sábado, 27 de febrero de 2010

EL PTO. SIEMPRE EL PTO.,

CUANDO EL VIENTO SE ENSAÑA

ARTÍCULO DE: Salvador García

El dios Eolo se ensañó durante la madrugada. Su furia parecía incontenible. Las predicciones acertaron de pleno. El silbo inconfundible del viento penetrando por cualquier rendija. Un soplo permanente. Las ráfagas que lo agitan todo. Las copas de los árboles son una efervescencia. Caen gajos y racimos de palmeras cimbreantes. Bolsas, papeles, lonas, objetos livianos sobrevuelan sin sentido… Golpes secos indicadores de que algo ha ocurrido. Y unas vaharadas calientes como muy pocas veces se sienten por estos pagos y en esta época del año.

La madrugada que se prolonga hasta parecer eterna. Imposible conciliar el sueño. Ni la televisión -de la que ha desaparecido la señal de las locales- opera de somnífero. Algunos jóvenes apuran la diversión no muy conscientes del peligro que corren en la calle. En una vivienda próxima, la policía local trata de auxiliar a su única ocupante. Debe haber pasado algo en la techumbre. El viento se ensañaba. En la radio se escuchan las primeras noticias del fuerte temblor en Chile. La Naturaleza ya no tose; su enfado parece mayúsculo.

Al viento le tiene miedo todo el mundo. Y cuando retorna, cíclicamente, en forma huracanada, como era la de la madrugada, atemoriza aún más.

Las primeras luces de la mañana empiezan a rendir cuentas. Los transeúntes se detienen en la plaza cercana y señalan con los dedos. Algo ha pasado. La curiosidad descubre el tronco de una gruesa palmera partido casi por la mitad exacta. Suerte que cayó sobre el paseo; si no, hubiera causado daños más graves. Desde muy temprano, operarios con motosierra van partiendo en pedazos el tronco derribado. La parte que resistió desnuda la enfermedad de la palmera. Está muerta.

Peor debe ser la platanera y la agricultura toda. Si pasados temporales ya habían causado estragos, éste de la penúltima madrugada de febrero ha terminado de rematar. Qué lástima. Esas sí que son pérdidas. Preparémonos para la escasez de productos.

Horas después, el parte de daños y de experiencias personales se desgrana sin remisión. Alguien cuenta que dos palmeras cayeron sobre bóvedas en el cementerio católico de San Carlos cuyo aspecto es desolador. Otro vecino hubo de desviarse de su ruta habitual desde el municipio cercano porque los árboles caídos lo hacían intransitable. Literalmente levantada la estructura de una gasolinera, acierta a telegrafiar un usuario. Un colombófilo pasea con triste semblante mañanero: el viento hundió el palomar de su azotea. Y la vendedora de lotería relata cómo el techo de un kiosco junto al mercado voló hacia un aparcamiento interior.

Son las consecuencias del temporal. Otro más, éste más inquietante, más aparatoso. La radio habla de puertos y aeropuertos cerrados. Alcaldes y concejales van describiendo los daños. Responsables y miembros de los servicios públicos de protección civil explican las dificultades del trabajo, los riesgos y las recomendaciones. Por fortuna, no hay noticia de daños personales.

A media mañana, parece que amaina. Y que vuelve la normalidad. Pero el susto, la inquietud y los efectos no hay quien los quite. Se ensañó el viento. Con la ciudad y con el valle.

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