sábado, 21 de noviembre de 2009

ART. DE UN VILLERO,

EL LÍDER SUPREMO

ARTÍCULO DE: Agapito de Cruz Franco

Recuerdo alguna que otra revista de humor de la década de los 70, en la que aparecían defecando en el WC personajes ilustres, desde el Papa a variados Monarcas, pasando por magnates de la Banca o el dictador Franco, éste incluso bajo palio.

Era una manera de protesta y desmitificación del poder ante la falta de libertad y la deificación de la autoridad, que sobreponía estos seres alados sobre los mortales, y por tanto fuera de las fronteras del aparato digestivo.

Estos autoritarios sobrenaturales procedían de antiguas revoluciones y contrarrevoluciones, fenecidas o no. Y es que siempre se ha dicho que el peor día de una revolución es el segundo. Algo obvio, por otro lado. Demoler una casa es más fácil que levantar otra nueva. Y la revolución termina transformándose en contrarrevolución, si la empresa constructora se empeña en hacer su voluntad y no la del dueño del solar, el pueblo.
Por eso, pienso que, los revolucionarios, una vez conquistado el poder, debieran abandonarlo de inmediato. No a la francesa, cortando cabezas por las plazas y dejándolas al rojo vivo, o de un impactante azul según la sangre derramada. Me refiero a que una revolución se supone que se hace para que la sociedad se dirija a sí misma y no por los que, sin preguntarle, dicen representarle. Todo para el pueblo pero sin el pueblo. De hecho una sociedad entra en peligro de extinción, cuando sobre ella emerge, cual eucalipto que seca todo lo que crece a su alrededor, el líder supremo.

En ese sentido, las revoluciones dejan de serlo cuando conquistan el poder. Porque éste es por sí mismo contrarrevolucionario. Dura menos en las manos del pueblo que un caramelo a la puerta de un colegio. Y es por eso, porque siempre aparece el líder supremo a decir que él es el elegido de los dioses, que Yahvé habla por su boca, que Mahoma es su Profeta, que el socialismo del pueblo es innegociable o que el Estado soy yo. El fascismo –en todas estas variantes- ha demostrado ser una religión suicida. Y los suicidas, se han autoinmolado siempre llevándose por delante al pueblo.
El poder, indisolublemente unido al líder supremo, forma así parte de su régimen escatológico mucho más allá de una viñeta de humor. La conquista del poder por la fuerza es, en ese sentido, el alma mater del Dictador. Por cierto, no recuerdo nombres de Dictadoras en la historia. La femineidad tiene otros ritmos vitales. Hay que precisar, que hay también mucho de dictadura y de residuos del ancient regime en la lucha democrática por el poder. De farsa en quienes argumentan para conseguirlo los valores democráticos, pero ignorando su origen, en donde –y aún con todos los defectos primitivos- la democracia era eso, el gobierno de los barrios (demos), donde había un Presidente cada día y, además, elegido por sorteo.

Los noticiarios suelen exhibir ejemplos paradigmáticos de todos estos salvapatrias: Irán con Alí Jamenei como Líder Supremo de la Revolución; Korea del Norte y la paranoia de Kim Jong II primer sucesor en línea dinástica de su padre Kim II Sung, quien fuera nombrado a su muerte Presidente Eterno, lo que le ha convertido, además, en Líder de Ultratumba; Honduras y Micheletti, con su revolución de pijamas nocturnos; Cuba y su anacrónica monarquía militar (¡Ni patria ni muerte, democracia y que gane el mejor!); la Crisis, ha descubierto cuántos líderes supremos había agazapados dentro del FMI y las cajas fuertes de las grandes finanzas. Podríamos recordar al Trío de las Azores cambiando vidas por petróleo, o al Papa de Roma como digno sucesor de los líderes de aquella secta cristiana, que, en nombre de dios, acabó hace 1.600 años con la vida de Hipatia de Alejandría y milenios de ciencia y de saber, mientras llenaba el mundo de fanatismo y oscuridad. Una colonoscopia a tiempo a todos ellos, hubiera significado, sin duda alguna, una victoria para la sociedad…

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