domingo, 24 de enero de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

TODO NOS OBLIGA A RETROCEDER EN EL TIEMPO
ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

¡Las veces que habremos pensado en todo aquello que hemos perdido!.. Y aunque de poco sirva a los escépticos, para otros representará tanto como consuelo para el alma, recordar los mejores momentos vividos… Cada episodio del pasado está guardado en la mente, y de vez en cuando los aireamos despertando los recuerdos de aquellos días inolvidables. Cada instante nos devuelve, también, el entusiasmo perdido, la ilusión por todo cuanto se movía a nuestro alrededor, por los que ya no están a nuestro lado y que formaron siempre la parte más esencial de esos amados capítulos. Nuestros queridos padres y hermanos, la vieja casona, cada rincón del añorado hogar. Los interminables inviernos. Viendo llover a diario tras los fríos cristales de las ventanas, pensando...

Buscando lo inalcanzable, tal vez lo prohibido, lo insistentemente soñado. ¡Las veces que habremos pensado en todo aquello! Las viejas calles del pueblo y aquellas gentes que ya no están entre nosotros, que se fueron para siempre. Tantas promesas rotas, sin llegar a verlas realizadas. El cruel silencio del desencanto, las adversidades sufridas en esta vida. La alegría inmensa que experimentamos, siendo jóvenes, cuando sentimos las primeras emociones y el calor de tales sensaciones; y los cambios sufridos al probar el sabor amargo de algunas decepciones. Esas dudas que siempre nos han asaltado y nos confundieron tantas veces, acerca de todo cuanto nos rodeaba y que acariciamos con la inocencia del amor de entonces. Todo nos obliga a retroceder en el tiempo, a estar allí, con todo lo que representó siempre la razón de la misma vida, las primeras páginas de tantas y tan calladas historias, quizás, los más bellos episodios vividos. Donde el amor signó los más nobles y tiernos sentimientos. Donde aún viven tantos hermosos recuerdos ya irrepetibles y por ello extraordinarios.

Lo recordaremos siempre, mientras vivamos, para poder seguir alimentando cada una de esas motivaciones, cual si fuera aliento del alma y el alimento necesario del espíritu.

Hay quienes mitigan la soledad trasladándose a ese mundo tan íntimo, quienes mueren satisfechos abrazados a esos ideales que no se van de nuestra memoria y que representan un todo sentimental que al hombre acompaña. Muriendo de amor, inmersos en ese pacífico refugio empíreo de los recuerdos imperecederos. Aquellos momentos en familia, al evocarlos, aún sentimos el calor humano de sus caricias y el contacto de sus cuerpos. Sus voces tampoco se han apagado, aún se oye el eco de las mismas, cual rumor persistente y halagador, a nuestro alrededor. Y los objetos esparcidos por doquiera, señalando amados vestigios y sentimientos enternecedores que sólo están donde quedaron, ahí para siempre, en la mente y en nuestra alma.

Empero, la vida sigue su invariable rumbo, siempre adelante, hasta llegar a detenerse…Nuestros pasos se van tornando más cansinos con el tiempo que va pasando por nosotros y nos anima a seguirle hasta la encrucijada y allí decidir el camino final. Entre tanto, aunque no podamos detener el reloj del tiempo, aquel que nos quede, hay que vivirlo con plenitud y entereza y más sentido común que nunca. Iremos descubriendo cada día y cada noche lo hermosa que es la vida, sus grandes atractivos y encantos naturales, los que antes nunca nos habían impresionado. Hasta lo más insignificante nos llamará la atención poderosamente. Descubriremos que no hay gentes malas, que todos se fijan en nosotros con admiración y cariño. Hallaremos en nosotros cualidades humanas que antes no conocíamos, seremos también mejor persona. Y sentiremos un gran apego a la vida, como jamás había sido. Todo habrá cambiado entonces. Sin odios, sin rencores, seremos más generosos y solidarios con nuestros semejantes. Todo el bien que hagamos nos parecerá poco; y nos cuidaremos, como nunca, a ver si duramos un poco más entre todos los que nos rodean, antes de partir…

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