses después y la UCD se hundiese por completo. Sin olvidar otra intentona, abortada, prevista para el 27 de octubre de 1982. Los años pasan pero la confusión y las dudas permanecen.

Ruiz-Mateos era un brillante empresario a comienzos de los ’80 del pasado siglo. En su momento de mayor gloria quiso comprar un club de fútbol de Madrid. Luego lo terminó haciendo, pero en 1982 su objetivo era otro equipo rojiblanco. Finalmente el objetivo fue su holding porque se le expropió de una forma incalificable, con el beneplácito de la competencia del tribunal supremo, que desde entonces funciona como última instancia judicial. El “tribunal supremo” no lo es porque hay otro, a modo de comisariado, por encima de este. El holding pasó a otras “manos” sin más consecuencias que los berrinches del empresario, y que le diesen la razón a posteriori, en otras sentencias, no han sido más que anécdotas, y victorias morales. Nada más porque nadie ha respondido por ese atropello.

Antena 3 era una cadena de radio, mucho antes que una televisión “tibia”. Molestaba mucho y se decidió echarla abajo. Se llamó el “antenacido” porque la principal beneficiada fue la competencia. Cosas de Jauja, que ya se estaba gestando en plena España de la Concordia. “Se desapareció” una radio que se preciaba de señalar las miserias del felipismo para hacer más fuerte a algún medio de manipulación, que siempre tiene “prisa”. Pero es todo “casualidad”, que las conspiraciones son cosas de paranoicos.

Aznar sufrió por primera vez estas casualidades en el atentado que casi le cuesta la vida. Entonces era jefe de la oposición y futuro presidente del gobierno. Más de un siniestro “moderado” se alegró, y se hubiera alegrado más si la serpiente hubiese acertado. Pero esta “casualidad” no dio más de sí.

Y volvemos, otra vez, a lo que se desencadenó la plúmbea mañana del 11 de marzo de 2004. Está fresco en la memoria, más aún en el dolor. Y otra vez, “casualidad”, vuelven a beneficiarse, sí porque extrajeron un beneficio patente de esa tragedia, los de siempre.

Qué casualidades. Es como si los obuses cayesen tercamente sobre el mismo hoyo, una vez tras otra. Invariablemente. Casualmente.

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