miércoles, 30 de septiembre de 2009

ANGELOS,

DONDE HAY POCA JUSTICIA ES PELIGROSO TENER RAZÓN

La característica más destacada de las frases lapidarias es que fueron creadas por personas que sabían de lo hablaban. El conocimiento empírico es insuperable porque no existe causa, o consecuencia, que no pueda ser explicada cuando es sufrida. Dolorosamente.

Francisco de Quevedo fue el autor de la frase que corona como título el “Comentario” de hoy, en esta apreciada tribuna de mis queridos amigos de “Rebelión Digital”. Quevedo fue un hombre de su siglo, y en esa época señaló los males que acuciaban a la Monarquía Hispánica, conociéndolos mejor que muchos de sus contemporáneos por hallarse en la trastienda del Poder. Una trastienda en la que suelen menudear puñaladas entre otras ilustrativas muestras de lo peor del ser humano. Amistades peligrosas, breves por tornadizas sin más lealtad que la del interés personal… y partidista. Muy lejos de cualquier fervor patriota.

No sé cuantas veces he dicho que no habrá regeneración de ninguna clase en tanto que no se conozca la autoría de lo sucedido en la trágica mañana del 11 de marzo de 2004. Para que España deje de ser jauja y recupere su glorioso nombre es preciso, perentorio, apremiante e indispensable que se encuentre a los que están detrás de esa conspiración para encerrarlos. Cuando se asesina a casi 200 personas en una mañana sangrienta, es porque se pretendía “cambiar” algo que molestaba a “alguien”: entonces se puede y se debe hablar de “conspiración”.
Es lamentable que seamos tan pocos ciudadanos, miembros de esa “Rebelión Cívica” de la que me honro de pertenecer, los que estemos empeñados en no dar por cerrada esa cuestión. No hay iniciativa judicial alguna que investigue de oficio, centrándose en las responsabilidades de cierto mando aquel fatídico día. La sociedad, encastillada en su habitual silencio ovino, prefiere mirar a otro lado porque lo que se intuye es tan terrible que opta por no querer saberlo haciendo la competencia a las avestruces, que ciertamente, no esconden su cabeza. Porque cuando se conoce la verdad hay que comportarse como persona de honor, si resta un punto de dignidad nacional.

No sabemos quienes lo hicieron. Lo que sí es notorio es que la denominada “versión oficial” no se sostiene y es un insulto a la inteligencia. Como no quiero ser prolijo, les remito al blog de Luis del Pino (http://blogs.libertaddigital.com/enigmas-del-11-m/la-comparecencia-5249/) que ha dejado al descubierto los boquetes que ofrece esa “versión”. La Patria nunca agradecerá lo suficiente la labor de este periodista. Si la versión “oficial”, (defendida a capa y espada por el malgobierno, los jaujeños que les votan y algunos más que preferirían “pasar página”) fuera un guión cinematográfico, o una novela, se le habría devuelto al autor para que considerase su permanencia en la profesión. Por chapuza. Lo malo es que esto no es ficción. Es algo que ambicionaba, y lo ha conseguido en gran medida, imprimir un giro copernicano en el rumbo de la Nación, un cambio de régimen a espaldas del ciudadano, que sólo puede esperar hechos consumados dirigidos contra él. Como vienen sucediéndose desde esa malhadada fecha.

También sabemos quienes fueron los “favorecidos”. Eso es algo que se tiene muy presente en cualquier investigación policial, pero que en esta ocasión ha sido clamorosamente silenciado. Como si esos “beneficiados” estuvieran por encima de la menor sospecha simplemente por su condición de progres como insuperable coartada, lo que se contradice con el testimonio que ofrece la historia de España. En la literatura policíaca, el que “hereda” es mirado con lupa. Aquí, como es siniestro, se le adula. Aún más, se intenta atraer su simpatía haciéndoles los recados. Lo que ya es servilismo.

Ahora se desempolva una denuncia que estaba “durmiente”. Algunos hasta confían, ingenuamente, en que se reactiven otras investigaciones que se hallan en el limbo, a mano izquierda, pero dudo que esta se muestre tan diligente como para hacerlo. Uno está metido en una edad en la que se sabe lo que es puro azar y lo que no con un golpe de vista. Es lo que tiene haber encajado unos cuantos golpes a lo largo de la vida, que uno distingue la piedra caída de la arrojada, más que nada porque esta última suele mostrar una puntería muy depurada. Tanta como mala sombra.

Un personaje de cierta película dijo que “cuando alguien está en el centro del escenario, es intocable”, con el fin de no suscitar más escándalo. Buen filme, a excepción de su director, muy amigo de totalitarismos caribeños y de un rosario de falsedades sobre las que se apoya todo el argumento. Con todo, la moraleja es óptima: hay que buscar siempre la verdad, caiga quien caiga, sin miedo, porque el miedo nos convierte en esclavos y los asesinos conseguirán su objetivo por partida doble. “No hay que tocar al que está en el punto de mira de la opinión pública, sino esperar a que se aquiete la cuestión”, venía a decir ese personaje. Salvo que se quiera ofender intencionadamente para advertir, bien porque se está muy cerca del desenlace, bien porque se quiera ajustar cuentas o por Dios sabrá qué razones. Pero ese tipo de actuaciones pueden tener el efecto de un bumerán. Como dije en el último “Comentario”, hay jugadores de ajedrez que buscan una serie de jaques seguidos, poco sensatos, para evitar el mate decisivo. Sólo que acosar una pieza en particular implica que otras piezas tienen espacio para desenvolverse mejor.

En esas están, después de tanta intoxicación, de tanta mentira, de tanta obstrucción, de tantos faroles y burlas que se han marcado (como con la “deducción de testimonios”); de tanto humo que no sería extraño tener cerca alguna sucursal del infierno, después de todo esto se tiene que recurrir una denuncia de hace dos años para llegar a la conclusión de que nadie escarmienta en cabeza ajena porque seguiremos exigiendo la verdad hasta que se enjuicie a los responsables de las masacres. Porque el honor de España no quedará restablecido hasta entonces.

Porque todo lo que está sucediendo no se explica sin los hechos de ese día. No hay el menor espacio para la casualidad como ya no queda para la libertad. No hay libertad sin verdad.

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