domingo, 24 de enero de 2010

VILLEROS ILUSTRES,

DESIDERÁTUM 21 VIAJES A SAN BORONDÓN, UNA GOZADA…

ARTÍCULO DE: Bruno Juan Álvarez Abréu
Una gozada, para estos días de Reyes, y una gozada por la defensa de la causa, claro que mi buen amigo José Miguel Salamanca (junior) me lo dedica, cuya rubrica dice; “…para Bruno estimado amigo, inquieto intelectual…”

Desiderátum 21 viajes a San Borondón está escrito por un grupo de amigos literatos, médicos y periodistas de este terruño villero, en el que involucran en narrativas tipo cuentos las peripecias de una isla que aparece y desaparece, que los más impor­tantes cartógrafos llegaron a situar en los mapas y donde in­trépidos descubridores aseguran haber desembarcado. San Borondón se convirtió durante siglos en una suerte de obse­sión para relevantes figuras de la realeza, la ciencia, el arte y la política. Pero su importancia va más allá de las numerosas expediciones que partieron en su búsqueda, e incluso de su conversión en el más contundente elemento del imaginario popular de las Islas Canarias. La ínsula deseada, siempre es­condida entre nubes y brumas, es una metáfora del paraíso terrenal, una representación onírica que acompaña al ser humano desde el principio de los tiempos. San Borondón es 18 vidas más allá de la vida, la existencia ansiada, un deside­rátum que evidencia el permanente viaje del hombre hacia sus propios ideales…

LA ASOCIACIÓN SCRIPTA MANENT LE SITÚA UN REFRENDO COMO UN APASIONANTE VIAJE EN COMPAÑÍA DE JOSÉ SARAMAGO.

Los avances científicos y tecnológicos han rubricado el certificado de defunción de buena parte de los mitos que han acompañado al ser humano desde el principio de los tiempos. Pero a pesar de ello unos pocos han lo­grado pervivir, incluso hacerse más presentes, más rea­les, más humanos. Es el caso de la isla de San Borondón, porque aunque fotografías aéreas, imágenes por satélite y prospecciones marinas desmienten drásticamente las afirmaciones de respetables navegantes que aseguran haber pisado la ínsula, y también cartografías como las del ingeniero italiano Leonardo Torriani, que durante su etapa al servicio de Felipe 11 osó incluso describirla y fijar sus dimensiones, la fuerza de la leyenda ha trascendido su propia inmaterialidad para fortalecerse y tornarse en un omnipresente objetivo humano.

San Borondón existe porque es mucho más que una isla con sus playas y sus montañas, mucho más que un territorio capaz de dejar boquiabiertos a los descubri­dores de especies animales y vegetales. San Borondón es la búsqueda del paraíso terrenal, el obsesivo empeño del hombre por ver cumplidos sus sueños, un desiderá­tum inalcanzable y voraz que marca nuestras vidas. San Borondón exhibe sus privilegiadas formas en mitad del Atlántico del mismo modo que nos acompaña en nuestra más vulgar cotidianeidad, porque todos, queramos o no, lo sepamos o lo ignoremos, formamos parte de una patria a la que sus playas de arena negra y sus abruptos acantilados sirven de frontera.

Nuestra existencia es un viaje permanente a tan de­seada isla, en ocasiones deslizándonos por unas aguas plácidas y amables, a veces sin otra opción que hacer frente a despiadadas tormentas con olas que muestran los rostros de feroces criaturas abisales. La plasmación literaria de esos impredecibles trayectos es la razón de ser de este libro de relatos, una obra en la que dieciocho autores y un ilustrador se embarcan en la aventura de bucear en sí mismos con la firme intención de poner en común su particular ruta hacia San Borondón.

Entre esos diecinueve marinos que nos sorprenden con un total de 21 viajes destaca sobremanera una fi­gura, la del Premio Nobel de Literatura José Saramago, que se ha brindado a participar en este proyecto con un relato cuya maestría sólo es comparable a la humildad mostrada por quien ha alcanzado la cúspide de las letras mundiales y, a pesar de ello, accede a convertirse en uno más. La admiración que quienes formamos parte de esta iniciativa profesamos hacia la magistral obra de este es­critor universal, de este canario nacido en Portugal y por ello tan cercano a San Borondón, se acompañará a partir de ahora de un profundo agradecimiento y de una indescriptible fascinación por su humanidad.

Transcribo el relato de mi amigo el doctor José Miguel Salamanca, ¡TAXI! Penélope de Ocampo; Ibuprofeno, gastrimud, somnium, sevredol... i Oh, dios mío! iEl médico ha olvidado hacerme la receta de sevredol! Son las dos menos diez y será mejor que suba a casa y le prepare el almuerzo a Julio; luego volveré a bajar a por la receta. Le prepararé una tortilla francesa con jamón, coditos de pan bizcocho y un zumo de na­ranja. El Centro de Salud estará abierto hasta las tres y el médico me hará la receta. Julio no se va a creer que no le haya traído los comprimidos de sevredol:

-iTaxi!
Asientos de cuero rojo, adornados con un ribete fino; y ese olor...
-Buenos días; a la calle del Brezo, por favor, en la Urbanización La Paz.
Cómo ha podido olvidarse de la receta más impor­tante. Calma, todo se arreglará; me dará tiempo de ba­jar a por ella luego. Y yo tampoco me puedo olvidar de que tengo que llamar a Antón; quedé que hablaría con él sobre las dos y media; aún no estoy muy segura de lo que le voy a decir. Su obra me ha encantado, aunque no estoy del todo conforme con el título: "Eclipse de sol en San Borondón"; suena demasiado rimbombante. Le haré algún comentario; espero que no me lo tome a mal. Sólo tiene veintitrés años. Seré franca con él: '1\ntón, lo tienes; la naturaleza otorga ese don a unos pocos". iLa zanja de la Avenida Melchor Luz! ¡Qué atasco! Será me­ jor torcer a la izquierda, entrar por el centro a la ciudad, y salir por la gasolinera "La Estrella":

-Mire, es que llevo prisa; si no le importa, coja a la izquierda y entre por el centro a la ciudad; saldremos por "La Estrella".
Antón ha escrito una obra repleta de amor y sufri­miento. A su edad no es normal esa madurez. Y cómo ha dirigido a los actores: es un maestro. Hay una bre­cha, en su interior, terrible y maravillosa. Ha desarro­llado sus metáforas con brío; ha combinado, elegante­mente, comedia y drama. Su final es original, aunque algo oscuro, siniestro. Como los personajes de su obra, yo también desperté una mañana en las costas de San Borondón. Me encontré sola y desorientada en una isla que no conocía; y me puse a escribir, la única actividad para la que me sentía preparada. Yo no sabía que iba a ser escritora; puedo decir que el oficio me eligió a mí. A nadie le pude explicar las razones de aquella extraña pulsión; la necesidad de dejar constancia de todo lo vi­vido: "Estás ensimismada por las batallitas de Proust", me espetó, un día, una amiga periodista. En "Eclipse de sol en San Borondón", un cronista triscaidecafóbico trata de dar sentido a las vidas de un grupo de perso­nas que fueron abandonadas, enigmáticamente, en una isla. Para ello escribe, con total fidelidad, todo lo que les ocurre. Yo traté de dar sentido a mi vida con una pirueta parecida, y escribí un diario íntimo que me otorgó, con relativa rapidez, cierta notoriedad literaria. Con "Bajo un cielo plomizo", una novelita realista y suburbana, me consagré. Luego llegaron los guiones de televisión y cine, y tres obras de teatro. La niña bonita de la facultad, hija del decano y brillante profesora de Derecho Natu­ral, se convirtió, de la noche a la mañana, en la gran escritora Victoria Salazar. Me aterroriza pensar en el daño que he podido hacer con toda la bazofia populista y alcanforada que he publicado: ahí está el compendio de toda mi insoportable mediocridad. Diseñé una esca­fandra para el miedo que ha terminado devorándome. Y he descubierto que escribir es la actividad más perversa que existe. El cronista triscaidecafóbico de la obra de Antón, decide un día dejar de escribir. Al principio, los habitantes de la isla no tornan demasiado en serio su de­cisión: habían sellado un pacto que no podía infringir; ¿qué aportaría ahora el cronista a la comunidad? ¿y qué pasaría con el relato de las vidas de los habitantes de la isla? ¿Quién se encargaría de escribir? Se había conver­tido en un Bartleby que estaba violando las reglas del juego. Yo también dejaré de escribir porque quiero ser libre, otra vez. No tengo el talento de mi sobrino Antón; ni lo tendré. He sido malvada y arrogante; he pisotea­do a mis adversarios para conseguir esta gloria literaria insulsa y ridícula. El cronista de "Eclipse de sol en San Borondón" promete a los habitantes de la isla, que ocu­pará su tiempo realizando una nueva actividad que él califica de sublime: la medición el magnetismo exacto de cada palabra. Todos pensaron que se había vuelto loco. Son casi las tres menos veinticinco; con este tráfico no llegaré a tiempo.
-Podría acelerar un poquito; es que voy muy justa.

Julio se muere. Los médicos dicen que no llegará a Navidad. Está muy delgadito, el pobre. No hace otra cosa que leer y ve muy poca televisión. Poesía, sólo poesía. Me quedaré sola. Sabe que no le queda mucho tiempo pero, qué luz tiene su mirada. Hemos hablado de lo que hemos vivido juntos: ha habido reproches y han aflorado viejas rencillas, pero todo se ha diluido ya. Julio me ha dicho que sólo piensa en el día a día: "Esta noche cerraré los ojos y todo habrá acabado; mañana, si despierto, tendré un día más, sólo un día más". Parece corno si una dulcísima inercia lo impulsara. Un día; sólo será un día más:
-Sí, es la casa de piedra; la que tiene el seto.

Tres menos cuarto: cerrará el Centro y me quedaré sin receta. Julio no podrá pasar la tarde sin sus com­primidos de sevredol. Tortilla francesa con jamón; co­ditos de pan bizcocho; un zumo de naranja. Dejaré de escribir: una vida para medir el magnetismo exacto de cada palabra. Esta noche cerraré los ojos y todo habrá acabado; mañana, quizá, será un día más, sólo un día más. "Eclipse de sol en San Borondón"; está empezando a gustarrne el título. ¡El sevredol!

-Disculpe, si no le importa, ¿podría llevarme al punto de partida?..//..

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