domingo, 15 de noviembre de 2009

PROFESOR LEMUS

LA MIRADA INACABADA. NATURALEZA Y SOCIEDAD VISTAS POR VIAJEROS ALEMANES.

ARTÍCULO DE: Nicolás González Lemus

E interés alemán por Canarias no empieza hasta entrado el siglo XIX, aunque el punto de partida comenzó con Alexander von Humboldt en 1799. Este interés alemán, siempre creciente al pasar el tiempo, continuará hasta nuestros días. Desde principios del siglo XIX ya se había configurado Canarias como un lugar familiar entre los europeos por su estratégico enclave comercial. Según los testimonios, Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria se mostraban dinámicas, y bien surtidas de alimentos y mercancías procedentes de Europa. Los edificios civiles eran agradables al exterior, bien construidos, y los religiosos eran impresionantes para unas islas tan pobres. Las ciudades capitalinas gozaban de unos habitantes, la mayoría, educados, corteses, afables y serviciales.

Es importante resaltar que Alemania luchaba por la hegemonía imperial, en rivalidad con Gran Bretaña, sobre todo después de la segunda mitad del siglo XIX, aunque compartían sentimientos de superioridad cultural y visiones coloniales hacia afuera. Pero había una diferencia entre los visitantes alemanes de sus primos hermanos los británicos: que los primeros no tenían reparos a la hora de afirmar que la pobreza en Canarias no se daría si las islas pertenecieran a Alemania. En marzo de 1873, Franz von Löher (1818-1892), director de los Archivos del Estado de Baviera, cuando visitó el archipiélago enviado por Luis II de Baviera, en su empeño de encontrar una franja de tierra donde él pudiera imponer su idea de monarquía, critica la pobreza del campo y del sistema de medianías, los cuales piensa que no se darían si las Canarias estuvieran anexionadas colonialmente a Alemania, para poder regular desde arriba toda la penosa situación producto del dominio de los españoles. Este viajero tiende a idealizar a los simples agricultores, los ve como descendientes de los guanches. Es decir, según su teoría, como vándalos del norte de África. Enjuicia peyorativamente a la clase media y alta, que como españoles, poseen muchas cualidades negativas, propias de los países del sur, y que pretenden dar la apariencia de “civilizados” ante los alemanes. Por eso ve como solución adecuada a la penosa situación del archipiélago una eventual anexión colonial de las islas por parte de los alemanes. Sus ideas políticas y su concepción de los orígenes de los germanos les condujo a relacionar a los guanches con los antiguos germanos. Quiere despertar los orígenes germanos de los sencillos campesinos canarios. Una buena administración alemana sería la mejor solución para los problemas de aquellos germanos (los canarios) hallados en el Atlántico, afirma Löher.

Con muy pocas excepciones, su visión de Canarias se caracteriza por la existencia de unos rasgos genéricos representativos muy usuales, cuyos aspectos formales sobresalen: el estado de las carreteras, la topografía insular, la naturaleza, el paisaje, algunas referencias a la vestimenta y otros tipismos de los naturales, el papel del clero, el arte y otros tópicos muy comunes. Muchos en sus escritos reflejan una nostalgia e idealización de un pueblo aborigen aniquilado. Los pueblos de La Matanza y La Victoria, en los que había tenido lugar la decisiva matanza entre los guanches y conquistadores, motivaban una reflexión histórica sobre la conquista de las islas. Ernst Haeckel, como lo había hecho antes Alexander von Humboldt, no duda en mostrar un paralelismo entre la historia de Canarias y México. Para él, no había duda de que los aborígenes eran “una tribu berebere emigrada del norte de África”, pero que en la población isleña de hoy ya no era perceptible ninguna huella de sus rasgos fisiológicos, en contraposición con otras descripciones de viajeros, sobre todo de tendencia romántica, que consideraron a los campesinos isleños y ciertos pescadores sureños descendientes directos de los antiguos pobladores y de los guanches en el caso de Tenerife.

El clima es otro recurrente del discurso de los viajeros, quienes incluyen continuas referencia a la luz del sol y la cálida temperatura reinante en las islas, pero, además, deslumbrados ante el asombro de la vida exterior de los isleños y la posibilidad de su efecto terapéutico, en unos momentos en que las afecciones pulmonares contaba con pocos recursos en la farmacopea. Los viajeros se deleitan describiendo la comodidad de esa vida exterior de los canarios de la que ellos mismos disfrutan porque carecen en sus respectivos países.

Importante fue la expedición de 1910 a Las Cañadas del Teide, con la que se cierra este ensayo, por dos aspectos. En primer lugar por el científico. Si bien existía cierto conocimiento sobre la influencia de la altitud en la falta de oxígeno, aún existía un vacío referente a la importancia de la insolación sobre las funciones vitales y su influencia en estados enfermizos. Se realizaron estudios sobre la mecánica respiratoria y el consumo de oxígeno y se hicieron incluso investigaciones comparativas sobre la nutrición. El cielo sin nubes y un sol constante y resplandeciente eran muy favorables a estos experimentos en Las Cañadas. Importantes también fueron los estudios de la influencia que ejercía la radiación del sol sobre toda la contextura de los nervios. La cuestión sobre el efecto de una insolación intensiva sobre el cambio de gases en cuerpos desnudos al sol no pudo ser resuelto de ninguna manera, aunque estaba entre sus planes. Los éxitos de la curación por la luz en enfermedades de la piel, en heridas y particularmente también en las articulaciones ya estaban conocidas, pero ahora se trataba de demostrar si se podía mejorar y en qué forma aprovechar la energía terapéutica del sol para la nutrición y el aparato nervioso.

En segundo lugar, porque el grupo de científicos descubre a los isleños Las Cañadas como centro terapéutico para muchas enfermedades. Hasta este momento, el lugar era poco valorado por los canarios desde el punto de vista sanitario, e incluso no aprovechaban su gran belleza estética. Pero tras los experimentos de los doctores alemanes, además de austriacos y británicos, sobre la idoneidad del lugar para la convalecencia de muchas enfermedades se despertó entre los naturales un inusitado interés por ocupar las casetas de los alemanes establecidas en Las Cañadas como centro sanitario. Se trataba de utilizarlas en verano para la cura de enfermos isleños, afectados de vías respiratorias y afecciones de piel y otras patologías susceptibles de beneficiarse del poder curativo del clima de altura. Además de su incuestionable uso turístico. Hubo gestiones de las autoridades y de nuestros representantes en las Cortes del Estado para conseguir que las casetas de los alemanes instaladas en Las Cañadas fueran cedidas al Gobierno español y éste las facilitara al Ayuntamiento de La Orotava, que hacía tiempo que las había solicitado, pero las conversaciones fueron interrumpidas mientras duró el conflicto armado de la Gran Guerra.

Las casetas de los alemanes nunca se llegaron a usar por los lugareños. A pesar del fracaso, las iniciativas para el establecimiento de un sanatorio continuaron, sobre todo después de desarrollarse en la isla la tuberculosis pulmonar como consecuencia de la llegada fundamentalmente del turista (invalid) en las islas de Tenerife y Gran Canaria.

En los años 1920 se decidió establecer en Las Cañadas un “Sanatorio Antituberculoso del Teide”, pero por razones presupuestarias, falta de apoyo de las instituciones, inclemencias climáticas, los avances de la farmacopea y el mismo ataque que sufre la cura de montaña de elevada altitud por sus fuertes variaciones térmicas cotidianas, nunca se llegó a construir el sanatorio. Lo única obra que se llegó a ejecutar fue las caballerizas o cuadras, pero nunca el edificio del sanatorio donde se tenía que albergar a los pacientes con dolencias pulmonares.

Pero la lucha contra enfermedades no tuberculosas comenzó a tomar relevo después de comprobarse que el clima seco y soleado en verano y el aire puro de Las Cañadas no solamente aliviaba las dilataciones de los bronquios y vías respiratorias sino que también contribuía a la cura de determinadas enfermedades de la piel, los huesos y el asma. Eso animó a no descartar la idea de Las Cañadas como centro sanitario y el Ministerio de Sanidad construyó un edificio conocido como la “Casa del Médico” a finales de los años cuarenta, quedando el espacio que iba a ser construido como sanatorio entre este edificio y las cuadras. Pronto se abandona la idea de sanatorio de Las Cañadas, entre otras razones porque salía demasiado costoso su mantenimiento, estableciéndose en cambio los centros antituberculosos de Ofra y Vilaflor.

La “Casa del Médico” permaneció cerrada y nunca se designó doctor alguno. La llave se le entregó sin embargo al médico orotavense Buenaventura Machado Melián para su custodia. Muchas personas enfermas podían subir y estar una temporada en ella con la autorización del médico. La Ley de Reclasificación del Teide, aprobada en 1981, obligaba a redactarse el Plan Rector de Uso y Gestión (PRUG) del Parque Nacional del Teide y el Ayuntamiento de La Orotava pidió que se incluyera la construcción de un centro helioterápico a cargo del Estado en el lugar donde iba a construirse el sanatorio. Pero el proyecto no se realizó por falta de financiación. La “Casa del Médico” fue destruida en los años ochenta, privándose al lugar de convertirse en un centro terapéutico.

Lo expuesto es un resumen del contenido de este interesante libro del doctor y profesor Nicolás González Lemus

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