DE: Celestino González Herreros
Campanas suenan afuera,
tras mi ventana tapiada
y de forma despiadada
golpean la débil madera.
Mi barca está varada
sobre el banco de arena,
viendo a la mar serena;
en la playa, abandonada.
Largas horas he vivido
las olas oyendo batir
y hasta la arena subir,
desde mi lecho tendido.
Y, en el silencio oyendo
a la mar embravecida
siento mi alma abatida
y que me estoy consumiendo.
Empero, sigo luchando,
cual junco contra el viento,
huyendo del sufrimiento
y a la parca desafiando.
El rumbo de mi destino
pienso estará señalado
y que lo habré encontrado
a lo largo del camino...
Acercándome a la arena
fui a obsequiarle mi llanto,
buscando su dulce canto
que la mar está serena.
Dejaré que la mar bravía
enloquezca cuanto quiera.
Buscaré en la escollera
la calma del alma mía.
Y se oían tras las maderas
las plegarias suplicantes
de sufridos navegantes,
venciendo otras tempestades...
Agradecían con devoción
a la Madre marinera,
lo que por ellos hiciera
en tan difícil ocasión.
Tras de la vieja ventana
aún susurraban las brisas,
entre cantos, voces y risas,
al despertar la mañana.
Entre el rumor de las olas
pude escuchar un lamento,
sólo duró un momento
ayes de caracolas.
Y cuando oigo las campanas
de la Iglesia del pueblo,
a la Virgen yo le hablo
con oraciones tempranas.
Se alegran mis mañanas
cuando presiento en la arena
a nuestra Virgen morena
con el eco de las campanas
y entre voces ranilleras,
cuando enmudecen las brisas
y el canto de nuestras isas,
se oyen Salves marineras...
Campanas suenan afuera,
tras mi ventana tapiada
y de forma despiadada
golpean la débil madera.
Mi barca está varada
sobre el banco de arena,
viendo a la mar serena;
en la playa, abandonada.
Largas horas he vivido
las olas oyendo batir
y hasta la arena subir,
desde mi lecho tendido.
Y, en el silencio oyendo
a la mar embravecida
siento mi alma abatida
y que me estoy consumiendo.
Empero, sigo luchando,
cual junco contra el viento,
huyendo del sufrimiento
y a la parca desafiando.
El rumbo de mi destino
pienso estará señalado
y que lo habré encontrado
a lo largo del camino...
Acercándome a la arena
fui a obsequiarle mi llanto,
buscando su dulce canto
que la mar está serena.
Dejaré que la mar bravía
enloquezca cuanto quiera.
Buscaré en la escollera
la calma del alma mía.
Y se oían tras las maderas
las plegarias suplicantes
de sufridos navegantes,
venciendo otras tempestades...
Agradecían con devoción
a la Madre marinera,
lo que por ellos hiciera
en tan difícil ocasión.
Tras de la vieja ventana
aún susurraban las brisas,
entre cantos, voces y risas,
al despertar la mañana.
Entre el rumor de las olas
pude escuchar un lamento,
sólo duró un momento
ayes de caracolas.
Y cuando oigo las campanas
de la Iglesia del pueblo,
a la Virgen yo le hablo
con oraciones tempranas.
Se alegran mis mañanas
cuando presiento en la arena
a nuestra Virgen morena
con el eco de las campanas
y entre voces ranilleras,
cuando enmudecen las brisas
y el canto de nuestras isas,
se oyen Salves marineras...
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