lunes, 21 de diciembre de 2009

ART. DE UN PORTUENSE,

PUERTO DE LA CRUZ CUNA DEL TURISMO INTERNACIONAL

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Da gusto oír hablar de Puerto de la Cruz, por más que quieran disfrazar esos sentimientos encontrados, sólo algunos, lo sabemos. Y, más gusto da, hallar en esos apasionados arrebatos cívicos, el amor y el respeto que en realidad se siente por nuestro querido pueblo convertido en ciudad por méritos propios. Máxime conociendo sus constantes luchas políticas internas y que no oculta por ello su desgaste como solar mal tratado. A pesar de todas sus limitaciones, es ese el lugar donde no se han borrado episodios históricos que han transcendido más allá de nuestras reducidas fronteras y que nos han dignificado siempre por su importancia.

Hablar de Puerto de la Cruz es enfrentarse a la realidad que no necesita paliativos que lo justifiquen. Su pequeña historia se hace grande con sus acontecimientos vividos desde tiempos memorables. Y el tiempo transcurrido ha servido para corroborarlo.

Someramente, hablemos del Turismo, en lenguaje simplemente llano. Hubo una escuela que fue el Gran Hotel Taoro, donde se formaron muchos de nuestros profesionales y vinieron de la península los primeros alumnos a compartir con nosotros lo que teníamos entonces. Luego fue creciendo el entusiasmo y se gestó el milagro del boom primogénito.

Recordemos aquellos difíciles momentos de la posguerra y años después, Nuestras gentes supieron entender la situación económica en que vivíamos; y porque fuimos un pueblo eminentemente solidario, superamos la dramática prueba de tantas adversidades. Y levantamos cabeza. No olvidemos que en nuestro suelo se construyó la plataforma turística por excelencia y que fue pionera de aquel Turismo enamorado de nuestra tierra y su gente.

Entre todos contribuimos a dar y realzar una imagen sonriente, solidaria y atractiva para que nuestros visitantes nos comprendieran mejor y a la vez recibieran un trato social y cívico único. Así nació el verdadero Turismo en Canarias, y hasta me atrevo a decir en la España peninsular. Sin grandes catedrales, sin tantas joyas arquitectónicas, con sólo el amor que brindábamos, el respeto, la cohesión ciudadana... Que todo lo mejor se lo dábamos, porque así somos nosotros. ¡Loables recuerdos! Si, comenzamos dándoles lo mejor de nosotros, trayéndoles a nuestras casas y alquilándoles sencillas habitaciones, pero con todo confort, no aquello que no quisiéramos para nosotros, todo de acuerdo a las difíciles posibilidades del momento. Ahí comenzaba a nacer una simbiosis discrecional entre ellos y nuestras gentes. Nacía la integración tan necesaria para poder garantizar la confianza mutua. Nos conocían mejor y participaban de nuestros usos y costumbres con natural dedicación y la garantía de nuestra idiosincrasia... Hasta que se iban a sus respectivos lugares de origen, luego ellos hablaban de nuestras excelencias, allende los mares, en sus cómodas ciudades y nos servían de honrados propagandistas del lugar más hermoso, sencillo y tranquilo del Universo, para disfrute de unas merecidas vacaciones. Luego volverían cada año, y lo más entrañable, era que mantenían correspondencia habitual con aquellos que consideraban sus nuevos amigos; y les esperábamos con los brazos abiertos.

Así comenzó el Turismo en Puerto de la Cruz y se cimentó como lugar de excepción para los entendidos. Y fue creciendo el entusiasmo, de tal forma, que aquí hubo trabajo para propios y extraños, las familias portuenses fueron incrementando sus ingresos económicos y los lugares de ocio fueron adecentándose. Y aún hoy perdura, aunque con menos euforia, la compensación heredada para aquellos que trabajan y dedican sus esfuerzos en pro de nuestro Turismo...

Pese a los detractores políticos y a los frustrados, que son muchos, Puerto de la Cruz, volverá a resurgir de entre sus ruinas, cuando alguna vez y no muy tarde, los señores mandatarios, de un bando u del otro extremo, sean lo suficiente honestos y capaces de entender que todos juntos podrían lograrlo. Nunca por separado, que es cuestión de honor y gratitud, de dignidad, de arraigo, de honradez... No vale vivir enfrentados cuando tanto les necesitamos para salvar al Puerto de la Cruz. Olvídense de los intereses personales y particulares ambiciones, Olvidemos tantos rencores que en definitiva han sido siempre los peores enemigos de nuestro progreso como pueblo y ente social; y que han contribuido para que nos hundamos cada vez más con nuestros fracasos sociales.

Ha sido de locura el concepto que tienen de entender el progreso de nuestros pueblos y es demencial la ceguera que les impide ver cómo nos quitan lo nuestro por no saber defenderlo y por querer hacerle el juego a nuestros verdaderos enemigos, que aún siendo vecinos nuestros se empecinan en confundir nuestra sana voluntad.

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